"María y la educación"
Sin reparo alguno, se utiliza como metáfora el nombre genérico de María, el cual recoge y cobija el papel protector de todas las mujeres y madres. En ese bello y simbólico nombre se acuerpan colectivas historias imaginarias, pero también verídicos relatos terrenales.
En otras colaboraciones nos hemos referido a la visión de las madres frente a la educación de sus hijos. Señalamos y reiteramos aquí, la diferencia con la que es asumida la función familiar de apoyar la educación escolarizada de los hijos. El padre y la madre en una misma familia -considero- suelen tener una percepción diferente en la forma de sentir e impulsar a sus hijos en la tarea de estudiar.
Aclarando, desde luego, que en el fondo ambos son responsables y que a su manera entienden la educación para sus propios niños. Enfatizando: no se trata de señalar que el padre no se preocupe, no, más bien el cometido es resaltar -y si se quiere- exaltar la existencia de diferencias en la forma en la que se asumen estos roles familiares. Decía antes que el padre asume esta como parte de su racionalidad, y que por lo regular actúa más como proveedor y, por lo tanto, interviene en los momentos terminales: calificaciones, pagos, resultados. En decirlo no va reproche alguno.
Por otra parte, la madre impregna su participación en la educación del hijo del lado sentimental, por lo tanto imprime a toda su actividad la pasión propia de su ser, alienta antes que juzgar; motiva más que coaxionar; entiende primero y atiende después; prefiere ser cómplice que delatora e, incluso, parte del problema y sufrir las consecuencias. Todas estas características de ninguna forma aplican en automático en contra del padre. Son pues, actos reflejos de cada uno de ellos, sin menoscabo alguno a la existencia de casos en contrario.
Lo que es importante destacar es el celo materno en la preparación de los hijos para que adquieran las mejores condiciones en su vida futura. Es también intrigante saber de dónde obtiene una madre esas cualidades o intuiciones que la llevan a tener la certeza de que la mejor forma de apoyar a sus hijos es mediante la educación que proporciona la escuela. Es esa fe enorme que la levanta temprano y la acuesta tarde realizando y preparando todo lo necesario para que la casa funcione y nada detenga las actividades del día siguiente. Una de las más importantes, preparar a los niños para asistir a la escuela. La madre es la principal promotora educativa de la comunidad y desde luego de su familia. En su labor de promoción no espera nada a cambio, se trata en todo caso de un trabajo callado, constante, firme y sin dobleces. Hace todo lo que esté a su alcance para lograr su objetivo, aunque este se materialice en años, e incluso sin reclamo alguno se trunque. Piensa que no hay batallas perdidas, si antes no se intentan ganar.
Una madre: ¿qué es capaz de hacer por educar a su hijo? ¿Qué futuro intuye ella sin escuela? ¿De qué orfandad busca proteger a los que más quiere? No se trata de tener elevada escolaridad, títulos o grados académicos; es suficiente con el hecho de ser madre. La naturaleza la ha dotado de ese instinto especial de saber proteger a los suyos, prepararlos e impulsarlos. Lo único que posee es el instinto maternal, protector y capaz de remontar cualquier obstáculo; de la índole que fuere. De eso es de lo que se está hablando, y se quiere consignar en estas líneas. ¿Cuántas historias habrá al respecto?
Una de ellas: cuentan que hace mucho tiempo, en esta misma ciudad las oportunidades de estudiar eran pocas. Eran tiempos duros, los padres aconsejaban a sus hijos trabajar y estudiar, algo corto; además, localmente no había muchas opciones; estudiar fuera era muy costoso, no era viable. Mucho menos para familias numerosas y de bajos recursos económicos.
Madres con agotado presupuesto debían de hacer rendir lo poco, mas todos alcanzaban algo; viveza y amor maternal terminan siendo el fermento familiar que hace germinar la más árida tierra. En nuestro relato, el dilema era saber qué sigue para dos de sus hijos mayores al terminar la primaria, ella no se conforma y una voz desde su corazón le muestra el camino de darles “algo de estudio”, pero, ¿qué, y con qué? ¿Qué hacer?
La respuesta es preguntar al que sabe, al familiar con mayor escolaridad. Aconseja: estudiar algo técnico y corto, o trabajar. Las carencias en casa son una gran tentación, sin embargo, una chispa de amor pide algo más, para ellos. A costa de cualquier sacrificio, es un reto, pero bien lo vale. Buscar una oportunidad para ambos.
Plantada frente a la escuela de secretariado, con más ilusión que efectivo, solicita información, le dirán lo que le falta: dinero. Se resiste, y a punto de retirarse sin consuelo, divisa el cartel que solicita quien haga el aseo de la escuela. Alma y corazón se anudan para intercambiar trabajo por escuela. Así todos los días, camina robándole horas a su descanso y cumplir con su parte del trato: trabajo por colegiaturas. Religiosamente, todos los días, con el cansancio a cuestas pero el corazón esperanzado, intercambió su trabajo por una oportunidad de mejor futuro para sus hijos. La inmolación personal a cambio de una mejor oportunidad para el futuro de sus hijos. A la distancia, ¿cómo aquilatar este hecho verdadero? Esta historia que les revivo hoy con estas parcas letras. ¿Sacrificio personal o acto de amoroso heroísmo? Creo más en el amor de madre y de María.
leopoldo.garcia@sistemavalladolid.com