La columna que no hubiera querido escribir

    El Presidente me obliga a hablar de algo que no quisiera, no porque haya nada que ocultar, sino porque he tenido que vivir con ese doloroso recuerdo por dos décadas. Revivir esa tragedia con el único motivo de desprestigiarme me parece probablemente lo más bajo que un ser humano puede hacer en la vida pública. El Presidente ha incurrido en esta bajeza por motivos que me parecen muy claros.

    Comienzo por agradecer el apoyo que he recibido de tantos amigos, colegas, organizaciones y ciudadanos que me han hecho sentirme respaldada y acompañada ante la situación que hoy debo relatar, a mi pesar. Me faltan palabras para describir el dolor por lo que ha hecho el gobierno en mi contra, pero también la alegría de saber que no estoy sola.

    No quisiera estar escribiendo este artículo. Lo hago con cierto temor, porque López Obrador ha mostrado una y otra vez su disposición a usar sin límite el aparato del Estado para dañar a quienes él llama “sus adversarios”. Muestras de ello hay muchas. La lista de personas atacadas por el Presidente es, tristemente, muy larga.

    Mi caso no es el más grave de los que han ocurrido en este sexenio en el que han sido asesinadas más de 186 mil personas, 44 periodistas y cientos de activistas. La indolencia presidencial ante esto ha sido increíble. Su incongruencia vuelve a ser patente. Ante cada episodio doloroso que hemos vivido en este sexenio repite que no hay que lucrar políticamente con la tragedia, pero él lo hace sin empacho. Aprovechó la experiencia más dolorosa de mi vida y de mis hijos para hacer creer a la opinión pública que la muerte de mi esposo no ocurrió de manera accidental. Paradójicamente, fueron las autoridades capitalinas, entonces encabezadas por el propio Presidente y su procurador Bernardo Bátiz, quienes supuestamente cedieron a mi influyentismo y procedieron a la alteración de documentos para que yo pudiera cobrar la pensión a la que tenía derecho. Si eso ocurrió, como el Presidente dice en su libro, quienes cometieron una falta fueron él y su procurador. Por cierto, el propio Bátiz declaró ayer nunca haberme visto personalmente.

    El Presidente me obliga a hablar de algo que no quisiera, no porque haya nada que ocultar, sino porque he tenido que vivir con ese doloroso recuerdo por dos décadas. Revivir esa tragedia con el único motivo de desprestigiarme me parece probablemente lo más bajo que un ser humano puede hacer en la vida pública. El Presidente ha incurrido en esta bajeza por motivos que me parecen muy claros.

    Castiga los años de trabajo de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad que ha documentado cientos de actos de corrupción de sexenios pasados y del suyo, sin importar de qué partido eran los responsables.

    A esto hay que sumar la reciente publicación de mi libro “Los puntos sobre las íes”. Unas horas después de la presentación del libro, empezó la campaña en mi contra con la vileza que he descrito. A diferencia de sus acusaciones infundadas, en los trabajos de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad y en mis propios escritos, la regla siempre ha sido poner al frente las evidencias: un documento, un contrato, una base de datos, una referencia, un testimonio.

    Utilizar recursos públicos para crear una página en el sitio oficial del Gobierno de México y difundir documentos sobre mi familia, que en nada prueban la acusación presidencial, no es transparencia, como él afirma. Es violación del derecho a la privacidad.

    Qué fácil es encontrar información personal de los “adversarios del Presidente”, y qué difícil es obtener información sobre las obras públicas y compras gubernamentales que, amparadas en el supuesto de “seguridad nacional”, se esconde a los ojos ciudadanos. Tal vez eso es lo que cala, que las evidencias muestran, como dice el subtítulo de mi libro, que el legado de este sexenio es que mintió, robó y traicionó.

    Platón decía que la estatura de un hombre se mide por lo que hace con el poder que se le ha otorgado. Esa es la única vara con la que yo quiero medir. El gobierno de López Obrador tuvo todo para ser un buen gobierno. No lo fue. Los resultados de su gestión están a la vista por más que desde las mañaneras de Palacio Nacional la realidad se pinte diferente. Lo que hemos vivido cientos, miles, millones de mexicanos es a un Presidente indolente ante el sufrimiento ajeno.

    Nunca he querido personalizar mi crítica a López Obrador porque a un gobernante no se le evalúa por si nos cae bien, sino por su conducta. Pero ahora debo hacerlo.

    Señor Presidente: ha logrado amargarme profundamente con sus mentiras, pero no logrará silenciarme con sus calumnias tan infundadas como indignas de su investidura. Mi trabajo y el de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad no pararán.

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    amparocasar@gmail.com

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