‘Paciencia y cariño son la clave para enseñar’, dice la maestra Irma
ESCUINAPA._ Paciencia y cariño son las principales características que debe tener un maestro para que los niños y niñas aprendan a escribir y leer, señala la profesora Irma Genoveva Polanco Romero.
Son conceptos que no solo los dice, los practica, y es visible, mientras da las clases en el patio de su casa, ese que fue acondicionado con plantas diversas, un pizarrón, gises de colores, números y letras.
La maestra Irma disfruta las clases, sus alumnos favoritos son aquellos que no saben nada, los que van como lienzo en blanco para empezar a crearlos, para enseñarles ese mágico mundo de las letras, números y la escritura.
La escritura tiene un énfasis especial, en el pizarrón, con gises de colores, se practica como si fuera cuaderno, las líneas para dar forma a cada letra es importante, les indica; acentos y ortografía también, nada queda suelto, todo lleva orden, es la enseñanza tradicional.
Hace una década se jubiló de las aulas, después de 42 años de estar frente a grupo, pero sus tardes siguen ocupadas, solo paró un año porque el Covid-19 la alejó de esas tardes de risas, reclamos y la palabra “¡Maestra!”. Exclamada entre las clases que da en casa.

¿Maestra puedo ir a tomar agua? ¿Maestra puedo ir al baño? ¡Maestra, me rompieron el cuaderno! Se escucha en el aula improvisada al aire libre y con vegetación alrededor.
“Me gusta ser maestra, es algo que me gusta y que seguiré haciendo hasta que pueda, siempre quise alumnos de primer y segundo año de primaria, enseñarlos a leer, a escribir, es que eso, solo es cosa de paciencia, de cariño, ellos aprenden”, expresa.
Inició su labor como maestra a los 17 años, estudió en la Normal en Mazatlán, su profesión la tomó por vocación y es algo que le ha dejado grandes satisfacciones, indica.
Cuando empezó a dar clases tenía claro que siempre debía tener presente que cada niño es diferente, que cada uno tiene sus propias dificultades y que en algunos casos estas tienen su origen en casa, por lo que, en ocasiones, para ese niño, el lugar más seguro es estar en la escuela, es tener un maestro que le dé cariño.

Ningún niño es difícil, indica, por eso procura que en ella tengan un lugar no solo para aprender, sino para hacerles sentir lo valioso que son y que todo es posible que hagan, que todo pueden hacer y así es siempre, lo logran, resalta orgullosa.
“Tengo mucha satisfacción cuando algunos de esos que eran niños, me saludan, aunque a veces no recuerdo sus nombres porque al crecer algunos tienen cambios en su cara, pero los veo convertidos en profesionistas, en gente de bien, me da gusto”, señala.
En su caminar como docente, no solo ha tenido niños, indica, a su aula también han acudido adultos mayores que de niños no aprendieron a leer y escribir y también lo logran, porque paciencia y cariño es la clave, insiste la profesora.
Cuando decidió dejar las aulas, porque su compromiso como mamá había terminado, pues sus hijos ya eran profesionistas, decidió ir a casa, pero solo para acomodar un espacio para los que serían sus alumnos.

Así que una parte del patio se convirtió en una miniescuela, porque en un lugar, además del aula, se pusieron juegos, como sube y baja, columpios y una mesa con sillas para que al terminar las tareas, los menores vayan a comer su lonche, si así lo desean.
No extraña las aulas, no extraña las risas, ni las discusiones simples entre niños, una década después de que cumplió laboralmente con niños de Copales, Teacapán y la cabecera municipal, sigue ejerciendo con orgullo su labor de maestra, ahora en casa, porque la vocación no se va, esa se queda para siempre en las personas, señala.
“Me entretiene escuchar a mis niños, verlos cómo aprenden a leer, a escribir, cómo aprenden el sonido de cada letra, soy maestra y lo seguiré siendo hasta que Dios me lo permita”, concluye.