Epicteto fue un esclavo que nació en Hierápolis (ciudad situada donde hoy es Turquía) en el año 55 d.C., al cual liberó su amo, Epafrodito (quien previamente le había fracturado una pierna), y se convirtió en un eminente filósofo estoico, que insistió mucho en la dicotomía del control de que hemos hablado: hay cosas que dependen de nosotros, pero otras que se salen totalmente de nuestro control y debemos aprender a manejarlas emocionalmente.
Pongamos un ejemplo práctico para entendernos mejor: podemos controlar cómo respondemos a las críticas que se nos hagan, pero no podemos mantener control sobre lo que los demás piensen sobre nosotros. Teniendo esta premisa presente, es fácil que nuestra mente se adapte, asimile, o prevea, los resultados posibles para aceptarlos con la mayor ecuanimidad a nuestro alcance. De esta forma, se canalizan adecuadamente las energías para prepararse a los resultados incontrolables.
Además de Epicteto, fueron eminentes filósofos estoicos: Séneca, quien se centró en la Ética, y Marco Aurelio, un reconocido emperador romano. Sin embargo, otro emperador, Domiciano, expulsó a los filósofos de Italia, en el año 94, lo que hizo expresar a Epicteto: “No es de extrañar. A los autócratas les gusta más estar rodeados de áulicos (cortesanos) y militares que de filósofos y artistas”.
El estoicismo no ha sido muy bien comprendido, pues lejos de predicar una resignación lacrimosa y un espíritu de sumisión, lo que predica es el dominio de la insaciabilidad de nuestros deseos y de nuestra irrefrenable tendencia de querer siempre más. Lo que se debe buscar no es la fama y la fortuna, sino la práctica de la serenidad y la virtud; es decir, las emociones positivas.
Epicteto no pudo destacar como atleta físico debido a su cojera, pero desarrolló abundantemente el atletismo espiritual.
¿Cultivo este atletismo?