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Sacerdote

José Alberto ofrendó su juventud a Dios como sacerdote y médico de almas

Comparte que al ver que su párroco no alcanzaba a atender a todos los fieles, creció en él la necesidad de formarse. Así, ingresó al Seminario Menor —etapa correspondiente a la preparatoria— un 5 de agosto, pero de 2012
11/05/2025 13:47

EL ROSARIO._ Al celebrar su primer aniversario de haber sido ordenado sacerdote, con tan solo 28 años, José Alberto Ortega Navarro recuerda que su primer anhelo era ser doctor, sin imaginar que el llamado de Dios lo transformaría en médico de almas.

Por ello, a los 15 años ofrendó su juventud al ingresar al Seminario Diocesano de Mazatlán y, tras poco más de 12 años de formación, se ordenó al servicio de Dios y de la Iglesia católica.

“Es una encomienda muy grande. Tenía la dimensión de esta situación, pero ya hasta que fui sacerdote, más concretamente por el sacramento de la confesión... Es una responsabilidad muy grande porque, literal, en las manos de un sacerdote está que esa persona actúe para bien y se salve, o actúe para mal y se condene”, expuso.

Dijo que eligió este camino con la bendición de sus padres, Alberto Ortega Díaz y Rosa María Navarro González, a pesar de ser el único varón de los cuatro hijos que tuvo el matrimonio.

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“Bendito Dios, siempre fue muy favorable. Nunca hubo ninguna resistencia, ninguna queja ni nada, y siempre me apoyaron”, dijo.

Vocación que, refirió, lo ha llevado actualmente a ser vicario en el Santuario de Nuestra Señora del Rosario.

Recordó que su acercamiento a la fe comenzó al ser monaguillo desde niño en el templo de San Juan Apóstol, en la colonia Francisco Villa, en Mazatlán, de donde es originario, aunque en ese momento no tenía inquietud por la vida consagrada.

La primera interacción con la vida sacerdotal fue a los 12 años, cuando la encargada de los monaguillos del templo le planteó la invitación a vivir el preseminario, experiencia que ayuda a discernir si se tiene el llamado al orden sacerdotal.

“A mí me invitaban y yo me mostraba renuente porque en ese momento no pensaba ser sacerdote. Decía: ‘yo nada más vengo de monaguillo porque me gusta’. Tenía 12 años. En ese tiempo recuerdo muy bien que quería ser médico, quería ser doctor”, relató.

Tiempo después, a los 15 años, ante la insistencia de su catequista, accedió a vivir la experiencia. Fue en una Hora Santa en el Seminario Diocesano de Mazatlán cuando sintió con claridad el llamado, aunque inicialmente lo tomó como unas vacaciones.

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“Asistí, y el jueves, en una Hora Santa, el Señor me llama a servirlo en la vida sacerdotal por medio del sacerdocio, me acuerdo muy bien. Es una sensación que no puedo describir, pero era como una necesidad que surgía desde el fondo de mí. Si pudiera decirlo de manera física, era algo como un calor en el pecho, en el estómago, que se extendía”, rememoró.

Sostuvo que al ver que su párroco no alcanzaba a cubrir a todos los fieles, creció en él la necesidad de formarse. Así, ingresó al Seminario Menor —etapa correspondiente a la preparatoria— un 5 de agosto, pero de 2012.

Ya dentro, se mantuvo firme en el llamado de Cristo, por lo que pasó al Seminario Mayor para iniciar formalmente sus estudios de Filosofía y Teología. Durante su formación recibió los ministerios del lectorado, acolitado y admisión a las órdenes sagradas.

Tras un año de confrontación espiritual durante el inicio de la pandemia de COVID-19, fue ordenado diácono el 4 de abril de 2023, teniendo como primer destino Teacapán, en Escuinapa, donde permaneció un año y un mes.

Fue el 11 de mayo de 2024 cuando tuvo lugar su ordenación sacerdotal en la Catedral Basílica de la Inmaculada Concepción de Mazatlán, mientras que su “cantamisa” se celebró cuatro días después en su comunidad de origen.

Sostuvo que ha sido un año donde ha visto la mano de Dios, por lo que no ha habido espacio para la duda. No obstante, reconoció que ha sido difícil ser guía, pues los fieles están acostumbrados a presbíteros mayores.

Sobre la crisis vocacional que se vive actualmente, la atribuyó a que se ha perdido el diálogo con Dios a través de la oración; por lo tanto, también se pierde la capacidad de escuchar su voluntad divina, sumergidos en los ruidos del mundo.

“Yo siento que la mayor crisis de nuestra Iglesia hoy, en el siglo XXI, ha sido no adentrarnos en Dios por medio de la oración”.

Detalló que actualmente hay alrededor de 82 sacerdotes en la Diócesis de Mazatlán, que comprende desde Cosalá hasta Escuinapa, de los cuales más del 50 por ciento son mayores o están enfermos. Por ello, reconoció que es urgente que más jóvenes se consagren.