"Los espantos a Don José lo sorprenden en su propio hogar"

"El velador de un panteón en Culiacán narra cómo ha sido vivir 17 años en el San Juan, acompañado de espantos y ánimas que acostumbran visitarlo cada que se acerca el Día de Muertos"
31/10/2019 00:22

Don José ha sido testigo de varias manifestaciones paranormales: Un chino que gira, un hombre elegante que aparece a la media noche, una mujer de negro que baila entre las tumbas o un ánima renegada que exige las visitas.

Aún así, la historia de este duranguense que es el único velador que pernocta en un panteón de Culiacán, ve el cementerio San Juan como su hogar. La última vez huyó por la aparición de miles de seres dorados y alados que lo desmayaron del susto; hoy ha vuelto para apapachar a sus cinco canes que son los únicos compañeros de su vida.

José nació el 28 de noviembre de 1959 en Santana, Durango, una comunidad muy cerca de Cosalá, Sinaloa.

La violencia le arrebató a su familia y fue un desplazado desde muy pequeño. De joven llegó a Mazatlán sin conocer a nadie, vendió paletas y buscó la manera de sobrevivir a como pudo. Luego viajó a Guadalajara donde vendió flores. Luego regresó a Mazatlán y por cosas del destino llegó a Culiacán hace 17 años.

José vive en una cripta que acondicionó como dormitorio. Tiene cama, abanico, refrigerador y donde cocinar sus alimentos. Nunca está solo. Para encontrarlo hay que caminar al fondo del panteón San Juan, a unos 100 metros de la entrada, pero un alarmas que se activan por más sigilosos que sean los pasos: Paulina, Muñeca, Canelo, Tanata y Coyote.

Un panteón, el escenario perfecto para historias de espanto.

Hace unos 10 días regresó a lo que considera su hogar, porque se enfermó. Los últimos años le reclamaron con achaques sus vivencias, mucha de éstas desafortunadas.

Según cuenta, tuvo problemas del hígado, del riñón, síntomas de males cardiacos, del cerebro y la ciática. Aún tiene una cicatriz que sana en su mano izquierda, porque le amputaron el dedo anular por una infección que le cayó después de que un gato le mordió.

En el panteón San Juan se mueve con ayuda de una andadera.

 

--Y ¿cómo fue que terminó viviendo en un panteón?

--A la brava me metí. No hallé trabajo en ningún lado, porque andaba mal de aquí (la pierna). Me picaron el pie con una inyección, una mujer que no sabía y me picó el nervio y ahí andaba con el pie volando. Así anduve de chiquillo, primero me arrastraba. Me puse clara de (huevos de) gallina y empecé a agarrar fuerzas, ya empecé a andar cojeando.

El Panteón San Juan, uno de los camposantos más antiguos de la ciudad.

"Me metí a la brava hace como unos 17 años, que son los que tengo aquí y ya me empecé a conocer, la gente empecé a conocer, me encargaron tumbas para que yo las limpiara. Llegué a agarrar 90 tumbas, y poco a poco".

Recuerda que un día un señor dueño de una de las criptas más grandes le permitió quedarse a dormir en ella. Le dio las llaves, le dejó prender el aire y le ofreció mil 500 pesos mensuales por mantenerla limpia.

Lo mismo pasó con los dueños de otra tumba en la entrada que tiene un ángel.

 

--¿Y no le da miedo vivir en un panteón?

--Aquí estoy a gusto... a mí me decían: "te van a salir los muertos y te van a llevar".

"Pues sí me salen, decía yo, pues yo sé que están muertos. Si saldrán y me espantarán, porque son imágenes así de espanto".

 

--¿Y sí le ha tocado ver algunos?

--Sí.

 

 

Don José tiene su hogar en una de las criptas.

EL CHINO QUE DABA VUELTAS

 

Don José se puso cómodo y comenzó el primer relato de varios que tiene: Aquí, ahí donde está ese tronquito, ese cuadrado (pilar de concreto).

"Me dijo una señora que vivía allá afuera, que tenía un abarrotito: Don José, a las cuatro de la tarde, usted se sentaba ahí, se va a aparecer el espíritu de un chino, que trae un sombrero como sombrilla y sale girando. Así nomás, dando vuelta. Yo nunca le pude ver la cara, dijo la mujer, y yo mejor corría. Ella arrancaba para su casa".

"Yo me quedé pensando; me le voy a arrimar, lo voy a detener y voy a ver quién es".

En su relato explica que él empezó a ver cómo un remolino de polvo comenzó a emerger alrededor del pilar. Eran las cuatro de la tarde.

