"En Culiacán, Jesús Horacio pasa de vender galletas a desinfectar vehículos en los cruceros"
Camina despacio, porque necesita acostumbrarse bien a tener ese equilibrio que le permita caminar entre los vehículos.
Es un crucero peligroso, frente a plaza Sendero, donde nace la carretera Internacional, y el entronque con Lola Beltrán. Jesús Horacio se protege del sol con un sombrero, y baja con fuerza y apuro una palanca que le queda para su brazo izquierdo.
Bombea, bombea una y otra vez, y el aire le ayuda a que el líquido que tiene almacenado en un recipiente hueco de su espalda, salga por una manguera y un dispensador.
Rocía llantas. Luego los bordes de las puertas de atrás, la de delante, la defensa delantera, el cofre, los retrovisores, la cajuela. Si el semáforo dura lo suficiente, si hay chanza, a veces el toldo.

Jesús Horario tiene 53 años y tuvo que convertirse en una persona que sanitiza de manera voluntaria para recibir algunas monedas, aunque con la acción a veces la gente no quiera ni bajarle el vidrio.
Tuvo que hacerlo porque las galletas, unas gorditas de harina de trigo con azúcar, vainilla, huevo y leche que se cocen en un horno, ya no se pueden vender en la calle por la pandemia.
“Hago la actividad de sanitizar, ya por una moneda, pues se le agradece y si no, pues a la próxima”, dice con timidez.
Desde hace más de 14 años, Jesús Horacio y su familia tuvieron que mudarse de Badiraguato; algunos de sus hermanos se fueron "al otro lado", pero él decidió venir a la capital del estado, porque sintió que tenía más oportunidades.
“Aquí vendo galletas, entonces como ahora ha bajado tanto por el asunto del Covid, no es que mi producto sea malo, o que mi producto no lo quiera la gente, lo que pasa es que yo entiendo que la gente se fue a no consumir cosas de la calle, porque pues tiene razón, los bichos andan por todos lados y me pongo de parte de ellos y es por eso que hago esta actividad”, explicó.
Se dedicó a la venta de las galletas desde que llegó de Badiraguato en 2005. Con eso le alcanzó para mantener a su esposa, quien es la que cocina las galletas, y a tres de sus hijos, dos ya graduados de la universidad.
-¿Pero a poco sí le alcanzó?
Pues ahí, a estirones y jalones. Todos gracias a Dios ya están titulados, recibidos. La más chiquita le falta este año y el más grande es Ingeniero en Sistemas.

-¿Y cómo se le ocurrió venir a desinfectar por unas monedas?
Pues oiga, mire, gracias a que tengo muchos amigos, soy bien conocido. A una persona de Protección Civil le pregunté si podía hacer esta actividad, y ellos me dijeron 'sí, adelante', nada más que el que te diga que no, no, ¿verdad?, y el que no te dé, no te molestes...
-¿Y si le dan?
Pues si hay cinco, uno te da, cuatro no. Pero hay veces es más ni fumigas y te dan. Contento estoy.
Asegura que la bomba manual, igual a las que habitualmente se utilizan para aplicar fertilizante o fumigar contra plagas en las casas, ya la tenía.
“¿Qué será?, tengo poquitos días, máximo dos semanas” llegando a ese crucero para probar suerte.
Fue a comprar el sanitizante, del que recuerda el nombre y que es “de amplio espectro”.
-¿Usted conocía ya del tema?
No, señor; no, señor. En el mismo negocio donde compro los líquidos para fumigar, ahí me han explicado qué cantidad, cuántas partes. Lo hago con confianza, y estoy a gusto.
"Yo ya la tenía la bomba, personal de Protección Civil, fue el que me dijo cómo y pues a trabajar, aquí, humildemente".
Cuando Jesús Horacio accedió a compartir su experiencia, eran poco después de las 11:00 horas.
Recuerda que se le preguntó que si cómo le iba y se mete la mano a la bolsa de su pantalón. Revuelve las monedas con sus dedos, las captura y las muestra.
“Es bien raro, de repente sí sale; por ejemplo, ahorita llevo bien poquito... es que aparte vengo llegando, traigo como veintitantos; a veces no me bajan el vidrio, pero a veces”, reniega.
Jesús Horacio llega casi todos los días a ese punto, frente a la plaza, como a las 11:00 de la mañana, pero no es porque sea flojo, sino porque espera a “ya que se despabile la gente”. Regresa a casa entre las cuatro y media y cinco de la tarde.
Ante la pandemia por el virus Covid-19, Jesús Horacio asegura tener un poco de miedo, pero prefiere hacerse el valiente y salir a la calle con cubrebocas y su bomba a la espalda.
“Uno tiene que hacer lo poquito que puede”, comenta y comienza a desinfectr los autos, porque el semáforo se puso de un rojo a su favor.
