Visión Culiacán.
¿Hacia dónde vamos?

Más del 50 por ciento de este espacio público está destinado a los automóviles. Sin embargo, estos son utilizados por menos del 25 por ciento de la población. Pero la injusticia no se fundamenta solo en esta fórmula aritmética. Va más allá, la calidad del espacio destinado al peatón o a quien decide usar la bicicleta como medio de transporte, es deplorable o simplemente inexistente.

Este artículo lo publiqué en 2010. Luego de 12 años está más que vigente.

Un niño en Culiacán, como en muchas ciudades mexicanas, dedica su tiempo extraescolar a entretenimientos dentro de su hogar. La televisión y los juegos electrónicos dominan su agenda y la calle o la vecindad -en caso de que esta exista- se alejan cada vez más de sus posibilidades. Por un lado, el espacio público ha perdido el encanto que hace décadas tenía para la niñez, por otro, los padres asumen su “encierro” como una necesaria medida de seguridad.

Paradójicamente, es la rutina y forma de vida moderna la que generó este entorno que terminó siendo agresivo para las futuras generaciones que hoy prefieren desahogar sus ansias de explorar mediante la navegación electrónica antes que optar por una aventura terrenal a través de su entorno vecinal o trepar un árbol para ver el horizonte como lo hicimos en nuestras infancias los adultos de hoy.

Hoy la atención médica infantil se destina más a revisar cuadros sicológicos y emocionales que a atender raspaduras, picaduras de insectos o espinas clavadas en la piel. Antes, el bosque era aquel lugar del que debíamos cuidarnos, era un lugar misterioso donde se acumulaba infinidad de peligros y la razón por la que nos fuimos agrupando en ciudades para sobrevivir. Hoy, la peligrosidad la encontramos en la ciudad. Es de las grandes urbes de las que debemos sobrevivir y en cambio el campo o la playa se convirtieron en uno de los más atractivos escapes vacacionales o recreativos para cualquier citadino. Lo bello y seguro está ahora fuera de la ciudad. Ahí, los niños pueden correr y explorar sin problemas.

En Culiacán, los automóviles han sido el factor de cambio para el desarrollo de la ciudad. El ritmo actual que hemos implementado nos provoca infinidad de viajes intraurbanos y los tiempos limitados nos hacen pensar que la única alternativa viable para desplazarnos es el automóvil. Por esta razón procuramos un entorno habitacional donde tengamos todas las facilidades para salir rápido en auto. Sin obstáculos ni embotellamientos. Ese es una de las principales ofertas mercadotécnicas para vender los nuevos fraccionamientos, pero también se ha convertido en la razón por la que hoy “salir a la calle” para los niños es una propuesta que implica considerables riesgos que antes no existían.

Para los desarrolladores de vivienda, resulta poco comercial un lugar donde la funcionalidad del automóvil se vea limitada aun y cuando ello sea para provocar un entorno donde los niños salgan a la calle sin peligros, con varias oportunidades para su diversión y que no sea esconderse detrás de los carros estacionados la única opción al jugar a las escondidas.

De lo anterior expuesto, se origina el relativo éxito de los condominios privados. Si bien, en ellos se puede controlar la velocidad de los autos y cierta armonía entre las familias. También es cierto que estos modelos limitan terriblemente la posibilidad de prescindir del automóvil y termina por ser una opción que incrementa el problema en la ciudad. Además, estos conjuntos sectorizan sociedades. Los niños no tienen la posibilidad de explorar o conocer otros amigos más que con los que comparten el “encierro urbano”. No tienen oportunidad de ir un poco más allá y conocer más ciudad, más cosas nuevas, utilizar el transporte público o la bicicleta para transportarse. El entorno acaba siendo aburrido también para ellos. Comprar leche, tortillas o una medicina obliga invariablemente a utilizar el automóvil.

Así inició Culiacán el Siglo 21. Las intervenciones de gran envergadura no siempre son las de mayor impacto positivo para su población. Las verdaderas ciudades innovadoras del mundo tienen puesto los ojos en el bienestar del ciudadano desde un punto de vista social, con equidad y justicia. La calidad de vida tan anhelada, depende en gran parte de la calidad del espacio público en la ciudad y de que la posibilidad de que caminar o andar en bicicleta sea una atractiva opción y no una condena social por no tener la oportunidad de adquirir un automóvil.

El espacio público

El espacio público es más que la plaza o el parque. El espacio público es todo el territorio que no tiene un régimen de propiedad privada. Aquí se incluye, entre otras cosas, la banqueta, la calle o el equipamiento urbano de carácter deportivo, cultural, recreativo, de salud, etc.

Más del 50 por ciento de este espacio público está destinado a los automóviles. Sin embargo, estos son utilizados por menos del 25 por ciento de la población. Pero la injusticia no se fundamenta solo en esta fórmula aritmética. Va más allá, la calidad del espacio destinado al peatón o a quien decide usar la bicicleta como medio de transporte, es deplorable o simplemente inexistente.