"... miro que se fue levantando un polvito, así como remolino, llegó y ya arriba era una persona, pues así, pero no se miraba (el rostro), la sombrilla le pegaba y estaba como oscuro y ya me fui yo para allá, le di vuelta para ver quién es", recordó.

"Iba girando así, como sombrilla que está bailando, me moví para verle la cara, me vine despacio por aquél lado, estaba de espalda, y ya le empecé a tocar así y sentí que le pegué a una piedra y no había nadie, era el miso pedazo de piedra".

Recordó que renegó: "Ingasumadre. Esto es un espíritu".

 

--¿Y después lo volvió a ver?

--Ya no lo volví a ver, porque la viejita se murió y dijo ella que lo miraba todas las tardes, a las cuatro.

 

 

EL SEÑOR ELEGANTE DE LA MEDIA NOCHE

 

Las jornadas de don José en el panteón San Juan eran de mucho trabajo. Lavaba tumbas casi a diario porque recibía ayudas mensuales por mantenerlas en buen aspecto. Es obvio pensar que el trabajo se acrecenta conforme se acerca la celebración del Día de Muertos.

Una de esas veces llevó la manguera a la zona poniente del panteón y lavaba una tumba de una familia de la que esperaba su pago ese día.

"... y dejé la manguera allá arriba de una tumba, la lavé bien. Un señor de traje venía a pagarme por año e iba a venir ese mismo día en la tarde, yo aquí lo estuve esperando y nada. Y me acosté y como salgo yo a las 12 de la noche a revisar el panteón, para ver si se queda alguien", narró.

"¿Eh? Ahí está el señor, a las 12 de la noche, con traje verde y corbata, yo pues pensé: me le voy a arrimar a cobrarle. Pero dije yo: se me hace raro que a las 12 de la noche esté una persona ahí, y ahí estaba con la manguera y salía agua de la manguera".

Recordó haberse arrimado, bajó los escalones y le tocó la espalda para decirle: "oiga, pues ya que está aquí págueme de una vez".

"Lo toqué y se hizo como un remolinito así, se bajó y se salió por un agujero por donde sale el agua de la que llueve, por el drenaje, y eso era: hijuela chingada, otro espíritu", renegó.

 

LA SEÑORA DE NEGRO QUE BAILA

 

El pasillo principal del panteón San Juan ya lo conoce don José como la palma de su mano.

Hacia la entrada, una noche cercana al Día de Muertos, recuerda haber echado un último vistazo antes de ir a dormir.

"Miré a una mujer que salió bailando allá", dijo sorprendido.

"Hay una tumba que tiene unos aparatos que con el sol se carga y en la noche alumbra. Yo desde aquí la miré bailando, vestida de negro, con una falda grandota de esas que se usaban antes".

Por ser el único en Culiacán que ejerce este particular oficio de velador de panteones, don José tiene entre sus contactos a unos jóvenes que cazan espíritus.

Cuando vio a aquella mujer les llamó: Oigan vengan, en este momento está una señora bailando aquí entre las tumbas. Aquí voy a estar yo. Les voy a abrir para que entren.

Recordó que sí llegaron tres jóvenes y ella estaba ahí, vestida de negro.

 

--¿Cómo era de la cara?

--Pues la cara de lejos no se les ve, oscuro nada más. Les dije: arrímense por acá, sin hacer ruido, para que no vaya a irse. Está muerta.

Don José señaló que uno de los jóvenes, con un aparato ahí cuadrado, pudo capturar una imagen.

 

EL ÁNIMA QUE RECLAMA VISITA

 

Lo mejor de vivir en un panteón es que uno puede acomodarse en donde quiera, sin ser molestado. O al menos eso es lo que cualquiera pudiera pensar.

"Fui ahí con los Aguerrebere, ahí dormía yo en una capilla, con los Aguerrebere, estaba tendiendo, estaba una mesa negra y ahí tenía la televisión yo", recordó, "y de repente oí que los perros ahí andaban afuera, ahí dormían afuera, pero de repente me quedé ¡¿qué hubo, viejón?!".

"Ah, cabrón, pues quién se metería si ya cerré, quedaría alguno encerrado, le dije: ¿dónde estás?, ¿qué andas haciendo aquí?, ¿te quedaste encerrado o qué? Nada".

El miedo no paralizó a don José y se movió unos metros. Tomó sus tendidos y se acostó junto a un roble en la entrada del panteón y acomodó un machete a su lado.

"Ya me acosté ya estaba yo bien a gusto... de repente sentí yo como algo atrás de mí: ah, caray, pues ¿qué será esto? Siento la mismo presencia de la persona esa que me habló. Volteé así, para ver y era un hombrón, grandote y dije 'yo creo que éste me quiere matar", expresó.

