Hemos dicho que, si no hubiera un límite al vivir, nuestra vida sería insustancial, sin sentido, anodina y superficial. Sin embargo, tampoco tendría ningún sentido vivir por vivir (como el título de la canción compuesta por Francis Lai); o como expresó Eduardo Galeano: “vivir por vivir nomás. Como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega”.
No, se debe trascender la muerte con actos de amor que se conviertan en alimento espiritual y superen esta humana fragilidad, aspirando a lograr que la vida tenga sentido e imprima imborrable impronta en la eternidad.
Walter Breuning, quien falleció en 2011, cuando tenía 114 años y 205 días, dijo que Dios: “Ama a un cuerpo marcado por el cansancio, pero también por la nostalgia insatisfecha de un peregrinar, a lo largo del cual ha dejado muchas huellas tras de sí en un mundo que se ha hecho humano en virtud de dichas huellas... Resurrección del cuerpo significa que, para Dios, nada de todo ello ha sido en vano, porque él ama al hombre. Él ha recogido todas las lágrimas, y ni la más mínima sonrisa le ha pasado inadvertida. Resurrección del cuerpo significa que el hombre no recupera en Dios únicamente su último momento, sino toda su historia”.
Con humildad, siguiendo a Antoine de Saint-Exupéry, debemos exclamar: “Cuando muera, Señor, vengo a ti porque he arado el campo en tu nombre. Tuya es la cosecha. Yo he creado este cirio. A ti te toca encenderlo. Yo he construido este templo. A ti te toca habitar su silencio... Yo he formado un hombre de acuerdo con tus divinas líneas maestras, para que pueda caminar. A ti te toca hacer uso de este vehículo, si ello sirve para glorificarte”.
¿Vivo por vivir?
-
rfonseca@noroeste.com
rodifo54@hotmail.com