El modelo Madueña

Dio un paso adelante y animó la elaboración del llamado Nuevo Modelo Educativo UAS 2022 que nos dicen coordinaron los universitarios Armando Flores Arco y María Concepción Mazo Sandoval

El doctor Jesús Madueña, Rector de nuestra máxima casa de estudios, dio un paso adelante y animó la elaboración del llamado Nuevo Modelo Educativo UAS 2022 que nos dicen coordinaron los universitarios Armando Flores Arco y María Concepción Mazo Sandoval y que representa el mayor esfuerzo estratégico que hayamos visto en los siete últimos rectorados.

Hasta ahora, los esfuerzos habían estado en la tónica de enderezar el rumbo hacia los lineamientos que establecían las sucesivas políticas en materia de educación superior de Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto y/o se ordenaban las piezas de los grupos políticos organizados en la centenaria casa de estudios.

Es decir, había poco espacio para que las potencialidades de la institución se expresaran y salieran de esa matriz, que, por un lado, imponía el modelo neoliberal en la materia, expresado en la utilización óptima de un recurso escaso orientado a lo que se consideraba estratégico y esto era, la rentabilidad, por encima de la vocación humanista.

Sin embargo, como bien lo señala el nuevo modelo, no significa autarquía sino integración académica, recoge los lineamientos de la nueva Ley General de Educación Superior de los que destaco su filosofía: “la formación de un universitario integral y con amplio sentido humanista; que desarrolle habilidades de pensamiento crítico, creativo e innovador, que tenga en el centro de su formación la comprensión de los fenómenos económicos, políticos, sociales y culturales, y que coadyuve desde lo local y lo global, al desarrollo de la sociedad a la que pertenece”.

Pero, no se queda en ello, en este documento de 110 páginas que exige al que lo lee la paciencia de Job y unos conocimientos previos de gestión en materia de educación superior, está basado en la teoría de sistemas y el constructivismo, donde prevalece el principio unificador de que todas las unidades que comprende un sistema educativo, nada queda suelto, y sí en cambio, plantea grandes desafíos para quienes serán los operadores de este modelo que resulta muy ambicioso en una universidad que, si bien no ha estado estancada, la ausencia de un reforma continua dificulta aún más, porque exige romper con inercias, agentes y rutinas del modelo vigente.

El modelo exige un cambio gradual que debe empezar por una renovación generacional en los cargos directivos de TODA la universidad y que esa generación que está alcanzando visibilidad en el mundo de la ciencia, las tecnologías, la cultura, los deportes y, en especial, en el terreno de la educación sean los artífices de este cambio que propone el grupo dirigente de las UAS.

Bien califica la maestra María Elena Herrera Bustillos -una de las expertas más importantes que tenemos en materia de reforma universitaria- cuando señala sin complacencia alguna los desafíos que entraña un modelo elaborado en y para la UAS:

“El modelo educativo”, dice enfática, “tiene todos los lineamientos y orientaciones que están asociados a las tendencias, a la Ley General de Educación Superior, al Sistema de Evaluación y Acreditación de la Educación Superior, pero esas grandes tendencias requieren de actores que interpreten correctamente la obra, es decir, que interpreten correctamente el Modelo Educativo y esto implica que cambien sus prácticas, orienten sus prácticas hacia un modelo más centrado en los aprendizajes significativos de los estudiantes”.

Ahí está el quid de la cuestión, los agentes, la interpretación y puesta en práctica. Indispensable en todo proceso de reforma universitaria y la exigencia de cambiar a quienes solo pueden hacer lo que han hecho siempre, que están oxidados en las direcciones, aulas y cubículos y solo administran la inercia, las rutinas, la grilla, incluso, que responden solo a quien lo puso en el cargo.

Y es que el modelo es literalmente una oferta de revolución y para que esa revolución educativa surta efecto, es necesario que haya revolucionarios, dispuestos hacer el trabajo fino de la reforma en rectoría, las facultades y escuelas.

Eso debe significar que haya conocimiento, deseo y pasión por la Universidad con todo lo que ello implica de sacrificio y ejercicio cotidiano de prueba y error, hasta lograr ese perfil ideal, ese hombre o mujer universal, que describe el nuevo modelo.

O sea, el tamaño del planteamiento reformista pone en el centro el tema del poder en la máxima casa de estudios, pero no en el sentido de siempre, donde, recordemos, un grupo disputaba a otro el control político de la institución, como lo vimos hace unas semanas en la disputa cuenista versus rochista, sino llevar a cabo la tarea con todo rigor, el poder asociado al conocimiento y a las capacidades y voluntad de los agentes de cambio.

Sé que para muchos sonará utópico, imposible, que la Universidad se autorreforme y modifique gradualmente, pero basta ver que cuando las reformas son con profundidad conlleva necesariamente el problema del poder.

Pregunto ¿quién de la generación a la que pertenezco se imaginaba que aquella reforma política de 1978 y las ocho reformas electorales posteriores traería consigo los procesos de alternancia y distribución del poder vivido en lo federal y local?

De ese tamaño es el gradualismo, el poder del reformismo y la contundencia de los cambios, incluso los que hoy pretenden dar reversa en lo alcanzado.

Se dirá, claro, que no es lo mismo sistema político que un sistema universitario y, quizá sea cierto, solo que en ambos la idea de la reforma abre una caja de Pandora que no podemos despreciar con nuestros prejuicios como ya lo hicieron algunos que ven en este intento, para mi gusto serio, una posible simulación que busca engañar dentro y fuera de la Universidad.

Hay motivos suficientes para ser escépticos, sin embargo, la oferta no es nada despreciable y hay que tomarle la palabra al Rector y exigir a sus promotores una ruta crítica con un calendario específico para que, como establece el planteamiento, no solo ser puesto en marcha, sino también sujeto a evaluación periódica, solo así podremos sacudirnos o afirmar nuestro escepticismo y dar una oportunidad a la esperanza y alejar aquella idea peregrina, hoy menos viable que nunca, que basta un manotazo del Gobernador o de la Secretaría de Hacienda sobre la mesa para que de inmediato cambie la Universidad, cuando en realidad cambiaría un grupo por otro.

Entonces, el planteamiento debe socializarse en escuelas y facultades, despojándole del lenguaje técnico y hacerlo más asequible a los universitarios, esa quizá será la primera tarea que es necesario realizar para empezar la siguiente o simultánea, que es el relevo generacional en los cargos directivos y establecer la ruta crítica que habrá de llevar a la UAS a otro estadio en su función educativa.

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