El misterio de los Moriyama y su tumba en Culiacán: 102 años de la catástrofe de Japón
Mercedes y Agustín Moriyama murieron en la catástrofe de Japón de 1923, sus nombres trascendieron fronteras y ahora reposan bajo el cielo culichi en la cripta de mármol de la familia Moriyama del Panteón Civil de Culiacán.
La cripta familiar Moriyama yace solitaria y ajena en la calzada principal del panteón, ajada por el tiempo y el olvido se mantiene visible gracias a los celadores del cementerio y los visitantes caritativos que de vez en cuando recogen la hojarasca que la cubre.
No hay información de los Moriyama en los registros del panteón, el administrador alude a un incendio que consumió los registros de aquellos años. Lo poco que se sabe es lo que está escrito en su lápida: “Mercedes Moriyama 28 años y Agustín Moriyama 2 años, muertos sep-1-1923 en la catástrofe del Japón”.
Tampoco se sabe cómo llegaron sus cuerpos a México con las limitaciones propias de la época, o si sus nombres solo forman parte de un cenotafio por sus cuerpos desaparecidos en la catástrofe. El misterio de los Moriyama seguirá en las penumbras de los edificios derrumbados y las flores de cerezos incineradas.
La catástrofe del Japón se refiere al sismo de 8.2 grados en escala de Richter que sacudió mayormente a la región de Kanto el 1 de septiembre de 1923. Además del temblor, la destrucción consecuente fue lo que más afectó a toda el país: tsunamis de hasta 12 metros de altura, incendios incontrolables y masacres derivados del caos social y político.
Las cifras mortales rondan entre los 105 mil y 142 mil personas, e investigaciones recientes atribuyen el 90 por ciento de las muertes a los incendios y al caos social consecuente al sismo.
Es en esa enredadera de sufrimiento histórico y una de las mayores tragedias en Japón que se desenvuelve el misterio de los Moriyama y su relación con México. Los registros periodísticos sólo hacen mención del Dr. Eduardo Moriyama como un ilustre médico que llegó a Culiacán en la década de los 20s, sin más menciones futuras en otros puntos de la historia.
Sin embargo se tiene registro de una fuerte cooperación del Estado Mexicano a favor de Japón en esos momentos de vulnerabilidad.
Fue el presidente Álvaro Obregón quién anunció el apoyo inmediato de 50 mil pesos en oro hacía Tokio, una de las regiones más afectadas por los incendios.
Para 1930 se contabilizó la cifra de 137 mil 850 yenes totales aportados por México. Situación que reafirmó la amistad de los pueblos y encaminó una relación más estrecha con América Latina.
A 102 años de la catástrofe de Japón, los restos de Mercedes y Agustín Moriyama reposan bajo las amapas sinaloenses, resistiendo el olvido y dando testimonio del legado oriental que aquella tragedia dejó en Culiacán.