"Expresiones de la ciudad"
El otro día le hablaba a alguien sobre el arte del escribir. Y con esto no quiero decir, ni digo, que lo mío tenga ese nivel. Tampoco me estoy subiendo al par de zapatos Ferragamo antes de espinarme. Ni aquello ni lo de los huaraches de marca. Tengo claro que corro por lo elemental, lo sencillo, lo básico del lenguaje porque se lo estoy diciendo a usted, oiga, lo que sea, pero de la misma forma como se lo cuenta el vecino cuando sale a pasear al perro, o con el tono de la mesa de café, a veces al oído, en ocasiones para que escuchen todos.
En contraposición, hay por allí plumas que yo respeto mucho. Y las busco. Y las leo. Y me nutro de sapiencia. Plumas especializadas. Plumas que te desentrañan el hecho cultural. Plumas capaces de escudriñar en los pliegues de la política. Plumas literarias, las del verso, las del ensayo. Plumas que sin ellas me quedarían huecos en el entendimiento. Entonces son plumas que me hacen lúcido y eso yo lo respeto y lo agradezco y lo aplaudo. Y así.
Lo que yo le decía a ese alguien es que se necesitan gramos de habilidad para redactar una nota, no una columna, no un artículo, no un ensayo. Estoy hablando de la glosa informativa, la de diario que vemos en los medios. La que anuncia el qué, quién, cómo, dónde y cuándo. Así de sencillo. Y sin embargo, créame, existen personas que nomás la puntita, por más que les digas que te importa un carajo el verde follaje de los árboles nin, o la simpleza de adjetivos como ay qué fantástico estuvo el concierto, divi, divi, divi.
A los con ganas de escribir les dije que también se ocupaba leer. Y cuando te haces viejo (me miro en el espejo y veo mi rostro), todo se va sobre las líneas que redactas: lecturas, vivencias, imágenes, viajes, desamores, poesía, sabores, gustos musicales, colores, patria, desencanto, amistades, desprecios, reconocimientos. Claro que ahora sí hablo de lo mío, que son mis ajustes de cuentas con la vida.
Pero se me olvidó decirles que, ¡aguas!, sobre las planas de los periódicos te topas con barbaridades. Ésas, fíjese, que si te las fletas de pi a pa, pudiera llegarte una sorpresilla entre la diástole y la sístole de tu corazón de condominio. Basura, vil desperdicio de palabras, puñado de situaciones tipo sociales, pero descritas de un modo que quítenmelo de encima, quién diablos le permitió un espacio para mostrar tanta ignorancia.
Yo jamás podría escribir para sociales. Pero hay en estas secciones personalidades de la pluma que tienen mi respeto, aunque maldito lo que les importa, porque ya son ellas, una señoronas como Minerva Lizárraga de Martínez Gaytán o Margot Dow, a quienes reviso cuando tengo tiempo y ganas de hacerme más ligera la vida. Pero en el trayecto de la búsqueda hacia sus impresiones, el otro día se me puso frente al careto la colaboración de un alguien sin decoro.
Santo Cristo, me dije, a quién puede halagarle lo que diga este tipo, cuál es su grado de comprensión social como para que concluya que las personas sofisticadas son las que residen en privadas exclusiva, cuánta ausencia de neuronas para entender que los canallas y las canallas estamos por todos lados, en la colonia más popular de la ciudad o en la residencia más exquisita. Y que la gente con señorío, digna y respetable, está en ambas partes de la vida, con o sin dinero, con o sin ropa de marca, vistiendo a la antigua o rayando en la moda. Eso qué importa. Pues eso, oiga, que me lleva el carajo. Y punto.
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