La narración bíblica de la creación comienza diciendo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Asimismo, señala que la tierra era un caos y Dios empezó a poner orden creando la luz, separando las aguas, fertilizando la tierra, colocando las lumbreras del cielo (sol y luna), creando los diferentes seres vivientes, hasta que culminó forjando al género humano.
El relato es pedagógico; sabemos que tiene raíces y coloraturas míticas, pero lo que desea subrayar es que Dios es el creador y principio de todo. Empero, reflexionando sobre este texto, Savater afirmó que lo que está en el principio de todo es la muerte: “En el principio está la muerte. No hablo del principio del cosmos, ni siquiera del principio del caos, sino del principio de la conciencia humana. Uno se vuelve humano cuando escucha y asume -nunca del todo, siempre a medias- la certeza de la muerte”.
Sí, tenemos la certeza de que vamos a morir, pero el cómo, el cuándo, dónde, de qué y con quién permanecen en la incertidumbre. Mis achaques, enfermedades, el paso del tiempo, así como el fallecimiento de familiares y personas cercanas son como un preámbulo de mi muerte, pero no logran desvanecer el misterioso velo que cubre mi propia desaparición, disolución, o como le queramos llamar.
Escribió Savater: “no sé lo que es morir por mucho que la muerte de lo amado me prevenga. No sé lo que es morir, pero sé que voy a morirme. Y nada más. En esa certeza oscura se despierta antes o después nuestra conciencia y allí queda pensativa”.
Por tanto, afirmó Savater: “las muertes de los que amo son algo así como ensayos o aperitivos de la mía, sus aledaños previos”.
¿Asimilo los ensayos que anticipan mi propia muerte?

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