Hemingway: el súper hombre suicida (2)

BUHEDERA

    Esta historia de tragedias, las cuales se podrían asociar a un entorno romántico conocido en el mundo del arte, llega a un mismo punto nada literario llamado hemocromatosis, una enfermedad genética descrita como un desorden del metabolismo del hierro asociada a la sobrecarga de este micronutriente inorgánico.

    La imposibilidad de metabolizar el hierro, acumulado en grandes cantidades depositadas en varios órganos como el corazón, cerebro, hígado y el páncreas, lleva a quien lo padece a un deterioro físico que, por ende, afecta al estado mental; sin embargo, si se detecta de forma temprana, se puede tratar, pero a Ernest Hemingway le detectaron esta enfermedad, común en personas de ascendencia europea, seis meses antes de que se quitara la vida.

    No habrá nunca una respuesta directa ni objetiva a la muerte del escritor... y quizá no haga falta con títulos que inmortalizaron su figura y lo convirtieron en un icono de la cultura y el arte en el Siglo 20. “En nuestros juegos deportivos”, escribió Hemingway en Muerte en la tarde de 1931 sobre las corridas de toros:

    “No es la muerte la que nos fascina, la muerte cercana, que es preciso esquivar; sino la victoria, y es la derrota, en lugar de la muerte, lo que tratamos de evitar. Todo ello tiene un simbolismo muy lindo; pero hacen falta más cojones para entregarse a un deporte en el que la muerte es uno de sus ingredientes”.

    Hace unos días, en un reciente reportaje a la señora Valerie Daby-Smith, mundialmente conocida como Valerie Hemingway, quien fuera secretaria de Ernest y posteriormente esposa de Gregory, el hijo menor del escritor, la periodista Angie Palacio del periódico La Patria.com de Medellín (Colombia), le preguntó: ¿Por qué se suicidó Ernest Hemingway?

    Valerie contestó: “Creo que fue por tres razones: porque el deterioro de su salud no le permitía escribir, porque no aceptaba la decadencia del cuerpo y porque la revolución lo obligó a abandonar Cuba. Pensar que no podía volver le causó una gran depresión. Además varios miembros de su familia lo habían hecho”.

    Tengo la certeza que Valerie no dice todo lo que sabe y es posible que guarde su confesión por el resto de sus días. Nadie como ella conoce la verdad sobre los últimos años del novelista.

    El otro misterio es el legajo médico de la Clínica Mayo que aún permanece prohibido. Después vendrá si el destierro en Idaho fue oportuno, el abandono de persona la gran incógnita, la tardanza en confirmar si accidente o suicidio y eso de que “varios de su familia habían hecho lo mismo”.

    Los dos últimos años de Hemingway fueron terribles. ¿Hemingway se suicidó aquel 2 de julio o ya estaba muerto antes? En mi razonamiento la Clínica Mayo y la política mezclaron el veneno.

    Pregunto: ¿por qué el doctor Saviers no autorizó que Hemingway continuara su tratamiento en el instituto del doctor Cattell en Hartford? Como bien expresa Meyers: “En algunos casos como el de Hemingway el uso de electrochoques empeora la enfermedad”.

    Herrera Sotolongo no fue menos agudo: “Le hicieron polvo con los condenados electrochoques en esa Clínica Mayo”. Y el doctor Cattell confirma la sentencia cuando le dice a Mary: “Es preferible que aparezcan noticias de su marido ingresando en la clínica de Connecticut, que no en las primeras páginas de los diarios lamentando el suicidio”.

    ¿Por qué no hablar de abandono de persona? ¿Por qué no decir que la familia desertó? ¿Por qué no aceptar que el silencio es el suicidio?

    El aspecto político también resulta polémico. A Hemingway lo balearon por la espalda los grupos conservadores de la sociedad aristocrática, y cierto sector de la mafia que no veía con buenos ojos al escritor asimilado con las costumbres comunistas. El FBI y la CIA no fueron ángeles en este asunto. Nadie niega que el delirio persecutorio de Hemingway estaba a flor de piel, pero su locura no fue tan extrema como para no darse cuenta del aparato montado en su contra. La hipocresía del sistema y la desidia se vistieron de luto en el entierro y solamente la paz del sepulcro tuvo el alegato de un ser que murió como vivió: en peligro, en soledad, en constante aventura.

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