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"Expresiones de la ciudad"

"La ciudad del miedo"
La ruta del paladar
06/11/2015 12:03

    Me miro en el espejo y veo mi rostro y digo: no, es imposible esperar más, la calle me espera, los amaneceres, el ladrido de los perros, la alameda y el fresco de los ríos. Estoy perdiendo condición. Maldita sea la hora en que dejé la rutina de los ejercicios; todo por asuntos que de pronto a uno lo atribulan, le llena el tiempo de cosas. Pero ya pronto, quizá a partir del próximo lunes. Aunque le saco, como dice la plebada. Tengo la sensación de que el ambiente de Culiacán ha sufrido cambios.
    Claro que no me estoy refiriendo a los baches que por todos lados dejaron las lluvias y que el Ayuntamiento cubrió como por no dejar la cosa, así, que te lleno, que te cubro, tápate para que no te descubran. Y tampoco al clima, que desde hace unos días empezó a cambiar para el placer de todos. Eso me parece fantástico. Cada año espero con ansia esta temporada, pues me da la impresión de que el invierno es una suerte de oasis en esta tierra -como diría mi amigo Ulises Cisneros en un poema- olvidada hasta por la mano del diablo. Claro, depende de lo que signifique el diablo para cada quien.
    Y tampoco hago referencia al panorama que se ha pintado en las fronteras de la vida cultural sinaloense, con eso de la galería de fotos monumentales sobre la Revolución en Culiacán, recién inaugurada por el oriente del malecón nuevo. Ese es un buen regalo para el paisaje y la historia que recibimos por estas fechas. Acaba de concluir la Feria Sinaloa de las Artes, mientras que el décimo segundo Festival Internacional de Títeres Pedro Carreón brilla por todos lados. Que nadie diga, pues, que no hay ofertas para alimentar el espíritu. Es verdad.
    ¿Sabe a qué le saco, oiga? No creo que usted no se haya dado cuenta. ¿O es que no sale a la calle, acaso es de los que viven de la casa al trabajo y del trabajo a la casa? Y si usted es ama de casa, no me diga que sólo atiende los quehaceres domésticos y la televisión, sin darse siquiera una chancita de asomarse fuera para ver lo que sucede. Y ahora que me refiero a la televisión, qué churros, ¿no? Digo, hablando de esos programitas como La Academia y El show de los sueños, o como diablos se llamen esas basuras.
    Y para más tristeza, pena y atribulado corazón, mucha gente no habla de otra cosa más que: oye, ¿qué crees? Pues que sacaron a fulano de tal de la Academia. ¡Ay, cómo fueron a hacerle eso! Y qué mal rollo que a al tal Matías le hayan sacado los trapitos al Sol. ¡Qué desgraciados! Y que la Sheyla haya casi llorado por su sueño, y que le hayan bajado dos puntos por quererse pasar de lista y no cumplir con las reglas de Televisa y sus juegos. ¡Me mueeeeeroooo!
    Pero pues cada quién su gusto -¡qué gustos!-. Lo que a mí en verdad sí me tiene preocupado, sacado de onda, temeroso, con los nervios de punta y excesivamente desconfiado, es el ambiente tipo estado de sitio en que se encuentra la ciudad, llena de patrullas, policías en las esquinas, militares en los costados, miradas que ten ven como el enemigo, como el narco más buscado de México, solicitado por el FBI, agendado por la DEA y famosísimo en Cali, Colombia.
    Por supuesto que se entiende la situación de violencia que se vive en la entidad, admito que tienen que llevarse a cabo acciones para ver qué rollo con la malandrinada. No puedo estar en contra, pues, de que se lleven a cabo este tipo de operativos, cuando tenemos un estado que no ocupa azotes de huracanes para que se declare zona de desastre: es un desastre con tanto muerto, con tanto salvaje respirando el aire decente.
    En esas dos últimas palabras está el detalle de mi preocupación: aire decente. Creo que los ciudadanos decentes son los que reciclan el aire decente. Pero, según he visto y vivido, los cuerpos policiacos y militares, de pronto, no saben distinguir entre una cosa y otra, entre un verdadero malandrín y una persona que trata de llevar una rutina normal. Y si hablo de una rutina normal, quiero decir una persona que trabaja, que cumple sus obligaciones familiares, que paga sus impuestos, que sale con sus amigos, que puede sentarse una tarde, si le da la recondenada gana, en la silla de un restaurant o un bar a comentar la vida.
    Pero de repente esto no está siendo posible. Es como el caso que una vez comenté, cuando unos oficiales con uniforme de tránsitos se llevaron un vehículo por el sólo hecho de que el conductor traía aliento de haberse tomado un par de cervezas. Esto resulta hasta contradictorio, pues si eso va a considerarse un delito, las autoridades correspondientes deben, de inmediato, cerrar todos los bares y cantinas que pululan en la ciudad. Y también deben de restringir el horario de los expendios de cerveza. O cerrarlos en definitiva, si el asunto va a caminar por estos rumbos.
    Pero a lo mejor es una tirada, una estrategia bien pensada: como las autoridades no tienen dinero para pagar suburbans refrigeradas para los políticos, dan la orden de que levanten a quien sea, como sea y donde sea, con tal de llenar las arcas -con dinero mal habido- de ciudadanos decentes que cometen el único delito de vivir en Culiacán.
    Lo peor es salir a la calle los fines de semana. Uta, oiga, uno trae el cuerpo tenso, tipo robotín, tan sólo por mirar el estado de sitio en que está la ciudad. Y a lo mejor eso habría que entenderlo, pero a veces cuesta cuando se trae en mente la forma en que los cuerpos policiacos tratan a los ciudadanos, por tanta mala experiencia vivida, por esas miradas suyas de odio, como si todos fuéramos harina del mismo costal. Y entonces uno concluye: es una maldición, a veces, vivir en Culiacán.
    Entonces, oiga, pues no sé cómo sean ahora las mañanas, si tranquilas, si sólo con ladridos de perros, si nada más frescas. Pero como estamos en estado de sitio, pues quién me asegura que un amanecer no me asalte un malandrín, con o sin uniforme, que no me dé la sorpresa saliendo, pistola en mano, desde la sombra que hacen los álamos en los ríos. A eso le saco, tengo temor, desconfianza.
    Pero debo hacer el intento, el cuerpo me lo pide. Vaya, ni siquiera mi juguito de zanahoria he podido tomar en el mercado Garmendia. ¿Qué hacer? jbernal@uas.uasnet.mx.