"Deja 'Veintidós, Veintidós' un mensaje reflexivo"
Félix Rodríguez
En 35 años de existencia, Verónica Domínguez nunca aprendió lo que en unos minutos un ser de energía pura vino a enseñarle: hacerse responsable de los actos de su vida y que esta es “solo por ahora”.
El Teatro Ángela Peralta recibió la puesta en escena Veintidós, Veintidós, con las actuaciones del también escritor y director, Odín Dupeyron, y Erika Blenher. La publicidad de la obra advierte que “todos tenemos una hora, ¿de qué no te quieres perder?’, un mensaje serio y reflexivo para una historia que arranca las carcajadas del público.
Un reloj marca las 22:19 horas. Una cama, un buró, un perchero, una silla, un escritorio y un pequeño librero son parte de la habitación en la que se encuentra Verónica al momento de recibir a quien se hace llamar ATT, (Auxilio en la Transición del Término).
A las 22:22 horas, comienza el aprendizaje de la protagonista de la historia, quien ha tenido una vida dura, difícil, dolorosa, con miedos e incertidumbres. No recuerda haber sido feliz. Su niñez y las ideas de sus padres sin cuestionar; un padre violento que abusó físicamente de ella, una madre que volteaba su mirada para evitar ver lo que pasaba.
También recuerda su adolescencia, la que califica de terrible, un etapa en la que pierde su autenticidad queriendo ser parte de algo, convertirse en la expectativa de los demás. En la que no era una niña, pero tampoco una adulta.
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Mientras hace un recuento de su vida, ve guiños de felicidad, pero solo en su etapa adulta y fueron muy pocos. Su vida en Cancún, su boda con Óscar, el nacimiento de sus gemelos, Gabi y Gabo, y la enfermedad de la pequeña. A partir de ahí comienza “de nuevo” su espiral descendente, a vivir con una constante desesperanza que le impide ser feliz y que la termina llevando al divorcio y a las adicciones.
En un diálogo con reclamos, enojos, llantos, gritos, angustia y risas a ratos, el ATT le muestra a Verónica que la vida es para valientes, porque duele, pica, raspa, unas veces se gana, otras se pierde y algunas empatas. La vida es solo por ahora, algo así como ciclos que comienzan y terminan, y que no son para siempre.
Le muestra que no todo lo que duele es malo, ni todo lo que conforta es bueno.
La advierte que debió quitar su vida de las manos de las demás, evitar que estos tomaran las decisiones de qué caminos seguir, y hacerse cargo de su propia existencia. “El ser humano no se define por lo que le toca, sino lo que hace con lo que le toca”, le refiere.
Le señala que la autocompasión ha sido la destrucción del ser humano, pues a diferencia de cualquier otro ser vivo, es el único que se lamenta por la propia manera de ser o de actuar, además de su falta de coraje para hacerle frente a la vida.
Le explica que pareciera que el hombre vive en una constante carrera por llegar a quien tiene todas las respuestas, pero tal vez este no exista y tal vez tampoco tenga todas las soluciones; le pone en duda la existencia del Paraíso, el Limbo, el Purgatorio.
La enseñanza-aprendizaje es contundente. A Verónica “le ha caído el 20”, pero ya es muy tarde. Decidió, por fin, ser la única dueña de algo: su muerte, y quitarse la vida hace apenas unos minutos.
El ATT le informa a la suicida que acaba de acortar su vida 50 años, 8 meses, 28 días, 21 horas y 10 minutos antes de tiempo. Verónica falleció al ingerir botox y así se perdió de vivir “lo que hubiera podido ser”.
La protagonista, que con su muerte buscaba terminar con todo lo malo de su existir, como si fuera una condena, revive la angustia, el miedo, la incertidumbre con los que vivió, pero ahora por no saber qué pasaría con su vida y con la de sus hijos. “No pedimos nacer, no queremos morir, no sabemos vivir”, grita.
“El ser humano no está a gusto con su muerte, ni cuando se mata”, le dice el ente de energía pura.
Para el ATT, antes de “cantar” la hora de la muerte de Verónica, las 22:22 horas, la enseñanza es tajante: “El suicidio es una solución permanente para un problema... que es temporal”.
