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LA RAMBLA

Cuando el show debe continuar

Fue el segundo de la noche en ocupar la esquina roja. La de la derecha. La del norte.

No había mucha afición. Sólo cerca de un millar, pero formaba parte de su sueño.

Salió de entre las cortinas de hule rojas que cubrían los desgastados vestidores del Parque Revolución el viernes pasado. Con la mandíbula ajustada, el rostro brillante por el sudor y la vaselina. La mirada seria, concentrada.

Como ocultando una sonrisa interna por ese sentimiento especial del debut; como si bailara, hasta que se pudiera confundir con el trote, de gusto, de felicidad.

Y quizá olvidó que su primo Luis Francisco le dijo un día antes desde Tijuana, por teléfono: ¡ahí te vas a acabar, en puro probar. No pelees, mejor vente para acá. No pelees, déjate de eso!

Tampoco recordó que a su mamá Obdulia y a su papá Cándido no les gustaba que practicara el boxeo. Pero lo hacía desde los 13 años, por eso peleó tantas veces, por eso ganó torneos, entrenó en el gimnasio del “Terrible” Morales en Tijuana y buscó al “Cholo” Rubio en Culiacán, para debutar.

Luis quería ganar los 3 mil pesos de paga y comenzar su sueño.

Aunque era de juvenil figura, se le notaba la fortaleza y el carácter. Subió confiado a su duelo y ante sí, tuvo a Ramón Lazcano, un culiacanense que casi le doblaba la edad. Espigado, corte militar, vestido con shorts verdes, de aspecto humilde, pero bravo.

Comenzó la pelea y el “Tino” tuvo más tino, más ímpetu; buscó y conectó los mejores golpes en el primer asalto; repeticiones de jab con izquierda, uno que otro volado o cruzado de derecha para completar castigo o imprimir temor al rival.

Tuvo movimiento de cintura, lanzó derechas e izquierdas. Entró y salió a placer. Rompió la estrategia con que Lazcano buscaba ganar, mantener la distancia y aprovechar sus largos brazos.

Llegó el final del primer round y Luis topó sus puños con Lazcano, como suelen hacer los caballeros del ring para dejar en claro que, a pesar de los golpes, no hay rencor.

Y Luis en el segundo se mostró aún mejor: erró muy poco y le inyectó potencia a sus golpes; le dio en el tronco, a los costados y en la cabeza, en la frente, las mejillas y la mandíbula. Pum, pac. Pum, pas. Pum, pum.

En ese episodio el “Tino” ya lo tenía, lo castigó y las piernas delgadas de Lazcano estuvieron cerca de doblarse, pero éste utilizó su última porción de energía para huir, para alejarse del castigo y halló cobijo con el tilín tilín de la campana que marcó el final de los tres minutos.

Lugo la volvió a “toparse” con Lazcano.

Ya en la esquina, la mirada de Lugo Quintero era diferente. Jaló aire y algo pareció dolerle, recuerda Jacqueline, su prima.

El second destapó una botella de agua helada, le humedeció la cabeza y le hizo temblar. Un cambio brusco, un cambio que pareció doler más en la cabeza, en la sien, en el lugar donde se frunce más el ceño.

El agua con el sudor recorrió el torso del pugilista, algo se le detuvo en su elegante short negro, con franjas amarillas a los costados, y el resto se regó en la lona. El “Tino” se golpeó entre sí los guantes y saltó al ring una vez más.

Todos esperaban verlo terminar con el rival, pero algo pareció ir mal, más que su rival, algo en él mismo. Tuvo una hemorragia en la nariz, sangre que aspiraría en el descanso. Ya no se veía tan bien, como al principio. Algo le molestaba, pero aún así continuó castigando a Lazcano, eludió los volados, golpeó al cuerpo y le cimbró la cabeza. Pum, pac. Pum, pas. Pum, pum.

Ya en el cuarto round, aunque bien comenzó, el público le tomó cariño al poco efectivo Lazcano, más por sus ganas. Y el júbilo lo alentó, lo lanzó hacia adelante, aunado a que el “Tino” iba disminuyendo de algo que no se veía.

El último minuto fue crucial: Luis intentó reaccionar, pero no pudo, algo andaba bien.

A 15 segundos del final, Lazcano acorraló a Lugo en su propia esquina: en toda la noche no había mostrado tanta eficacia en la pelea en corto. Jab, cruzado, volado, gancho, arriba, abajo.

Luis parecía noqueado y detrás de su cabeza brillaba la luz ámbar, que anunciaba que faltaban 10 segundos para el final.

Era el último round, era obvio que Luis iba ganando, pero le estaban dando demasiado Por eso el réferi Olegario Madueño dudó, porque si la paraba, Luis perdería por nocaut en su debut, y si aguantaba, ganaría la decisión.

Y Luis aguantó, y por eso Luis ganó.

Tras el campanazo final, tuvo que ser ayudado para sentarse en el banco al término de la pelea. Echó la cabeza hacia atrás, se sentía adolorido y parecía molestarse por las punzadas en la nuca. Se acercó varias veces su guante derecho a la zona, apretaba la mandíbula y cerraba con fuerza los ojos.

Le echaron agua, una y otra vez más. Las edecanes entregaron las papeletas al titular de la Comisión de Boxeo local, Carlos López Márquez, las leyó y dio su veredicto impreso en un papel de color amarillo: 38-37, 38-37 y 39-37, el vencedor, por decisión unánime, ¡Luis “Tino” Lugo Quintero!

Pero el “Tino” ya no pudo festejar. El “Cholo” Rubio intentó ayudarle a ponerse de pie, pero las piernas de Luis ya no tenían fuerzas y su mirada poco a poco se perdió; lo recostaron, desabrocharon sus zapatillas, se las quitaron. También los guantes.

El doctor Javier Conde lo examinó, intentó hablarle y poco a poco la respuesta era menos. Cerca de 20 minutos después llegaron un par de socorristas de la Cruz Roja. Al “Tino” le colocaron un collarín, lo sujetaron a una camilla y se lo llevaron entre el aplauso del público.

A Luis se le escurrió una lágrima, que se perdió en el sudor de su rostro, cuando cruzaba por ring side.

Cerca de media hora después, la Comisión de Box y Lucha del Municipio de Culiacán decidió que el show debía continuar.

“Les informamos a los aficionados que el boxeador Luis ‘Tino’ Lugo Quintero está bien, sólo sufrió un golpe de calor”, gritó el anunciador oficial e hizo que algunos sintieran alivio y hasta se persignaran.

Sin embargo, el reporte de la Cruz Roja señaló que los socorristas recibieron el llamado a las 22:16 horas, que su bitácora de folio 127-7447, detalló que el joven presentó contusiones en pecho, abdomen y cráneo, que llegó inconsciente, pero con buena ventilación y presión normal, ningún síntoma, según los paramédicos, de un golpe de calor.

“De la Cruz Roja lo llevaron de inmediato al Seguro Social”, recordó después Jacqueline, prima de Luis, quien lo empleaba en una carreta de mariscos en la colonia Sinaloa.

“Ya cuando salieron los doctores, dijeron que tenían que hablar con un familiar, porque le iban a hacer un estudio en la cabeza, porque no sabían si tenía problemas cerebrales, porque lo sacaron de allá mal”.

Después de ocho días y 159 horas conectado a un respirador, Luis falleció el 28 de junio de 2008.

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