Responsabilidad y confianza

LETRAS DE MAQUÍO

Hace un año, en el mes de noviembre, fui invitado por el Instituto Wharton de Estudios Econométricos, a participar en una reunión sobre la situación económica del País. Asistieron personas tanto del sector público como privado y el clima que reinaba era de optimismo porque se pensaba que estábamos en el umbral de la recuperación económica.

A mí me tocó dar el toque de alerta. Había consultado a los técnicos del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado y estos me previnieron sobre nuestra situación: en el último trimestre del año pasado (1984) empezamos a gastar de más (quizá para pagar la publicidad de las campañas políticas de los candidatos a Diputados) y nuestro déficit sería mucho mayor al 5.5 por ciento del Producto Interno Bruto, como lo había anunciado el Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE).

El resultado final del año 1984 fue que nuestro déficit alcanzó la cifra del 7.2 por ciento sobre el PIB a pesar de que el pago de muchos gastos se difirió para este año.

Al exponer lo anterior, algunos funcionarios del gobierno que estaban presentes en la reunión de Wharton, en Yucatán, me llamaron agorero del desastre y deben de haber pensado que era un traidor a la Patria.

La verdad resultó que me quedé corto y las consecuencias las estamos viviendo hoy: más inflación, más devaluación, más represión, más pérdida de libertades, más fraude electoral. En suma, mayor desconfianza.

Siempre hemos sostenido la tesis de que la confianza es algo que se da y se gana, no se pide, no se exige. El problema es que nuestros políticos no confían en el pueblo mexicano.

Las veces que he sostenido la tesis de entregar la tierra en propiedad al ejidatario para que se convierta en propietario y los que se dediquen a explotar la tierra tengan verdadera vocación, inmediatamente los políticos retrógradas aducen el argumento de que los campesinos venderían la parcela y regresaría el latifundio. Lo que se manifiesta es que nuestros dirigentes paternalistas no les tienen confianza a los ejidatarios.

Algo similar acontece con el sufragio. La Secretaría de Gobernación sigue pensando que el pueblo mexicano no es apto para decidir quiénes deben gobernarlo y de esa forma se justifica la represión y el fraude electoral.

La misma historia se repite con el sindicalismo charro que afilia compulsivamente a los trabajadores en un partido; o con la facción priista de la Cámara de Diputados que requiere de un pastor para que decida por ellos. Todos somos menores de edad según nuestros jerarcas y por ende ellos tienen que decidir por nosotros.

Lo que no acaban de entender nuestros políticos es que jamás habrá desarrollo integral si no se toma en cuenta al individuo y sus motivaciones personales.

Queremos desarrollo sin pagar el precio de la libertad que esta lleva consigo. Algunas veces confían en el individuo como empresario, mas no como ciudadano. Otras lo hacen a la inversa, pero jamás se deciden a soltar la rienda y dejar que se viva la aventura incierta de la libertad.

Ojalá pronto más mexicanos comprendan que la fuente de energía del desarrollo no son los recursos naturales, ni el petróleo, ni la plata, ni la agricultura. Es en última instancia el propio individuo, el cual jamás podrá ser explotado desde afuera. Se requiere que él mismo se motive en la libertad y la responsabilidad para actuar solidariamente.

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