Eso es lo que está en disputa a la luz de la publicación de la nueva Ley General de Educación Superior en el Congreso de Sinaloa que obligaría a la UAS a mayor democracia y transparencia: el control financiero de una nómina que ronda los 170 millones de pesos mensuales, un presupuesto anual de miles de millones y una estructura poderosa y funcional que ya ha empezado a movilizarse en “defensa de la autonomía”. Por eso, lo que viene no es una batalla política más, sino una guerra que confrontará al Gobierno del Estado con la segunda estructura política más importante del territorio sinaloense: la del cuenismo a través de las siglas de la UAS y sus voceros. Una guerra que se definirá en las alianzas y rupturas del próximo proceso electoral de 2024.

    La UAS, como universidad que es, no puede ni debe ser un proyecto político. Y ahora lo es, es innegable. Tampoco debe tener dueño(s) que la vean como su patrimonio. Y ahora los tiene. Los datos duros lo confirman así: 63 por ciento de su nómina se paga a los militantes de un partido político, el Partido Sinaloense (PAS), fundado por un ex Rector Héctor Melesio Cuén Ojeda, que gobernó la Universidad hace 15 años y que la sigue gobernando ahora a través de terceros, muchos de ellos compinches y familiares.

    Cuén Ojeda lo niega y argumenta que él rescató a la Universidad del caos en que la tenía metida la izquierda más trasnochada. Tiene razón, sí la rescato y en su momento esa acción le valió el reconocimiento de propios y extraños. Pero la generosidad le duró bien poquito, el cordero resultó lobo y terminaron por quedarse, él y su grupo, con el control de la institución educativa más grande del estado. Hoy la UAS es una universidad con estabilidad política y laboral, acreditada en la mayoría de sus programas educativos y en franco crecimiento estudiantil. El mantra que se repite dentro es que la UAS es una escuela con “calidad”. Pero esa discutible calidad no es sinónimo de libertad.

    Porque una universidad, pública o privada, no es tal si no es libre. “Universidad” viene de universalidad, de comunidad. Nada más contradictorio a esa idea que la visión unipersonal y el culto al líder que ahora se profesa en las más altas estructuras de la UAS por “El Maestro”.

    Pero Cuén no es ya el único dueño de la UAS, como lo hemos documentado una y otra vez en Noroeste. Una década después, la UAS funciona en muchos sentidos como una gran agencia de colocaciones y reparto de prebendas (académicas, económicas y políticas) para quienes comparten el “proyecto” -así le llaman entre ellos a la militancia pasista- y, sobre todo, para quienes aportan tiempo y dinero para construirlo. El dato que lo explica es que los 3 mil 335 trabajadores de la UAS que fueron fundadores del PAS en 2012, apenas tres años después de que Cuén dejara la Rectoría, ganan hasta 38 por ciento más que el salario promedio de un trabajador no militante.

    Es decir, la lealtad y la militancia se recompensan en el recibo de nómina. Además, a la vista de todos y con total descaro, en diversas áreas estratégicas de la UAS se han instalado familiares directos (hijos, hermanos) de los más altos jerarcas pasistas; desde ahí controlan el reparto de plazas y presupuestos: los Cuén en compras y adquisiciones, los Corrales en Rectoría, entre otros. Como nos han dicho una y otra vez testimonios desde adentro: si no cooperas con el partido, no te corren, pero no avanzas.

    Eso es lo que está en disputa a la luz de la publicación de la nueva Ley General de Educación Superior en el Congreso de Sinaloa que obligaría a la UAS a mayor democracia y transparencia: el control financiero de una nómina que ronda los 170 millones de pesos mensuales, un presupuesto anual de miles de millones y una estructura poderosa y funcional que ya ha empezado a movilizarse en “defensa de la autonomía”.

