La palabra turbulencias es de uso común para referirla a movimientos de los fluidos, así como para hablar de los remolinos de aire que sacuden bruscamente un avión que surca el cielo.
Sin embargo, hoy queremos detenernos en las turbulencias que se producen en el espíritu cuando somos perturbados por cambiantes y violentos estados de ánimo, que pueden ser desencadenados por multitud de factores adversos y zarandean nuestra estabilidad emocional.
Marguerite Yourcenar, a quien citamos en referencia a su libro Memorias de Adriano, escribió también una obra titulada en francés “Sources II” (Fuentes II), donde compiló varias notas que no se publicaron en sus numerosos libros y en las que compartió reflexiones, fragmentos, citas, recuerdos, comentarios de lecturas. Por ejemplo, señaló: “Desearía vivir en un mundo sin ruidos artificiales e inútiles, sin velocidad, y en el cual la noción misma de velocidad sería despreciada o aborrecida”. En otro texto, afirmó: “Yo, como todo el mundo, he atravesado demasiadas crisis interiores, y también exteriores”.
Empero, nos interesa más otro escrito, donde precisó: “Lo mejor para las turbulencias del espíritu, es aprender. Es lo único que jamás se malogra. Puedes envejecer y temblar, anatómicamente hablando; puedes velar en las noches escuchando el desorden de tus venas, puede que te falte tu único amor y puedes perder tu dinero por causa de un monstruo; puedes ver el mundo que te rodea, devastado por locos peligrosos, o saber que tu honor es pisoteado en las cloacas de los espíritus más viles. Sólo se puede hacer una cosa en tales condiciones: aprender”.
Esta cita la reprodujo mi esposa en su página de Facebook hace cinco días, como presagiando las turbulencias que agitarían su espíritu por el reciente fallecimiento de su íntima amiga, Silvia Patricia Zazueta Félix.
¿Aprendo de las turbulencias?