Entre la moral pública y la política

ALDEA 21

    Para el escritor y politólogo norteamericano Michael J. Sandel, la idea central de la filosofía pública según la cual organizamos nuestra vida es que la libertad consiste en la capacidad de elegir nuestros fines por nosotros mismos. Por lo que explica que la política no debería tratar de formar el carácter ni de cultivar la virtud de sus ciudadanos, puesto que, si lo hiciera, estaría “legislando sobre moral”. El Estado no debería ratificar – con sus políticas o sus leyes- ninguna concepción determinada de la vida buena, sino proporcionar un marco neutral de derechos, dentro del cual las personas puedan escoger sus propios valores y fines.

    Por filosofía pública, explica Sandel, se entiende como aquellos dilemas morales y cívicos que animan nuestra vida pública y abordan las cuestiones éticas y políticas más controvertidas de nuestro tiempo, como la discriminación positiva que se refiere a políticas sociales orientada a mejorar la vida de grupos que hayan sufrido históricamente discriminación, con el objeto de lograr una mayor igualdad, como el de ponderar derechos de las mujeres por encima del de los hombres, otro podría ser la aprobación del aborto como decisión exclusiva de una sola persona, igual las características singulares de los derechos de los homosexuales, los permisos para contaminar, los límites morales del mercado, entre otros ejemplos que son parte de la preocupación y discusión pública en tanto que nos conciernen en un sentido moral de aprobación o desaprobación según nuestros criterios de lo bueno y lo malo.

    Ahora bien, la conformación moral de la vida pública determina nuestro comportamiento y los objetivos tanto individuales como colectivos, debido a la dinámica social en la que participamos; se rige, digamos, por preceptos morales que dan cauce a los resultados de una realidad producto del comportamiento social. Como sabemos las decisiones que a diario tomamos derivadas del rol que nos toca desempeñar, están respaldadas por criterios del bien y el mal, en función de ello se construye una realidad de consecuencias que bien pueden ser a favor o en contra de la comunidad en la que vivimos.

    Como secuela de la situación en México, un ejemplo del peso de la moral pública puede identificarse en el fenómeno electoral que simbolizaron las elecciones del 2018 y el 2021, tanto para los que representan el antiguo régimen, como para los que dicen representar la Cuarta Transformación. También se les conoce ahora como conservadores y liberales, o de pensamiento político de derecha o de izquierda, ambos defienden y entienden a la libertad y la democracia a su modo.

    Según Sandel, los primeros suelen estar en desacuerdo con el Estado de bienestar y sus programas de prestaciones públicas y ayudas sociales para los pobres, los consideran una forma de caridad coactiva que vulnera la libertad de las personas para elegir qué hacer con su propio dinero, en cambio los segundos defienden que el gobierno debe garantizar un nivel digno de ingresos, vivienda, educación y atención sanitaria para todos los ciudadanos, alegando que quienes se ven asfixiados por la necesidad económica no son verdaderamente libres para elegir.

    Estas dos formas de ver, pensar y atender la vida pública tiene al menos 150 años presentes en países como el nuestro, y aunque históricamente han sido antagónicas, coinciden en que la libertad depende del sentido ético de la participación ciudadana en el autogobierno, en la forma en que desde lo individual nos implicamos en la vida pública, más allá del sufragio y la intención discursiva, para que los asuntos que involucran el bien común tengan presencia en el destino de nuestras comunidades.

    Tenemos entonces dos realidades, una construida por la clase política desde la planeación teórica y abstracta en el gobierno, y otra desde la realidad del hecho social que se construye en la práctica diaria entre conciudadanos. Una realidad que se entiende desde el ámbito de una clase política ya sea de izquierda o derecha, y otra desde una realidad comunitaria, planos diferentes en los que se toman a diario decisiones en función de criterios y valores distintos.

    Esta falta de coherencia entre los que gobiernan y la ciudadanía, dio como resultado todas las formas de disfunción social que ahora se padecen, pues mientras la clase política toma decisiones bajo criterios que garanticen la permanencia de sus intereses, el resto de la sociedad actúa desde su propia realidad, sobre todo cuando las instituciones públicas han dejado de garantizar su seguridad y bienestar. Si bien parecieran ser opuestas, la moral pública y la moral política comparten valores que se deterioran en ambos planos ante la necesidad de sobrevivir la descomposición social.

    El discurso de la vida pública y el de la clase política vocalizan narrativas diferentes. Aunque cada mañana el Presidente López Obrador sostenga en sus palabras los objetivos históricos y morales de la 4T, en las ciudades y gobiernos locales se reproducen interpretaciones que resultan en pequeñas farsas con nuevos actores para que todo siga igual, mientras en la sociedad la población reacomoda, entre sus iguales, su propia filosofía pública para sobrevivir.

    Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo viernes.

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