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"Expresiones de la ciudad"

"Este gobierno lacra, dicho sea sin el menor respeto"
La ruta del paladar
10/11/2015 06:45

    Pues eso. Que dicen que un viejo es como un niño decrépito. Pues en esas anduve el fin de semana que se acaba de ir, anda, córrele por aquí, vete por allá, haciendo preparativos para la fiestecita que me arme, casi yo solito, oiga, por mi cumpleaños número 51.
    Uno es tan humano como cualquiera, pese a dármela de lobo estepario la más de las veces. De allí que de vez en cuando no es tan malo regalarle un pase a la memoria del corazón, sí, mire, porque de este modo resulta fácil eliminar los malos recuerdos y magnificar los buenos, artificio con el que, gracias a Dios, o a quien sea, podemos sobrellevar el pasado.
    Aunque a veces no encuentro nada que me parezca digno de mis nostalgias, cuento con el presente particular (no el presente público siniestro) y amistades que lo acompañan. Y la reunión que me hice se convirtió en uno de esos momentos, al amparo de mis amigos y la familia, en que la vida lo reconcilia a uno con la vida, y en que todo lo que viviste y soñaste encuentra su lugar en el mundo, encajando en él de modo asombroso. Miren al anciano osteoporósico, alguien podría decir. Clac, le hacen los huesos al pobre viejo. Y sin embargo no me la acabo con la vitalidad que me cargo. Uta, me siento como de a veinte. Y le digo esto para que suelte la carcajada, juas, juas, si uno día de estos se entera de que, ¡bomba!, el veinteañero cayó fulminado por un ataque entre la diástole y la sístole de su dizque joven corazón. Pero cada cual es cada cual. ¿Antiguo yo? Nomás la puntita. Aunque a veces traiga la columna como sonaja. Cling, cling, suena la ingrata.
    Pero es verdad. Sale. Ok. Acepto. Tengo más años por detrás que para adelante. Pero cada quien se inventa los momentos que le gusten o le hagan falta, de modo que yo me hice uno feliz, yupi, yupi, logrando que los ácidos estomacales se me convirtieran en agua de horchata con raja de canela. Qué cosas, ¿no? Creía estar ya a salvo y lejos de todo eso, y mira. Pensaba que a estas alturas del partido no quedaba más que correr al estilo del de la bicicleta, porque si dejas de pedalear, te caes. Que nomás viendo, oyendo, leyendo, pensando. Activo, pues. A mi estilo. Y nada. Que me paro un poco para hacérmela de estrella facturada a la luz de un perro cumpleaños. Digo yo que es un lujo. Pero creo que lo valgo y además me lo debía, como solía decir en un comercial la ex anciana lépera, María Félix.
    Tendría que haber estado usted, mire, en la posición in situ para que constatara lo bien que me la pasé. Quizá porque intento ya no cargar con suspiros reprimidos, quizá porque he encontrado la puerta para salir, al menos momentáneamente, de la habitación de los malos recuerdos, de los sobresaltos que te causa este país resuelto a conseguir la paz con el pago de la muerte, este infame gobierno que te trae con los ojos atónitos y los labios trémulos. Un gobierno lacra, dicho sea sin el menor respeto. Pues sí, ponga atención, porque en la tierra que pisa usted, los otros y yo mismo; porque en la nación que nos ha tocado nacer y vivir reina el júbilo de muerte de la metralla, porque tenemos un presidente de conducta lúgubre. Y si uno se queda nada más con eso en todos los instantes de nuestro acontecer de terrores, de repente la vida se te puede volver terriblemente áspera. No lo permita la Virgen. O la vecina, doña Carmina.

    Pues por eso me he regalado el juguetito de la fiesta con el pretexto un cumpleaños, qué le vamos a hacer. Y fue un contento recibir a familia y amistades con la ayuda de la chef sin título, la irrepetible Yudith Martínez García, quien se puso una santa madriza horneando pollos, jamones, barbacoa, etcétera; y quien en punto de las siete, linda ella, se sentó conmigo en las afueras de mi casa, ya listos para la recepción. El primero en llegar fue el dúo dinámico, compuesto por Reina Elena López y la fotógrafa pero sin cámara, Susana Medina. Que nomás tantito, dijeron al llegar. Que mira, oye, días tan pesados todos estos. Era verdad. Y las vi partir felices, todavía con hueso de pollo atorado en sus respectivas y culturales gargantas. También estuvieron aquí los intrépidos hermanos Luis, David y Raúl González Zazueta, bebé incluido. Y doña Felipa Delgado encabezando la estirpe familiar. Ella, antiquísima y sin embargo no se pierde una. Ella, mi señora madre, reinando en la mesa entre hermanas y cuñados.

    En su hora se vio llegar a la indomable Gianeya Román y al caballero de la música, of course, Míster Gordon Campbell, director de la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes. Antes que ellos, hizo acto de presencia el ingobernable Élmer Mendoza, sí, oiga, el escritor. Y a su lado la siete veces digna Leonor Quijada, alta ejecutiva de la Sociedad Artística Sinaloense.
    Y en su punto dijo aquí estoy la reina del glamur, Célida Pérez Payán, muy propia, solicitando a los meseros, sí, miren, bajen los postres de mi auto. ¿De fresa o de ciruela? Y la letrada, aguerrida y no me empujes porque te demando, Yadira Tadeo.
    Y el fiscal de los números Mario Campos. Y la silenciosa pero divertida Alicia Avendaño. En cierto momento se armó la mesa de los refaccionarios, con Darduin Espinoza ya no en papel de a 120 el filtro y el aceite, pues depende.

    Prácticamente ya estábamos todos los qué éramos cuando a muy buena hora bajó de su coche el bien amado Rosendo Flores Esquerra, mi amigo el socialité, sencillo y generoso. Digo yo que fue como una treintena entre amistades y familia, porque tampoco era idea armar el tumulto con abrazos de nadie a última hora. Santo Cristo, nunca lo permitas. Pocos pero sólidos. Como debe ser. A eso de las 4:00 de la mañana me tocó llevar, ni modo, a la última que no quiso irse con quien vino. Cosa de estar felices, pues. Luego me fui a la cama contento, resumiendo que la fiesta se convirtió en una de esas cosas que sueñas cuando eres niño. A los que estuvieron y a los que no, incluidos quienes enviaron presentes, Rodolfo Arriaga, director del Instituto Municipal de Cultura Culiacán, y María Luisa Miranda, directora del Instituto Sinaloense de Cultura, gracias, es lo único que puedo decir. Y punto.

    Comentarios: jbernal@uas.uasnet.mx