Así parece todo, la verdad. Claro, me refiero al vergonzoso episodio de la remoción de la estatua de Colón, y el fallido reemplazo por una cabeza de una mujer indígena cuasi olmeca que el escultor Pedro Reyes había diseñado para ese espacio. Tras las críticas, la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, debió ceder y en lugar de tomar una decisión personalista y hasta ilegal, encomendar la obra al comité de Monumentos y Obras Artísticas, como debió hacerse desde un inicio y después de una consulta a la ciudadanía, en todo caso.

    Aún así, aparentemente arreglado el desaguisado, la decisión del Gobierno de retirar la estatua de Colón del Paseo de la Reforma no deja de ser polémica, y con razón. No basta la demagogia, por supuesto, de la descolonización, y la también muy demagógica decisión de reemplazarla con una escultura de una mujer indígena, para convencer a muchos que, con razón, exigen ser consultados sobre las decisiones que se toman en la Ciudad de México y que no comparten el uso ideológico del arte público o sencillamente no les interesan las políticas revisionistas, sino que puedan seguir diciendo “me deja en la Glorieta de Colón, por favor”. No estoy yo, querido lector, para censurarlos o encomendarlos al diván descolonizador de sus recuerdos íntimos, porque las ciudades tienen más que ver con grises esquinas inmutables y familiares, monumentos significantes solo por la contigüidad, más que por los discursos estatales. Tampoco estoy para oponerme a que una representación de una mujer indígena ocupe el pedestal de Colón, ni para celebrarlo, porque es una forma de demagogia pura que invisibiliza las injusticias que diariamente se cometen contra mujeres indígenas y porque es una imposición grosera del gobierno. No me cabe duda de que los más significativos monumentos, políticamente hablando, no los erigió la cuatro té, sino la gente, en el Paseo de la Reforma en estos años trágicos, con los antimonumentos. Eso sí, le confieso, todo el fandango no ha dejado de causarme risa.

    Y es que la cabezota no parecía dejar contento a nadie: primero, se manifestaron los que creen que mover a Colón es indebido porque ya forma parte de la historia de la ciudad y una estatua no le hace daño a nadie. Luego, otros se inconformaron, no por retirar a Colón, sino por el diseño de la cabezota y su evidente inspiración; si era olmeca no podía ser indígena, porque el término indígena es posterior a esos olmecas qué quién sabe quiénes fueron, se murieron hace mucho, y no los representan, dijeron. Luego, y casi simultáneamente, surgieron los que se inconformaron porque la pieza había sido encargada a un artista hombre y blanco y no a una mujer e indígena, lo que reproducía el colonialismo mismo y la opresión al reivindicar identidades que, dijeron, solo pueden representarse por la pureza racial de las identidades mismas. Luego, también, surgieron los que percibían un aire extraterrestre en la escultura, y no dudaban en afirmar que la colonización era de naturaleza extraterrestre, como ya antes se había sugerido de las cabezas olmecas, y señalaban los piercings como prueba. Al final, aparecieron los que se inconformaron con los que se inconformaron, porque los inconformes que pugnaban porque fuera una mujer e indígena la autora, y no un hombre blanco, tenían apellidos extranjeros y eran más blancos que la leche, cosa triplemente colonialista y opresora...

    Claro, en medio de este rocambolesco zafarrancho ideológico, la autora de la iniciativa terminó cediendo, desgraciando al escultor y su diseño, cuando se dio cuenta del desastre que implica meterse en la camisa, de infinitas e innumerables varas, de la corrección política. Lo que no sabemos es por qué, y cuál de estos argumentos terminó por convencerla o si fueron todos. Tampoco sabemos qué quedará en el pedestal donde estuvo Colón, pero sí sabemos que, al menos, ya no será una imposición unipersonal de la señora Sheinbaum, a quien por desgracia elegimos como Jefa de Gobierno.

    Tantas vidas se han perdido en la Ciudad de México, querido lector, que le confieso, a mí el ánimo no me alcanza para interesarme mucho en qué estatua pongan en Reforma, si Colón regresa, queda una cabeza olmeca o una mujer indígena. Tal vez, en unos años, aparezca el antimonumento que recuerde cómo las autoridades dejaron morir a tantos mexicanos, hable de nuestras horas trágicas, si es que el arte se encarga de contar la historia y no las ideas de políticos, demagógicas y vacías.

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