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Tras operativo militar

Esto apenas comienza: la advertencia del Ejército en Jesús María

Pobladores de la sindicatura de Culiacán donde fue aprehendido Ovidio Guzmán, la madrugada del 5 de enero, acusan abusos de parte de los militares y temen que esto pueda continuar

JESÚS MARÍA, Culiacán._ Juan camina apresurado para mostrar algo que hasta para él resulta impresionante: en el patio de su casa hay dos granadas que no estallaron.

Levanta la mitad de un bidón amarillento como el mago en el truco de los vasos y las pelotas, porque no hay nada abajo.

“La han de haber movido”, titubea; pero luego corrige, “ah, ahí está”.

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A dos metros del portal de su casa, debajo de una silla blanca, una granada sin explotar.

La otra fue más fácil de identificar, porque su familia le puso un neumático encima y una escoba.

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Juraba que eran tres, pero le pierde interés para mostrar los hoyos de bala en la mallasombra que cubre el frente del portal de su casa.

Juan apenas supera los 20 años y vive a unos metros de la residencia donde fue detenido Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, señalado ex líder del Cártel de Sinaloa ya preso en Estados Unidos.

Son pasadas las 5:00 de la tarde y de su familia solo quedó él, porque media hora antes el Ejército Mexicano levantó parcialmente el bloqueo que mantuvo desde el operativo y algunos de sus familiares aprovecharon para salirse del pueblo y otros para ir a buscar comida y agua.

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Jesús María es una localidad entre la zona rural y serrana de Culiacán, la entrada a la Sierra Madre Occidental y en las inmediaciones del llamado Triángulo Dorado, en donde reside la familia de Ovidio.

Los habitantes festejaron el levantamiento del bloqueo que llegó la tarde del viernes, 36 horas después de haber iniciado el operativo, gracias a la intervención de visitadores de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos del Estado de Sinaloa.

Y aunque el Ejército dejó momentáneamente el lugar, el miedo sigue por las calles empinadas del lugar y la ruta principal que atraviesa el pueblo.

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A Juan y su familia también los despertaron las balas.

Por eso se arremolinaron con visitadores de derechos humanos y los primeros periodistas que llegaron al lugar, todos tienen algo que mostrar.

Gustavo, de 30 años, también vive a unos metros de la residencia donde detuvieron a Ovidio.

Su casa está cerrada y no pudo mostrar los dos agujeros que dejaron las balas esa noche en una batalla entre soldados y grupos armados, pero sí son visibles los que dejaron en la puerta.

También en una columna donde descansan las hamacas de la palapa frente a su portal.

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El techo de lámina de acero tiene decenas de orificios de bala y la pared otra docena.

“Nosotros estábamos adentro, y a mi mujer casi le tocan, porque andaba en la sala”, dice con impresión.

Otros vecinos también tienen algo que mostrar, o reclamar, como techos agujereados, pisos con evidencia de balas de grueso calibre, ventanas rotas y cientos de casquillos en los caminos y en los patios.

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Más abajo, Isabel, una madre de 40 años recuerda que unos segundos después de escuchar los primeros disparos supo que eso “no era normal”.

Tanto Juan, cuando identificó que las granadas eran de “lanzapapas”, como le llaman a los lanzagranadas, como Isabel, que se refería a una balacera anormal, evidencian que conocen del tema, solamente por vivir en el lugar donde viven.

Pero víctimas colaterales, con sus familias, como los heridos y ahora con los damnificados.

“No, nunca había visto un agarre aquí así tan feo”, enfatizó.

Y admite que toda su vida ha vivido en ese pueblo.

“A dos señores los balacearon ahí en su misma casa, una señora y un niño. Nomás a un niño le pegaron con el boludo, tenían que salir a buscar comida”, detalló.

“Se confiaron porque miraron que ya se había calmado y salieron y ahí le tocó la bala y se la dio un soldado, le apuntaron directamente, su papá lo miró”.

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Ella recuerda haber tomado a sus nietos, porque ella es mamá soltera y ahí viven dos de sus hijas, y los metió debajo de la cama.

“Cerré la puerta y mi mamá se me estaba muriendo, porque ella sufre de depresión y diabetes y estaba muy asustada”, agregó.

“Yo calmándola le dije ‘cálmate, mamá, porque yo ahorita no te puedo sacar al doctor’. A como pude le di agua con azúcar y yo gritaba, yo gritaba porque decía ¿qué está pasando?”.

Los reclamos son muy simples, según coinciden los pobladores en ese momento, cuando todavía no se anunciaba la caravana de apoyo del Gobierno estatal o el plan DN III del Ejército en la zona: levantar el bloqueo, alimentos y que se restablezca los servicios de agua y luz.

La señora Elsa, de 58 años, vive por la calle principal del poblado y asegura que todavía sufre por lo que dejó la batalla para detener a Ovidio.

Que también fue despertada junto a su familia por las balas y era testigo de cómo habia personas que huían de la lluvia de balas entre las calles.

Porque además sabe que la actitud del Ejército hacia los pobladores no cambiará.

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Un ejemplo es que, mientras vistadores de Derechos Humanos estaban en la residencia donde detuvieron a Ovidio, alguien gritó “ahí vienen los guachos”, y comenzó una avalancha de jóvenes hacia la loma, para huir del lugar.

A Isabel se le preguntó que si cómo era la relación con el Ejército, y antes de contestar su hija la interrumpió.

“Dijeron que esto es una guerra y va a seguir”, dijo la adolescente.

Isabel retoma la palabra y explica.

“Es que hubo una reunión ahorita a mediodía con ellos y nosotros preguntamos que si que iba a pasar que si ya había terminado, y uno de los soldados por allá a atrás dijo: ‘N’ombre, esto apenas comienza’”.

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