Son muchas las enseñanzas, consejos, máximas y virtudes aprendidas en los libros. En la obra La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, de autor anónimo, se cita el siguiente consejo dado por el ciego al joven confiado a su cuidado: “Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré”. Y el muchacho asentó: “Y fue así, que, después de Dios, éste me dio la vida, y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir”.
En el libro que citamos ayer, Memorias de Adriano, de Marguerite de Yourcenar, el Emperador compartió -como el ciego- importantes consejos y recuerdos, que son como avisos para vivir:
“No desprecio a los hombres. Si así fuera no tendría ningún derecho, ninguna razón para tratar de gobernarlos. Los sé vanos, ignorantes, ávidos, inquietos, capaces de cualquier cosa para triunfar, para hacerse valer, incluso ante sus propios ojos, o simplemente para evitar sufrir. Lo sé: soy como ellos, al menos por momentos, o hubiera podido serlo. Entre el prójimo y yo las diferencias que percibo son demasiado desdeñables como para que cuenten en la suma final. Me esfuerzo pues para que mi actitud esté tan lejos de la fría superioridad del filósofo como de la arrogancia del César”.
Indicó que no debemos desdeñar a ninguno, porque nadie es despreciable: “Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartiría conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa... En la mayoría de los hombres encontré inconsistencia para el bien; no los creo más consistentes para el mal”.
¿Atiendo los sabios consejos?