    Por eso, lo que viene no es una batalla política más, sino una guerra que confrontará al Gobierno del Estado con la segunda estructura política más importante del territorio sinaloense: la del cuenismo a través de las siglas de la UAS y sus voceros. Una guerra que se definirá en las alianzas y rupturas del próximo proceso electoral de 2024.

    Por eso tiene razón el Gobernador Rocha Moya, también ex Rector de la Universidad, cuando dice que lo más grave que ha hecho el PAS es violar la autonomía de la UAS: “Porque los partidos políticos son entidades públicas pero externas a la Universidad, y ahí está muy claro que es un partido político que está sobrepuesto en la estructura de la Universidad, es decir, hacer la Universidad un partido político que se llama PAS, ese es el mayor daño que ha hecho”.

    Y aunque ahora la diputada pasista Alba Virgen Montes salga a exigir a Rocha que pruebe que el PAS viola la autonomía universitaria, vale recordar que el miércoles pasado el Rector Jesús Madueña Molina salió en rueda de prensa a defender dicha autonomía flanqueado de 12 de sus alfiles, siete de los cuales son militantes del PAS. El chiste se cuenta solo.

    Pero lo que llama la atención de la declaración de Virgen Montes no es su exigencia al Gobernador sino su exposición de motivos: “Cuando el Partido Sinaloense no ha hecho otra cosa más que apoyar desde que llegó, antes en la campaña, y digo nuestro Gobernador porque fue nuestro candidato como Partido Sinaloense...”.

    Es decir, el PAS quiere que le cumplan aquel viejo dicho de que en política “amor con amor se paga”. Desde esa lógica patrimonialista la UAS es lo de menos, porque no se entiende a la institución como un fin en sí misma, sino como un medio/instrumento de acceso al poder.

    Rocha acierta cuando reclama que la Universidad debe desprenderse del dominio del PAS pero olvida, u obvia, que ese dominio fue reafirmado cuando decidió llevarlo en alianza para llegar a la Gubernatura. Dice ahora el Gobernador que Cuén no entendió la nueva lógica de Morena y que decidió seguir siendo “cacique”. Tal vez. Yo creo que no estamos para ingenuidades: ¿cuándo hemos visto a un cacique dejar de serlo por voluntad propia?

    No creo, como algunos analistas, que la UAS pueda transformarse desde adentro impulsada por el liderazgo de Madueña Molina. Quienes ahora dirigen los destinos de la Universidad no son víctimas del cuenismo sino sus principales operadores. Y para el nivel de dominio que el PAS ha extendido ya sobre la estructura burocrática y académica de la UAS, no hay marcha atrás en ese proceso de cooptación que ellos llaman “pluralidad política”. Eufemismos.

    Vamos, el punto no es si los trabajadores de la UAS representan ahora apenas el 5 por ciento de los afiliados al PAS sino al revés, que ocho de cada de 10 maestros y directores de la UAS son pasistas. Ya no hablemos de sus principales directivos.

    En fin, me parece que dada la trayectoria académica y uaseña de Rocha, estamos ante el único Gobernador hasta ahora con el conocimiento y la legitimidad político-electoral para intentar, desde el Congreso del Estado y apegado a un proceso legislativo abierto y transparente, revertir el control del PAS sobre la UAS. Para lograrlo deberá primero hacerse cargo de sus viejas alianzas y compromisos de poder con el mismo Cuén Ojeda, quien ahora se siente traicionado y cuyo máximo sueño es ocupar la silla de Gobernador.

    Lo que está en juego es enorme: cientos de miles de alumnos de preparatoria, profesional y posgrado que lo que necesitan es tomar clases en libertad y no ser sacados a la calle para defender un proyecto político. Tampoco ayuda la falta de oficio de algunos de los legisladores de Morena, que al abordar el tema están más ocupados en el reflector que en la técnica y el contenido legislativo.

    La UAS está en disputa. Ojalá pueda liberarse del yugo cuenista sin caer en uno nuevo, el del morenismo.

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