Tras el primer año, el desafío persiste: una economía que avanza, pero no despega
Ha pasado poco más de un año desde que Claudia Sheinbaum asumió la Presidencia. México llega a este punto con estabilidad macroeconómica, un tipo de cambio relativamente estable (y fuerte), así como una inflación relativamente bajo control. En un mundo con tanta incertidumbre, no es poca cosa. Pero también llega con una proyección de crecimiento de apenas 0.6 por ciento para 2025, y de poco más de 1 por ciento para el año que entra, cifras que confirman que, por ahora, la inercia pesa más que el impulso.
La desaceleración no sorprende: suele ser el comportamiento clásico de la economía en el primer año de un nuevo gobierno. Tras el gasto electoral viene el ajuste, y el arranque de una nueva administración siempre genera pausas. Lo preocupante aparece al mirar hacia adelante y preguntar: ¿de dónde vendrá el motor que acelere el crecimiento? Hoy, esa respuesta sigue sin estar clara.
La gran tarea pendiente es elevar el crecimiento potencial. México lleva una década creciendo en promedio 1.4 por ciento anual, por debajo del ya modesto 2 por ciento en los 10 años anteriores. Es como una bicicleta que avanza sin caerse, pero sin ganar velocidad. La estabilidad está, pero no hay tracción.
Detrás de este estancamiento aparece un factor determinante: la productividad, que prácticamente no ha avanzado en más de 10 años. Una economía sin productividad creciente es una economía que se mueve como con la cadena floja: avanza, pero con esfuerzo excesivo y sin capacidad de acelerar.
Para romper ese freno estructural, México necesita fortalecer cuatro pilares esenciales:
1. Logística
La geografía favorece, la infraestructura no. Puertos saturados, cruces lentos, carreteras con mantenimiento desigual y costos logísticos elevados -incluida la seguridad- frenan el desempeño del País. En un momento en que las cadenas globales buscan nuevas ubicaciones, la logística mexicana cumple, pero necesita modernizarse y ampliarse para convertirse en una verdadera palanca de competitividad y atracción de inversión.
2. Educación
La productividad futura se juega en las aulas. Sin mejoras sustantivas en matemáticas, lectura, habilidades digitales y formación técnica, el país seguirá formando trabajadores que pueden integrarse, pero no escalar. La economía moderna avanza rápido y el sistema educativo todavía necesita ajustar el paso para responder mejor a esas nuevas demandas.
3. Energía limpia y asequible
Las decisiones de inversión dependen de disponibilidad, costo y trazabilidad ambiental. México sigue enfrentando cuellos de botella en capacidad instalada, tarifas industriales competitivas y suministro renovable a gran escala. Sin energía limpia y confiable, muchos proyectos no pasan de la conversación.
4. Estado de Derecho
Las inversiones requieren reglas claras, permisos predecibles y tribunales funcionales. Cuando esos elementos fallan, los proyectos se retrasan o simplemente no se hacen. Aunque el primer año avanzó sin crisis institucionales explícitas, las dudas sobre la certidumbre regulatoria y la capacidad del Estado para aplicarla de manera consistente siguen ahí.
Estos pilares no son accesorios: son la base silenciosa de cualquier economía que aspire a crecer por encima del 2 por ciento. México ha tenido avances puntuales, pero aún carece de una estrategia que los articule de forma integral.
Ahora, la realidad también se juega en el terreno. En fábricas, talleres, bodegas y startups donde se decide invertir o aplazar, contratar o esperar. Durante este primer año quedó claro que el dinamismo empresarial aún no despega del todo. La inversión fija bruta ha estado en caída libre y decisiones de multinacionales como Mitsubishi, Nissan o Audi de pausar o ajustar operaciones envían una señal nítida: las ventajas tradicionales ya no alcanzan para justificar nuevas apuestas de gran escala. No es una salida masiva, pero sí un aviso. La estabilidad es necesaria, pero insuficiente.
En el mercado laboral ocurre algo similar. El País crea empleo, pero no necesariamente el tipo que impulsa la productividad, amplía la base tributaria o fortalece a la clase media. La informalidad sigue atrapando a más de la mitad de los trabajadores. Dos factores pesan: los costos no salariales, que hacen de la formalidad una decisión cara para muchas PyMEs, y unos incentivos desalineados, donde cumplir es costoso y poco rentable. La paradoja es clara: trabajadores que buscan estabilidad y empresas que quieren crecer, pero un sistema que se los dificulta a ambos.
Superar esta combinación de baja productividad y empleo formal insuficiente demanda una agenda microeconómica. Dos rutas destacan:
a) Financiamiento y tecnología para escalar empresas
México necesita que sus empresas medianas se vuelvan grandes, y que las pequeñas entren a la formalidad con procesos digitales. Esto requiere más crédito productivo, mejores garantías, vehículos que acerquen capital y tecnología, y políticas que impulsen la digitalización a bajo costo.
b) Encadenamientos productivos que generen valor local
México exporta mucho, pero agrega poco valor. El reto es construir una proveeduría local que cumpla estándares globales y pueda escalar junto con las grandes ensambladoras. Esto implica programas robustos de capacitación, certificación y financiamiento, no anuncios aislados.
El país tiene la oportunidad -y la responsabilidad- de decidir qué quiere ser en la próxima década. La estabilidad es un buen punto de partida, pero no un destino. Si México aspira a crecer más, generar empleo formal y construir una economía más dinámica, deberá fortalecer sus pilares productivos y destrabar los cuellos de botella que frenan a sus empresas.
El futuro no está escrito, pero se construye. Lograrlo exige un entorno donde producir más y mejor sea la norma, no la excepción. Ese es el desafío, y también la invitación.
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La autora es Delia Paredes (@deliyo), maestra en Economía y Negocios por la Universidad Anáhuac y en Economía de Mercados Globales por la London School of Economics (LSE). lActualmente es socia en TransEconomics, desarrolla una labor docente en la Universidad de Anáhuac y el Tec de Monterrey, y es experta México, ¿cómo vamos?