El ‘reality’ presidencial

Ernesto Núñez Albarrán
    @chamanesco / Animal Politico / @Pajaropolitico
    El problema no es, únicamente, que se hayan adelantado los tiempos y que la ley electoral haya pasado a ser letra muerta; sino que esos tiempos se llenarán con muy poca inteligencia y un caudal infinito de escenas que no necesariamente teníamos ganas de ver.

    Marcelo Ebrard aborda un ‘vochito’ eléctrico que le regaló su esposa, Rosalinda Bueso, para ir a visitar a la maestra que le enseñó a leer y escribir hace más de 50 años. Luego, hace una propuesta absurda: promete que creará la secretaría de la “Cuarta Transformación” para que la dirija ‘Andy’, el hijo del Presidente. Días después lo veremos ordeñando una vaca, bajando con dificultad de una lancha o comiendo en un restaurante.

    Claudia Sheinbaum nos enseña que sabe comer tacos, con su limoncito, su guacamole y su cebollita. Nos muestra una foto con su novio, otra con su nieta y parte una docena de pasteles en su cumpleaños 61. Bajo instrucciones de sus ‘spin doctors’, se esfuerza en demostrar que ya aprendió a sonreír y abrazar con naturalidad.

    Al serio Adán Augusto López de pronto se le ve muy a gusto con sombrero de charro, con collares de flores que le desbordan el pecho, y atuendos en la cabeza que incluyen flores, panes y listones multicolores. En su afán por caer bien se deja filmar comiendo una torta ahogada en Guadalajara, firmando camisetas, besando señoras o cargando un gallo en San Luis de la Paz.

    Ricardo Monreal ha decidido actuar su vida cotidiana, para crear el ‘Monreality’, un reality show sobre el reality presidencial en el que se ha enfrascado. Ahí lo hemos visto peinarse en un traslado carretero, comer carnitas, espantarse por el precio de un sombrero de 50 mil pesos, revisar sus mensajes mientras su esposa se maquilla, y darse una acicalada en el baño de un restaurante caminero. La familia Monreal ha decidido subirse al ‘Monreality’ y mostrar hasta los más pequeños detalles del lado B de la precampaña que no es precampaña.

    Manuel Velasco tuvo que suspender su gira proselitista por un accidente que dejó noqueada a Anahí, su popular esposa. Como no puede hacer campaña, decide irse a un parque a hacer ejercicio y grabar un video mostrando sus bíceps. El “güero” Velasco es incapaz de recordar tres libros que lo hayan inspirado -en una entrevista con Julio Astillero-, pero sí que puede hacer fondos y barras sin camiseta, correr varios kilómetros ante una Go-Pro y tomar clases de boxeo con profesionales.

    Gerardo Fernández Noroña es quizás el más genuino de todos. Para un político que ha hecho de su carrera un ‘reality’, el ‘reality’ presidencial 2023 le resulta pan comido. Sólo basta con ser él: hablar con naturalidad, decir siempre lo que piensa, ser políticamente incorrecto, intercambiar libros en una plaza pública, conectarse a una video-charla todos los días a las 6 de la tarde, y sonreír al lado de su colección de peluches: changos, leones y los ya populares ‘noroñitas’.

    En apenas una semana, las precampañas adelantadas de Morena han dejado una escasa cosecha de propuestas o discursos políticos memorables, y una infinita colección de ocurrencias. No hay debate de ideas, pero sí miles de bardas, anuncios espectaculares, publicidad en autobuses y parabuses, y un sinfín de utilitarios repartidos en mítines: gorras, camisetas, vasos de plástico, banderines, tortilleros que, como cada seis años, irán a dar al cesto de la basura.

    Y esto es así porque el método de la encuesta y las restricciones de la legislación electoral hacen que, en la precampaña que no es precampaña, se premie la popularidad y no la inteligencia. Con un método así, ganará quien sea más prolífico en ocurrencias y chistosadas, no quien proponga el mejor rumbo para el próximo sexenio.

    La encuesta es un concurso para saber quién es el más conocido, no un certamen de oratoria ni, mucho menos, una pasarela para saber quién es la persona mejor preparada para gobernar.

    A la naturaleza de los estudios de opinión se suma una legislación electoral imperfecta que, por un lado, prohíbe estrictamente lo que está ocurriendo -al marcar claramente que las precampañas presidenciales deben comenzar hasta la tercera semana de noviembre-, pero, por otro lado, deja abiertas rendijas para la simulación.

    Con el eufemismo de Coordinador de Defensa de la Transformación, Morena convenció a la Comisión de Quejas del Instituto Nacional Electoral de que es posible pasar las precampañas adelantadas como “actividades partidistas ordinarias”, aunque con ciertos límites.

    Límites que censuran la propuesta, el llamado explícito al voto, el necesario debate sobre el futuro del país después de 2024 y el contraste de plataformas de gobierno.

    Es paradójico que, con sus medidas cautelares del 17 de junio -que pretendían acotar la anticipada campaña presidencial- se haya terminado por limitar el debate político y premiar la ocurrencia y el disparate.

    ¡No debatan ideas ni plataformas, ni mucho menos se les ocurra presentar propuestas de país!, ha ordenado el INE a las llamadas “corcholatas”. Y, en cambio, la autoridad electoral promete hacer lo que no ha logrado en más de dos años: hacer que Claudia, Marcelo, Adán Augusto y Monreal rindan cuentas de sus gastos... eso sí, vía su partido.

    Y lo peor está por venir...

    A las seis “corcholatas” del oficialismo muy pronto se sumarán una veintena de aspirantes de la oposición, cuyos dirigentes partidistas lograron redactar el eufemismo del eufemismo.

    Si Morena convocó a elegir mediante una encuesta a la persona “coordinadora de la defensa de la transformación”, PAN, PRI, PRD y eso que llaman “sociedad civil” se aprestan a elegir mediante encuesta y primarias al “responsable nacional para la construcción del Frente Amplio Opositor”.

    O sea, lo mismo que Morena, pero con menos imaginación y originalidad.

    En unos cuantos días abundarán en redes sociales las Xóchitls andando en bicicleta, las Lillys dando “clases de ortografía”, los Silvanos ensombrerados y quizás bailando, los Creels intentando demostrar que un abogado con formas del Siglo 18 puede ser simpático en el Siglo 21, las Beatrices y Claudias desmarcándose a como dé lugar de la marca PRI; los Enriques, Ildefonsos y Gurrías tratando de convencer de que el neoliberalismo era el mejor de los mundos, y los Gustavos afirmando que es tiempo de que un empresario se haga cargo de la política.

    El problema no es, únicamente, que se hayan adelantado los tiempos y que la ley electoral haya pasado a ser letra muerta; sino que esos tiempos se llenarán con muy poca inteligencia y un caudal infinito de escenas que no necesariamente teníamos ganas de ver.

    Proliferarán las bailadas, las cantadas, los gallos, los bastones de mando, los collares de flores, los tocados de pan en la cabeza, los tractores, las lanchas; los caballos, mulas, burros y bicicletas; los momentos “espontáneos” en familia, los besos, abrazotes, caminatas, asoleadas; tortas, tacos, tamales, quesadillas, atoles, mezcales, caballitos de tequila...

    La ocurrencia será tan rica y folclórica como lo es la cultura popular de México, un país que -mientras tanto- se quedará esperando ese necesario debate sobre qué vamos a hacer después del lopezobradorismo.

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