Para amar y vivir en plenitud es necesario abrir el alma. Sin embargo, en ocasiones el egoísmo y la envidia tapian nuestro espíritu e impiden esa apertura vital. O, tal vez, los golpes y decepciones actúan como resortes inhibidores para formar un espeso caparazón que evite nuevos fracasos, dolores, tristezas y humillaciones.
El acelerado desarrollo tecnológico pareciera posibilitar mayor interacción anímica; sin embargo, los amplios espacios y extendidas redes de comunicación no ayudan, necesariamente, a abrirse más y obtener mejores relaciones. Los abrazos y saludos virtuales no son tan sustanciosos, gratificantes, verdaderos y sinceros, como el contacto real, físico, apapachador y cercano.
Para abrir el alma es necesario, también, salir del encerramiento (no de la pandemia) en que nos confinan los ordenadores y móviles, que no permiten abrir el alma ni respirar aires nuevos y menos contaminados. En tiempos de Miguel de Unamuno no existían estos medios de comunicación (y de enorme distracción), pero él recomendaba salir al campo, subir las montañas y realizar expediciones con los amigos para compartir y conversar con mayor profundidad.
Leopoldo Gutiérrez Abascal, íntimo amigo de Unamuno, recordaba las “conversaciones profundas y sinceras” con que nutría su espíritu en esos paseos, pues al conversar con el filósofo lograba “purificar nuestros sentimientos y fortalecer nuestros anhelos”.
En una carta dirigida al pintor Francisco Iturrino, Gutiérrez Abascal refirió expresamente: “lo más interesante de las expediciones son los compañeros... Nada hay que junte más los espíritus que una expedición de unos cuantos días a través de montes y valles, por sitios de escasa población y de malas posadas... Hazlas siempre que puedas y si vas con Unamuno mejor que mejor: no tiene rival en eso de abrir almas; él tiene siempre abierta la suya”.
¿Abro mi alma? ¿Convivo en contacto con la naturaleza?
Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.