"Con el puño en alto, agradece Arturo Beristáin"
El símbolo de la solidaridad que ha unido a México alrededor de la desgracia del temblor es un puño en alto, con el que se indica que se escuchó algo, un sobreviviente entre los escombros, y se pide no ruido para escuchar mejor, todos los voluntarios levantan el puño, se unen en el silencio, en la emoción de que aún exista la vida, en la ilusión de que esa fuerza sirva para cambiar a un País.
Juan Villoro escribió el poema “El puño en alto”, que honra a la ciudad de México en el temblor del 2017, también él es el autor de la obra que el miércoles pasado presentó la Compañía Nacional de Teatro en Escena Mazatlán, el monólogo “Conferencia sobre la lluvia”, interpretado por el primer actor Arturo Beristain, que salto a la fama desde la edad de 20 años por su actuación en la película “El Castillo de la Pureza” (1972) de Arturo Ripstein.
El protagonista de esta obra, sin palabras, sólo con la fuerza de su imagen mandó una señal a todos los mazatlecos que asistieron al Teatro Ángela Peralta, con su solitario puño levantado emocionó a los asistentes que entendieron el mensaje y aplaudieron al actor que esa noche recibió un homenaje por su trayectoria, se lo entregó Escena Mazatlán y el Instituto de Cultura.
La sólida formación de actor de Arturo Beristáin, el profundo respeto que siente por el teatro, consiguió crear un ritual en el escenario del Teatro Ángela Peralta.
“Conferencia sobre la lluvia” es un monólogo que narra la relación amorosa de un hombre con la literatura y con la melancolía que genera la soledad.
El bibliotecario llega a la sala de conferencias con libros y una carpeta bajo el brazo. Cuando se dispone a iniciar, se da cuenta que olvidó los papeles en donde estaba escrita la conferencia y empieza a disertar sobre la relación de la lluvia y la literatura, que lo lleva a evidenciar su profundo amor por los libros.
El texto de la obra es un sentido homenaje que como dramaturgo Juan Villoro hace a la literatura, recoge de su memoria frases y oraciones que lo han conmovido y teje minuciosamente un discurso amoroso en el que el objeto del deseo son las letras.
Trae momentos brillantes de Verlain, Alfonso Reyes, Leopoldo Lugones, Goethe, Pessoa, el actor se convierte en el poeta César Vallejo cuando su convicción convence al decir: “Me moriré en pie un día de aguacero, un jueves será bajo la lluvia”.
Se aventura por el humor cuando describe la tortuosa relación con su esposa, con un conocido fragmento de un poema de Pablo Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. Y asegura el personaje: “Neruda entendía la vida como un naufragio”.
El personaje vive entre libros, rodeado de un orden impoluto que él mismo construye. Recuerda a Cortázar cuando dice que una relación se elige, pero que en “Julieta” (“Romeo y Julieta”) y “Beatriz” (“La divina comedia”) el amor no es una elección, es una iluminación, un amanecer; y empieza a hablar de su amor por “Laura”, que llega cuando su esposa lo abandona.
Así transcurre la obra entre momentos brillantes de oraciones incrustadas como diamantes en los libros, que llenan de luz la vida de los humanos.
El bibliotecario va dosificando cada momento literario para construir su historia de soledad en una coreografía de palabras que juega con el deslumbramiento del espectador, y que Arturo Beristáin, con su experimentado trabajo actoral, vierte en el espejo de vida en el que se convierte el Teatro Ángela Peralta durante Escena Mazatlán.
El poema completo de Juan Villoro, “El puño en alto”.
Eres de lugar donde recoges
la basura.
Donde dos rayos caen
en el mismo sitio.
Porque viste el primero,
esperas el segundo.
Y aquí sigues.
Donde la tierra se abre
y la gente se junta.
Otra vez llegaste tarde:
estás vivo por impuntual,
por no asistir a la cita que
a las 13:14 te había
dado la muerte,
treinta y dos años después
de la otra cita, a la que
tampoco llegaste
a tiempo.
Eres la víctima omitida.
El edificio se cimbró y no
viste pasar la vida ante
tus ojos, como sucede
en las películas.
Te dolió una parte del cuerpo
que no sabías que existía:
La piel de la memoria,
que no traía escenas
de tu vida, sino del
animal que oye crujir
a la materia.
También el agua recordó
lo que fue cuando
era dueña de este sitio.
Tembló en los ríos.
Tembló en las casas
que inventamos en los ríos.
Recogiste los libros de otro
tiempo, el que fuiste
hace mucho ante
esas páginas.
Llovió sobre mojado
después de las fiestas
de la patria,
Más cercanas al jolgorio
que a la grandeza.
¿Queda cupo para los héroes
en septiembre?
Tienes miedo.
Tienes el valor de tener miedo.
No sabes qué hacer,
pero haces algo.
No fundaste la ciudad
ni la defendiste de invasores.
Eres, si acaso, un pordiosero
de la historia.
El que recoge desperdicios
después de la tragedia.
El que acomoda ladrillos,
junta piedras,
encuentra un peine,
dos zapatos que no hacen juego,
una cartera con fotografías.
El que ordena partes sueltas,
trozos de trozos,
restos, sólo restos.
Lo que cabe en las manos.
El que no tiene guantes.
El que reparte agua.
El que regala sus medicinas
porque ya se curó de espanto.
El que vio la Luna y soñó
cosas raras, pero no
supo interpretarlas.
El que oyó maullar a su gato
media hora antes y sólo
lo entendió con la primera
sacudida, cuando el agua
salía del excusado.
El que rezó en una lengua
extraña porque olvidó
cómo se reza.
El que recordó quién estaba
en qué lugar.
El que fue por sus hijos
a la escuela.
El que pensó en los que
tenían hijos en la escuela.
El que se quedó sin pila.
El que salió a la calle a ofrecer
su celular.
El que entró a robar a un
comercio abandonado
y se arrepintió en
un centro de acopio.
El que supo que salía sobrando.
El que estuvo despierto para
que los demás durmieran.
El que es de aquí.
El que acaba de llegar
y ya es de aquí.
El que dice “ciudad” por decir
tú y yo y Pedro y Marta
y Francisco y Guadalupe.
El que lleva dos días sin luz
ni agua.
El que todavía respira.
El que levantó un puño
para pedir silencio.
Los que le hicieron caso.
Los que levantaron el puño.
Los que levantaron el puño
para escuchar
si alguien vivía.
Los que levantaron el puño para
escuchar si alguien
vivía y oyeron
un murmullo.
Los que no dejan de escuchar.