La fiesta de Navidad ya no incomoda, porque dulcificamos y enternecimos el relato. Las escenas del pesebre han creado una imagen sensible, pero no cuestionadora.
Es cierto que decimos que el niño nació pobre y su alumbramiento tuvo lugar en un pesebre, pues no había posada en ningún lugar. Subrayamos que el evento pasó desapercibido para los magnates del mundo, salvo el celo de Herodes por la profecía del nacimiento de otro rey.
La narración es romántica y subyugante; empero, no interroga ni interpela nuestro actuar cotidiano.
Esta veta es la que retomó Dostoievsky en su cuento El árbol de Navidad, donde cuestionó aspectos psicológicos y sociológicos, así como el contexto religioso, espiritual, económico y político de su tiempo.
En una gran ciudad, un niño de 6 años se muere de hambre y da la enésima vuelta al jergón donde desfallece su madre. Toca el rostro de su progenitora y se asusta de que esté tan frío como la pared, pero lo atribuye al riguroso clima sin percibir que ha fallecido.
El niño sigue teniendo hambre, los dedos de las manos y de los pies comienzan a congelársele. En la calle reina gran algarabía, la gente grita y corre. A través de los escaparates, el niño contempla comida, pasteles, almendras y árboles multicolores. Cuando logra entrar a una casa, se le echa inmediatamente dejando un kopeck (pequeña moneda) en su mano. Sin embargo, sus dedos ya no pueden coger la monedita y resbala por una escalera.
Finalmente, el niño logró encontrar refugio detrás de una pila de leña. Ya no tenía frío y durmió profundamente. Cuando despertó estaba con su madre en casa de Jesús, donde “hay siempre un árbol de Navidad para los niñitos que no tienen árbol propio”.
¿Me cuestiona la Navidad?