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Las alas de Titika

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LAS ALAS DE TITIKA

Nadie le había dado un golpe tan duro, rítmico y sonriente al eurocentrismo como lo ha hecho Shakira; sigue facturando y regresó a vivir a USA... Nunca había sido tan complicado pedir un café con chocolate hasta que llegó Garat y dijo que se llama: café-moka-criollo-baseagua...

Voy a casa de mi amigo a filosofar —no ha sido buena idea—. Insiste que éste ya no es su mundo y que está listo para desaparecer. No está dispuesto a cambiar sus principios y seguir el rollo para estar en onda; dice que no escuchará corridos tumbados aunque sus sobrinos le digan que no pasa nada, que se trata de visibilizar contextos, y que el doble P no llegará lejos, que morirá joven como los grandes —¿grande?—. Mi amigo se sigue cuestionando y siente que ya está empezando a sonar como Elizabeth Costello en Los siete cuentos morales; las frases lo delatan, cosa que juró nunca repetir cuando fuera grande —de los otros grandes—. Se pregunta qué tanto tienen que cambiar los padres para seguir en el mundo de los hijos sin haber dejado de lado los propios principios, los deseos, sus ideales, que al parecer ahora sí son toda una utopía. Lo veo y confirmo la nubecita negra que lo habita y la razón de por qué nunca se comprometió. Decía que la pareja se encuentra de joven, ya que de grande no sabes si te buscan por la posición y el dinero; vaya valor que se daba el pobre, aunque puso a pensar a varios y el resultado es que junto con él se quedaron otros también atesorando el billete y quitándose atributos —tampoco es que tuvieran tantos—; la vecina prefirió guardar la posición y ha llegado a vieja muy derechita. Él, como otros, terminó solo y soportando a su amigo el descalabrado, quien no se cansaba de repetirle que si tenía dinero que le diera buen uso y que le sirviera para atraer buena compañía; nunca sucumbió y ahora anda viendo a quién le dejará los tres pesos que ahorró, ¿la posición? se la arrebataron y ni cuenta se dio... menudos tiempos soporta mi amigo.

Regreso al edificio y veo un montón de gente en la entrada. Una ambulancia y un carro de bomberos. Me acerco y la vecina encargada del grupo del chat, ese que te recuerdan fechas de pago y eventos de la delegación —cosa sin sentido porque igual los recibos llegan al departamento y los eventos a nadie le importan— grupo por demás inútil pues cuando alguien reclamó que las cacas de perro siguen en el pasillo, que por favor el responsable no permita tales cochinadas, se hizo mutis y terminaron tachando de insensible a quien reclamó; “ellos también tienen necesidades, qué le pasa”... Volviendo a lo del tumulto, resulta que el vecino —ese nómada digital que tenía poco de rentar— había mandado un mensaje al grupo pidiendo ayuda pues temía suicidarse, pero que siempre no, que parece que se arrepintió. En lo que llegaron los bomberos, abrieron la puerta a golpes y allí estaba tirado, atorando la puerta, con el papel suicida en mano: “los likes no alcanzaron la meta y me han despedido. Estoy harto. Lo único que quiero es desaparecer”. La del 13 se apersonó, movió la cabeza y dijo: “mira, pobre. Tan sonriente y amable. Llegué a pensar que no trabajaba y que hasta era feliz”. En la entrada del edificio aparece un uber-eat, pregunta por el del 15 para la entrega. Se regresa cabizbajo, las cuentas no le saldrán y él que venía matándose en la moto para cumplir la meta; tampoco se ganará el bono de la semana y empieza a sospechar que él, claramente, no es el Chía dComentarios: majuescritora@gmail.comscritora@gmail.com

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