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Columna

Admito que estoy triste

LAS ALAS DE TITIKA

Admito que estoy triste, qué pronunciamiento más honesto. A qué se refiere, cuál es la tristeza. Quién asume ese estado. Apenas escuchas y surgen las preguntas. No lo sabes hasta que la escuchas a ella, hasta que abres sus páginas. Te dicen su nombre y asientas; claro, ella joven; claro, ella poeta. Seguro hizo la pausa necesaria, se apartó del riesgo, del temor de todos, del propio, del mundo. Surgió el silencio, alejó la muerte y volvió a la vida. Una vez mis supuestos había que ver su rostro y sus gestos. Llena de símbolos para quien esto escribe, había que reconocerla justo ahora.

Llegó el día esperado. Puntual fui a su encuentro. La entrega, nada menos, que en la casa del poeta Ramón López Velarde, en la colonia Roma. Entré al edificio y la vi de lejos al lado de su padre. No puedo evitar referir la coincidencia del padre a su lado. Así conocí al gran Ignacio Padilla, de quien se dijo que era tan brillante que en una ocasión participó en un concurso de cuento donde él envió tres; con nombre distinto, claro. El resultado fue que él mismo ganó primero, segundo y tercer lugar. Así le pasó a ella. Apenas un poemario, apenas un concurso y recibe el primer lugar del Premio Nacional de Poesía Rogelio Treviño; él chihuahuense, un hombre que también fue poesía.

Allí estaba, con sus veinte años se convertía en la participante más joven en ganar el premio. ¿Quién dice que los jóvenes andan por la vida sin cuestionarla, sin arrebatarle la belleza? Una dolorida y profunda belleza, eso es Admito que estoy triste. Una sensibilidad expuesta para escribir ‘La cama 33’; primer poema que habla de la zozobra y la tristeza vivida en la habitación de un hospital, en sus pasillos blancos sanitizados más no por ello alejados de la muerte. Angustia de ver a la madre debilitada y enferma. Sentir el horror atorado en la garganta. Mas siempre la esperanza compartida, la mano amiga que se hermana en la tragedia. Así de expuesta es la tristeza de ella. Clara y honesta es la poesía de Ana Paula Ojeda Coronel.

Ella leía y yo escuchaba. Veía sus ojos y en ellos concentraba la juventud reunida. La potencia y el valor de admitir y compartirnos la desolación vivida en los momentos de tragedia. Hacerle frente a la insolencia de la vida con la verdad de las palabras. Joven de palabras que admite que no somos suficiente aunque finjamos que estamos vivos; así lo admite en Insuficientes, su segundo poema. Y de nuevo la esperanza, porque andamos y seguimos, aún con los pies y el corazón cansados; Andando, su tercer poema...

Debe ser que también Ana Paula es cuentista y dramaturga, que cursa dos carreras, que es estudiante de la Universidad Autónoma de Sinaloa y de la Universidad Nacional Autónoma de México, que sus padres la impulsan, que le contaron historias desde niña, que escribe para que sus amigos digan que tienen una amiga poeta, que el sol de su tierra la revive, que el encierro pandémico le mostró lo vulnerable, que pondera el valor de las palabras, que ha pactado con su tristeza para no arruinarse la vida... que ninguna de estas suposiciones tiene sentido y que ella escribe simplemente porque es poeta.

Algunas voces dicen: si amas la poesía no conozcas al poeta. He conocido su poesía en las 29 historias de sus 30 páginas, conocí a la poeta; admito que ha sido una hermosa armonía. Enhorabuena Ana Paula, que orgullo todo lo que representas. ¡Felicidades!

Comentarios: majuescritora@gmail.com

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