"Era un señor grandote, moreno, vestido de negro; y dije yo: pues lo único que puedo hacer es tirar la mano, todo lo que dé para atrás, engancharlo de los pies y jalarlo pa' que caiga pa'trás , y le caigo yo arriba. Y si, me fui así poco a poquito, poquito, y n'ombre, le tiré el fregadazo, y todo esto me tronó, bien feo, me pegué en la cabeza. No era nada".

Contó que se levantó atarantado por haber chocado él mismo con el tronco en busca de tomar las piernas de lo que resultó un fantasma.

"Manifiéstate, quién eres, por favor, ya me asustaste, casi me matabas", recordó haber gritado.

El ánima, ya sin estar visible, le respondió: Dígale a mi familia que si no viene este año a verme y o me traen veladoras, yo les voy a hacer un desmadre allá adentro.

"Y dije yo: es el de la capilla donde estaba dormido. Era un Día de Angelitos esa noche, iba a ser Día de Muertos al otro día. Sí, le respondí, en cuanto los vea venir yo les digo, yo les digo todo".

Don José dijo haber tenido contacto con un familiar al otro día por la mañana. Él se preparaba para lavara tumbas.

"¿Qué te dijo mi papá?", preguntó el joven después de que don José le narró lo ocurrido. "Que si no traían nada, que mejor que mejor que ni vinieran, porque iba a hacer un desmadre... sí, dijo el muchacho, mi papá, nomás no le daban comida a tiempo, hacía una quebrazón de ollas y todo eso".

 

LOS HOMBRES CON ALAS DE ORO

 

El susto más fuerte que sintió don José desde que vive en el panteón San Juan pasó hace muy poco, y se repitió por varios días. Siempre lo mismo y a las 12 de la noche. Muchos, asegura que eran como mil, hombres alados salían de una de las capillas para atormentarlo hasta quedar desmayado.

"Salían hombres con alas de oro, puro oro", explicó.

"A las 12 de la noche, en un silbido como cuando anda un carro acelerado, dando vueltas. Como mil salieron, y de ahí se desparramaban. Unos lloridos que tenía yo, pegando de golpe por todos lados. Dije yo: pues ¿qué es esto? Me pasaban zumbando ahí, luego ahí, como unos mil, más o menos. Y no se iban, ahí estaban hasta que ya me quedaba yo desmayado de terror".

--¿Sí le dio miedo esta vez entonces?

--Sí. Ya no quería estar aquí. Nunca, ya después les decía, no me traigan nunca, unos lloridos espantosos. Todos los días salían hasta que me fui. Eso pasó como cinco días seguidos.

 

LO QUE LE ENSEÑARON LOS BRUJOS

 

El hecho de estar siempre de noche en el camposanto también le permitió a don José conocer a personas que les gustan los temas paranormales. También a quienes son aficionados a la magia, como los brujos.

Uno de esos días, según recordó, preguntó a uno de los que habían acudido a enterar algo de noche: Oiga, ¿cómo le hace uno para ver los espíritus? Hace mucho, desde que llegué yo aquí, he visto cómo la gente sale corriendo, de terror, mujeres (brujas), que vienen a ver muertos y salen, atraviesan la carretera sin mirar a ningún lado.

Don José recuerda que además de las instrucciones, le obsequiaron un libro.

"Me dijeron: ese libro, durante 7 semanas, vas a orar en cada esquina del panteón que quieres ver los espíritus, para que se manifiesten", explicó.

 

-- ¿Y leyó el libro?

-- Si, lo leí. Lo primero que vi fue una carreta que camina con la muerte arriba y que trae como unos 20 muertos, amarrados... aquí la miraba yo pasar, porque por allá pasaba que nomás volaba, y dije: aquí tiene que detenerse, y no se detenía, pero pasaba despacito. Y arriba la muerte con una pluma de avestruz grandota y una guadaña.

"Hijuelachingada. Me quedaba yo mudo, no podía hablar, duraba rato".

"Hubo un tiempo que esa carreta la tomaban... venían a hacer obras de teatro y en esa carreta andaba una mujer. Aquí estaba parejo todo y el caballo, era un caballo blanco grandote, una carreta como diligencia, con llantas de hule".

"La mujer esa ya se moriría, ahora andaba la muerte. Hijuesuchingada. Los perros nada más ladraban pero al aire. Estos cuando ven la muerte aúllan al aire. ¿A quién le ladran si no hay nadie?, y ahí están ladrando y voy para allá, y ladrido y ladrido. Sabrá Dios qué será, dije yo. Es la muerte, y al otro día en la mañana traen a uno enterrar aquí".