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Columna

El primer día

LAS ALAS DE TITIKA
16/12/2022 14:35

En mi quehacer como escritora, nada se iguala a compartir experiencias con jóvenes que quieren escribir porque esa es la manera más creativa que encuentran de darle forma al mundo. Entre los ejercicios que realizamos les comparto uno que va en retrospectiva. Espero que lo disfruten y que también los lleve a algún momento de su infancia.

Desperté muy temprano para ir por primera vez a un lugar fuera de mi casa. Bajé a la cocina y vi a mi madre muy apurada haciendo el desayuno mientras conversaba con mi padre, no de manera agradable o como conversan las parejas normales. Me tallaba los ojos quitándome las lagañas que mi sueño había provocado. Era el momento de encender la televisión, pues era muy temprano, y para mí era un regalo ver a Barney a primera hora; soñaba con algún día conocerlo. En unos minutos más me iría al kínder, tenía que ir al kínder. !Por primera vez al kínder! Primera vez lejos de mi madre, mis juguetes y de mi casa. ¿Qué más puede hacer un niño a esa edad? Mi madre estaba tan de malas porque no me acababa mi sándwich, y mi leche, claro, en mi taza favorita. En fin, las mamás siempre tan exageradas. Y ella tan de malas por una discusión con mi papá en pleno lunes, que manera de empezar así la semana cuando el hijo mayor irá por primera vez a la escuela. Mi Padre, una persona cerrada, no tan emocionalmente abierta, sólo se despidió de mí con un abrazo y un: pórtate bien. Sí padre, claro, teniendo apenas cuatro años de edad, provocaré un gran incendio dentro de mi salón. Mi pa siendo tan serio, me hubiera fascinado que aunque sea una sola vez me hubiera llevado a la entrada de la escuela, pero tenía que trabajar y siempre decía lo mismo: “tengo que llegar temprano a la fábrica sino me descuentan el sueldo y para qué quieren”. Recuerdo que a mi hermana, de tan sólo dos años de edad, la recibí con una bofetada. Tal vez me sentía celoso ya que era la nueva integrante y me quitara la de mis padres, mis juguetes o mi pelota de futbol o simplemente era que yo quería un hermano y no una hermana, en fin, no era mi decisión decidir que sexo traería a la sigueña.

Aún seguía en el sillón cuando de repente mi mamá me agarró como trapo e inmediatamente me empezó a cambiar. Me puso el uniforme mientras me daba indicaciones sobre lo que tenía que hacer en el salón. No sé si pensaba lo mismo que mi papá sobre incendiar el salón. A ella le gustaba que fuera presentable a todos lados y este día no era la excepción: ropa planchada, zapatos boleados que seguramente lo hizo un día antes mi padre. No podía faltar su mano llena de gel para embarrarme el pelo y hacerme el más formal de los peinados. Al parecer ya todo estaba listo. Mi ma se dirigió a la cocina, tomó su monedero, revisó su cambio, apagó las luces y cerró la puerta con todo y seguro. Estar en la calle y ver a todos los niños con diferentes uniformes, suéteres verdes, azules, y uno que otro de diferente color, me causó algarabía. Mi masiempre me agarraba de la mano mientras cargaba a mi hermana. Hizo la parada y nos subimos a una combi; yo no toleraba su olor, el de la combi, claro. El kínder nos quedaba retirado en donde vivíamos, pero era el único de la colonia. Mi mapagó el transporte. Nos bajamos y aún teníamos que caminar para llegar; sí que estaba lejos. Había muchos puestos de comida y de dulces afuera del jardín de niños. El sabroso lunch de negrito Bimbo que venían en caja con su leche y el nito; lo más delicioso que mi mamáme compro por primera vez; y ya que estaba de buenas yo quería también una gelatina. Revisó su monedero y sólo me dijo: te lo compro a la salida. ¿Por qué habrá cambiado de opinión repentinamente si estaba tan decidida a comprármelo. Siempre que veo ese negrito, me acuerdo del kínder.

Vidal Martínez, estudia Ingeniería Topográfica y Fotomecánica, en el IPN, le gusta la lectura y el deporte.

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