"Expresiones de la ciudad"
Pues eso. Que el Festival Cultural Sinaloa no será flor de un día. Tal fue la expresión de María Teresa Uriarte de Labastida hacia noviembre de 1987, en una entrevista que dio a la revista Proceso poco antes de que se inaugurara lo que fue su ideal más ambicioso, un sueño consolidado y que después de la conclusión del sexenio de Francisco Labastida Ochoa, en 1992, vino a convertirse en referencia obligada, el punto de comparación de frente a las ofertas culturales de los gobiernos subsiguientes. Fueron en total 6 festivales en cuyo marco se ofrecieron alrededor de 931 actividades, de las cuales 650 fueron cubiertas por artistas y grupos nacionales y extranjeros, mientras que las 281 restantes estuvieron a cargo de la expresión cultural sinaloense.
Me van a perdonar que tenga memoria. O no me van a perdonar. Y eso me importa un huevo de pato. Pasa que a la entonces presidenta de Difocur hoy Instituto Sinaloense de Cultura no se le ocurrió pensar que había de flores a flores, que es muy distinto adornar el arreglo con una exótica orquídea del monte Kinabalu que con una panteonera flor de cempasúchil. En aquel lejano noviembre de 1987, el programa de la primera edición del Festival deslumbró a correveidiles y a opositores, nadie nunca se hubiera imaginado tener al alcance de la mano a la Orquesta Sinfónica de Leningrado, a la cantata escénica Carmina Burana, al magnífico Rufino Tamayo y su obra, a la ópera Carmen directamente desde el Palacio de Bellas Artes. Y a cantantes populares como Lola Beltrán, Celia Cruz y Eugenia León.
En 1993 se le traslució el cobre al gobierno de Renato Vega Alvarado con Sigfrido Bañuelos como director general de Difocur. Hubo un séptimo Festival y buenas noches. Fíjate que siempre no. Ni a flor completa de cempasúchil llegó el asunto, acaso a un descolorido pétalo amarillento. Luego de la vergonzosa salida de Bañuelos en 1995, llega Juan Ramón Manjarrez Peñuelas a la silla mayor de Difocur y ni de los pétalos amarillentos quedaron polvo, porque el esquema se tornó casero, rural, un programita que dio en llamarse Encuentros de Cultura Regional, de los cuales ni recuerdos que valgan la pena se tiene en mente.
En octubre de 1999, primer año del sexenio de Juan Sigfrido Millán Lizárraga, las luces se encendieron para inaugurar el primer Festival Sinaloa de las Artes. Sin el gran esplendor de los años dorados de María Teresa Uriarte de Labastida, esta oferta cultural logró mantenerse con decencia, porque pese a las propuestas atractivas que tuvieron lugar, el fantasma del Festival Cultural Sinaloa nunca logró irse del imaginario colectivo. Como dije en un principio, era el referente obligado, el punto de comparación. Dígase sin cortapisa alguna que la estancia de Ronaldo González Valdez al frente de Difocur, ya en toda la administración de Millán Lizárraga y ya en un periodo del sucesor de éste, el tristemente célebre Jesús Aguilar Padilla, en términos generales es francamente plausible.
Casi justo cuando Difocur pasó a convertirse en Instituto Sinaloense de Cultura, a González Valdez le dieron las gracias y Sergio Jacobo Gutiérrez ocupó su lugar. Y si aquello había logrado erigirse en una rosa de buen ver (no en una orquídea del monte Kinabalu), con Aguilar Padilla todo el esfuerzo fue a dar al bote de la basura.
De frente a todo este historial, para mí el Festival Cultural Sinaloa pasó a ser un monumento arqueológico, un periodo magnífico en el devenir del estado. Y pasa que ahora se han dispuesto revivir al muerto. Y eso me da comezón.
La señora María Luisa Miranda, directora general del Isic, acaba de anunciar una nueva época del Festival y tengo la impresión de que lo que en realidad se está haciendo es apropiarse de un nombre prestigiado, por lo tanto peligroso. No hay que olvidar que los mitos no se repiten. Es como cuando en la Argentina Isabel Perón intentó parecerse a Evita y terminó siendo una grotesca caricatura. Falta de originalidad, es la palabra justa. Sinaloa ya no se sorprende con nada más la puntita. O se llega mínimo a la altura de lo que se propuso hace 24 años, o el pago por la osadía va a ser el ridículo, Y es que, oiga, como dijo mi tía la arpía: dejad que los muertos descansen en paz. Y punto.
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