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"Mazatlán"

"El Octavo Día: Memoria de una pérdida y un designio"

"El columnista relata la muerte, durante la pandemia de la gripe española"
EL OCTAVO DÍA

Ya casi va a ser un año y veo que los mismos que decían que el Covid era una farsa, ahora juran con brío similar que las vacunas son una farsa.

Toda generación que olvida su pasado está obligado a repetirlo.

Leo por coincidencia un excelente libro, “Memorias de una joven católica”, de Mary McCarthy.

(Quizás usted oyó hablar de “El grupo”, otra exitosa novela de Mary McCarthy, que narra las vidas de ocho mujeres acomodadas, desde mediados de los años 30, a la explosión de la Segunda Guerra Mundial y que Sidney Lumet adaptó con éxito al cine en 1966).

Este pasaje que ahora comparto narra un episodio familiar, ocurrido durante la pandemia de la gripe española, que quizá años atrás yo no habría leído con tanta intención y atención.

“De joven, el tío Harry fue la gran esperanza de la familia, el muchacho que estudió en el Este, en Andover y Yale, y que ganó un millón de dólares antes de llegar a los 30 años.

En esa calidad de millonario en ciernes y de representante de la familia, fue a Seattle en 1918, junto con su linda y sociable esposa, mi tía Zula, para supervisar nuestro traslado a Mineápolis.

Se alojaron en el Hotel New Washington, el mejor en aquellos tiempos y, según decía mi abuela Preston, trajeron consigo la gripe.

También nosotros nos alojábamos en ese hotel, ya que habíamos dejado nuestra casa, lo cual fue una notoria imprudencia, por cuanto la primera precaución que hay que adoptar en caso de epidemia es no frecuentar los lugares públicos.

La idea de efectuar un viaje con un enfermo y cuatro niños de corta edad en plena epidemia es pura y simplemente una locura, pero sé el motivo por el que corrimos semejante riesgo, gracias a un viejo recorte de periódico conservado por mi bisabuelo Preston: ‘El grupo emprendió viaje hacia el Este, precisamente en esos días, con la finalidad de visitar a otro hermano, Lewis McCarthy (Louis), que prestaba servicio en aviación y que gozaba de permiso’.

Sin duda alguna, este fue el último capricho testarudo de mi padre. Recuerdo el ambiente de seriedad que imperaba en nuestra suite del hotel la víspera de tomar el tren.

La tía Zula y su hijo de pañales estaban enfermos ya, según mis recuerdos, y los mayores parecían preocupados y dubitativos. Sin embargo, seguimos adelante y subimos al tren el miércoles, día 30 de octubre.

Una semana después, mi madre moría en Mineápolis; mi padre murió el día siguiente. Mi madre contaba 29 años y mi padre 39.

A veces me pregunto ¿cómo sería yo ahora, si el tío Harry y la tía Zula no hubieran venido, si no hubiéramos emprendido aquel viaje. Mi padre, desde luego, seguramente habría muerto y mi madre habría cuidado de nuestra educación?

En el caso de que los dos hubieran vivido, habríamos sido una unida familia católica, sana y de clase media. Yo, probablemente, habría sido hija de María. Me imagino casada con un abogado de origen irlandés, dedicada a jugar al golf y al bridge, haciendo de vez en cuando ejercicios espirituales y siendo suscriptora del Club del Libro Católico.

Sospecho que estaría bastante metida en carnes. Y mi hermano Kevin ¿sería acaso actor actualmente? La verdad es que Kevin y yo somos los únicos miembros de la presente generación de nuestra familia que hemos hecho algo que se salga de lo ordinario y nuestros parientes aseguran que nos envidian, en tanto que yo no les envidio a ellos.

¿Fue, en consecuencia, una buena cosa el que ‘Dios se llevara’ a nuestros padres, como si con ello sirviera a un más alto designio? Algunos de nuestros parientes llegan a una conclusión de semejante naturaleza, dentro de una filosofía muy propia del doctor Pangloss. En cuanto a lo que a mí se refiere, lo ignoro. Es muy posible que el talento artístico estuviera ya latente”.

Hasta aquí la cita. El libro está editado por Lumen y puede descargarse por internet. Lo recomiendo ampliamente.

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