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"Expresiones de la ciudad"

"El Chuquiquito"
La ruta del paladar
07/11/2015 09:29

    Se lo juro por mi tía la arpía. Pues eso. Que por los menos dos veces, más por educación que por dármelas de simpático, menos a las 5 y media de la mañana, hice gestos en actitud de hola, buenos días, pero su excelencia el diputado, en ambas ocasiones, pasó a mi lado desde la altura de su olímpica indiferencia hacia los mortales civiles como yo. Y con eso fue suficiente. Ahora, cada vez que coincidimos en el gimnasio al que uno y otro acudimos, pues, oiga, cada quien en lo suyo y santas pascuas.
    No vaya a creer usted que soy amante de andar girando alrededor de estrellitas, de aparecérmeles así, como no queriendo la cosa, a personajes con poder, sean de la política, de la farándula, de la literatura, o de donde diablos fueren. Para que mejor me entienda: no soy quedador de bien. Y maldito lo que me importa si me saludan o no, si voltean a verme o no. Al fin de cuentas, me importa un huevo de pato, que yo en lo mío y córrele porque te pego.
    Y mire que sí tengo por allí dos que tres amistades con la carátula de la fama, pero se dieron por el trato desenfadado de parte quien esto escribe, sin adulaciones, de frente a frente y con trato de iguales. Permítame contarle una anécdota: la primera vez que me pusieron ante los ojos al escritor español Arturo Pérez-Reverte, en los tiempos que andaba buscando situaciones para escribir los enredos de la novela "La Reina del Sur", yo, en plan de guía por el arrabal de Culiacán, le propuse una carne asada con –no se lo puedo decir– para que en voz experimentada escuchara algo del truculento mundo de la delincuencia.
    Arturo andaba en una condición de yo doy, yo pago, yo me hago cargo. Con decirle que fuimos al mercado Garmendia y a la hora de pagar un desgraciado peso de cilantro, el hombrecito no permitió que metiera mi mano al bolsillo. Ya vendrá la mía, me dije. Y sí: cuando llegamos al lugar de la cita, pongo al tanto al escritor de que una carne asada en Sinaloa sin la compañía de cerveza, como que no, oiga, había que comprar por lo menos un 24 de botes. Y cuando Pérez-Reverte hizo el intento de cubrir el monto, así, suave y sin cremita, el portento de mi voz dio el punto de alarma: "¡Arturo, no seas mamón, que la cerveza la pago yo!"
    Haciendo el tercio, iba con nosotros César Güemes, entonces reportero de La Jornada, amigo personal de aquí yo, presente, y por supuesto del literato español, y quien luego aparecería en la novela como "El Batman Güemes". César no dio crédito a mi comentario, abrió los ojos en forma desmesurada y con voz entrecortada atinó a decir: "Le dijiste mamón al gran Arturo Pérez-Reverte. Oye, esto se los tengo que contar a mis amigos en la Ciudad de México".
    Claro que no fue descortesía, sino un modo muy sinaloense de ser, el mío. Y me gusta mucho ser sinaloense, con toda la carga que ello implica en los tiempos que corren: dicharachero, bromista, franco, derecho y servicial, igualito que usted, oiga. Para no hacer más largo el cuento, nos hicimos amigos. "Carnal", me dice cuando me escribe o nos vemos. Y a mi carnal Arturo lo vi el año anterior en España, a invitación suya.
    Pero creo que me fui de largo. Ah, pues quiero decir, y digo, que el diputado Ricardo Hernández Guerrero ni me va ni me viene. Es un compañero más de gimnasio. Y aquello del saludo, pues asunto de costumbres de uno, que así me educaron en casa. Aunque a decir verdad, siempre me ha parecido medio engreído, con un aire de junior que no se lo pudo quitar ni el polvo cuando anduvo entre la barriada de las colonias populares de Culiacán, en su etapa de campaña como diputado por el décimo tercero distrito electoral.
    Pero eso es un asunto muy personal. Porque a lo mejor, oiga, el diputado chaval anda muy metido en la problemática que supongo, y mire que lo supongo mucho, implica ocupar una curul en el Congreso del Estado. Quien quita y cuando llega en las mañanas al gimnasio, venga metido en la reflexión sobre los graves asuntos que tiene que resolver por la alta responsabilidad que le fue conferida. Y uno allí, de mamón, queriendo interrumpirlo con un hola, buenos días. Creo que yo soy el insensato, el desquiciado que no entiende que un representante popular necesita silencio y tranquilidad. Ahora que lo pienso, le juro por mis muertos más frescos que nunca más volveré a intentarlo. ¡Ay, malnacido de mí!
    Pobre muchacho (digo, eso de pobre es sólo una expresión), con tantos conflictos y yo tan inconsciente. Seguro que todavía anda preocupado por los videos que tan severos circulan aún por Internet.
    Yo, zafo. Pido disculpas. Pero hay algo curioso, algo que no acabo de entender, porque si Ricardo Hernández necesita casi la paz de un monje tibetano, no me explico cómo se da tiempo Francisco Javier Luna Beltrán, también diputado y además presidente de la Gran Comisión de la quincuagésima novena Legislatura, para echarle el grito a uno desde donde sea, para el saludo afectuoso, para contestar tus llamadas telefónicas y hasta para recibirte en su oficina. Paradoja de la vida: es mi amigo. Incluso, hace poco estuvimos en constante comunicación. Él hizo su parte, y bien, por el asunto que me traía entre manos. Que no cumplió la otra, pues tiempos traen tiempos.
    Es el mismo caso del diputado Jesús Valdez; Chuy, para mí, con quien guardo celosa amistad desde los tiempos que fungía como secretario de quien fuera rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Gómer Monárrez, el que hizo una promesa y se fue sin cumplirla. Pero también, oiga, tiempos traen tiempos.

    Y pues eso. Que me lo traía en el pecho y como no soy bodega, aquí está. Y punto. jbernal@uas.uasnet.mx