Esto provoca el deseo permanente en la población de poseer un automóvil. Tener un automóvil es, en Culiacán, el principal indicador de progreso. Esto es provocado por el valor que la ciudad le da a quienes lo utilizan y el nulo valor que se da a quienes no lo utilizan. El diseño de ciudad genera valores en la población y este es uno de los más sentidos. Por eso dejar que los baches se generen en Culiacán pareciese ser la más grave falla de una administración municipal.

Una ciudad que ofrece espacio público de calidad para los peatones y para quienes utilizan la bicicleta, termina formando ciudadanos de calidad, que reciben y ofrecen respeto a sus semejantes. Un modelo de ciudad con una buena distribución de espacio público, que cuenta con verdaderas alternativas para el desplazamiento de toda la gente, sin exclusión; es el mejor de los métodos para construir ciudadanía.

Estas alternativas no deben excluir ninguna de las opciones posibles: Automóviles, transporte público, bicicletas o peatones. No se trata de que todos usen la bicicleta, ni de que todos caminen, ni que todos se desplacen en transporte público. Lo importante es que cualquier viaje intraurbano que un ciudadano tenga que realizar, cuente con la posibilidad de elegir una u otra de estas opciones y no se vea obligado a solo una o dos porque para el resto, la ciudad no ofrece el mínimo de condiciones.

Redireccionar el
desarrollo urbano

Mientras que muchas ciudades del mundo ya están redireccionando su desarrollo urbano hacia una ciudad más saludable, cómoda y segura, en Culiacán seguimos en dirección equivocada. Queremos hacer una ciudad solo para los autos, que nos obliga a permanecer aislados y a veces paradójicamente inmóviles gran parte de nuestro tiempo. Seguimos, por inercia, asumiendo una ciudad donde el automóvil pareciese ser un instrumento casi obligatorio para poder ser ciudadano normal. Londres y París presumen como un síntoma de gran evolución y modernidad la disminución del parque vehicular en los últimos años. Esto ha sido posible gracias a una política aplicada a tres factores fundamentales: Un sistema de transporte público de calidad, una política de gestión hacia el uso del automóvil, es decir, leyes que limiten su posibilidad de usarlo (algo todavía impensable en esta ciudad) y ante todo, una intensa política de facilitación y promoción de los medios no motorizados de transporte, sean estos la bicicleta o peatonal.

Estos factores debiesen ser impostergables para esta ciudad. Funcionarios, planificadores, desarrolladores, líderes de opinión, empresarios, políticos, intelectual, todos debemos sentarnos a reflexionar sobre el Culiacán que soñamos. Pero sin confundirnos, sin falsos paradigmas. Durante muchos años hemos creído que la expansión urbana es sinónimo de modernidad para la ciudad. Hoy la experiencia de las grandes urbes nos confirma que las megalópolis no son lo mejor para vivir. Igual tenemos una errónea idea de que una ciudad con más carros cada vez más nuevos, lujosos y rápidos pueden ser síntomas de bienestar y termina significando todo lo contrario. También la proliferación en la ciudad de grandes centros comerciales liquida la posibilidad del éxito del pequeño comercio que pudiese incentivar economías locales.

Hoy podemos hablar de ciudades donde se ha planificado con inteligencia y donde la calidad de vida es de las mejores del mundo. Amsterdam, Copenhague, Montreal, Vancouver, Londres, Portland, Bilbao o Barcelona; todas ellas tienen una tendencia a conformar una estructura urbana compacta, espacio público de calidad, eficientes sistemas de transporte público y programas que incentivan la movilidad no motora. Estas ciudades son competitivas, seguras y encabezan hoy las listas de ciudades con mayor calidad de vida en el mundo.

Un Culiacán humano
y de vanguardia

El reto no es fácil. El crecimiento de la ciudad generalmente es rebasado por los procesos de planeación. La inversión pública en infraestructura vial para la ciudad sigue enviando un mensaje a la población de que la prioridad de atención es para quien utiliza el automóvil.

Necesitamos convencernos de que es posible un modelo de ciudad donde los usos de suelo y la estructura vial favorezcan más a quienes no utilizan el automóvil. Esto generaría mayor diversidad y seguridad a la población y por supuesto terminaría siendo un modelo más eficiente incluso para los que no desistan de usar el automóvil. El mayor problema de movilidad para los automovilistas son los automóviles. Una distribución más equilibrada en las modalidades de transporte haría mucho más amable y posible la buena convivencia entre los ciudadanos en el espacio público, generaría mejores condiciones de salud y restablecería las condiciones ambientales de la ciudad.

Nos urge un Culiacán donde esos niños que hoy recluimos puedan salir de nuevo a jugar a la calle, ir en bicicleta a la escuela o tener más de un árbol al que puedan treparse y ver más allá del horizonte. Solo esta posibilidad ayudaría a convertir a Culiacán en una ciudad más humana, en una ciudad más vivible, donde la gente respete y se respete, una ciudad atractiva, como aquella ciudad ideal que alguna vez Enrique Peñalosa se refirió: “Una buena ciudad es como una buena fiesta, tan atractiva y divertida que nadie quiere irse de ella”.

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