Los Estados Unidos tienen la costumbre de maximizar sus “triunfos” en sus intervenciones bélicas y minimizar las acciones de los pueblos, esa es una constante. Aún recordamos la guerra que libraron contra el pueblo vietnamita en los años 60; en esa guerra rociaban aldeas enteras, inermes, de napalm. La resistencia del pueblo vietnamita, que respondió con conocimiento del terreno y heroísmo, a la larga se impuso sobre un ejército invasor que era muy superior en armamento y tecnología, pero olvidaba lo principal: el factor humano, el patriotismo de los pueblos, elemento esencial para ganar cualquier guerra.
En la prensa de Occidente, los norteamericanos difundían que iban arrasando con la guerrilla, dirigida por el General Võ Nguyên Giáp, cosa completamente falsa. Es cierto que en toda guerra existe el engaño como uno de sus componentes, pero la prensa occidental a menudo lleva esto al extremo de la manipulación.
El pueblo vietnamita obtuvo una aplastante victoria, en contra de más de medio millón de soldados gringos que participaron en esa guerra. Ni pese a las toneladas de bombas que lanzaron sobre las aldeas vietnamitas, incluso más que durante la Segunda Guerra Mundial, lograron quebrar la resistencia vietnamita. Ho Chi Min organizó la lucha contra la invasión de Estados Unidos, liderando al pueblo de Vietnam hasta lograr derrotar al imperio. Lyndon B. Johnson no pudo ocultar la humillación que les infringió, con su guerra popular, el pueblo vietnamita.
En la actualidad, el Presidente Donad Trump pregona, a los cuatro vientos, el éxito logrado por el bombardeo que realizó -en abierto apoyo al gobierno sionista de Israel- la fuerza área norteamericana sobre las instalaciones nucleares de Irán. En principio, hay que decir que bombardear centrales nucleares está prohibido por la Convención de Viena y se considera un crimen de guerra. Si el señor Donald Trump tuviera dos dedos de inteligencia, debería de haberse dado cuenta del alto grado de peligro que implica la contaminación por radiación que podría producirse si se daña un reactor nuclear. La experiencia del accidente de Chernóbil, en 1986, ya debió de haber servido de advertencia. Con la energía nuclear no se juega y la ONU debería pronunciarse abiertamente en condenar ese tipo de ataques de alto riesgo que ponen en peligro a la humanidad.
Los iraníes, que han firmado el Tratado de no proliferación de armas nucleares y que han permitido la inspección del organismo regulador de producción de energía nuclear, han reiterado que sus instalaciones tienen fines pacíficos.
Los voceros del Gobierno de Irán contradicen el “triunfalismo” de Trump y revelaron que fueron superficiales los daños que causaron los aviones norteamericanos en sus plantas nucleares, dando a entender que con tiempo supieron de los planes de Donald Trump y tomaron medidas precautorias, para atenuar los efectos del bombardeo y no se afectaran sus reactores nucleares ni sus reservas de uranio.
¿A quién entonces debe creer la opinión pública?
Todo indica que estamos, una vez más, también ante una guerra informativa. Si no, de plano ante la manipulación mediática que acostumbra vender al mundo el Gobierno de los Estados Unidos, magnificando sus acciones y minimizando la capacidad de sus adversarios. Esa ha sido la constante de la guerra informativa yanqui, por lo menos desde la guerra de Vietnam hasta nuestros días.
Tenemos que tomar con tiento la información que nos proporciona el Gobierno norteamericano, más cuando estamos viendo el rechazo del propio pueblo de los Estados Unidos contra las políticas de la administración del Presidente Trump, quien, en el corto tiempo que lleva de su segundo periodo de gobierno, se ha destacado por aplicar políticas erráticas en economía, migrantes, educación y falta de interés por promover verdaderamente la paz en el mundo.