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"Expresiones de la ciudad"

"La vida es un reality show"
La ruta del paladar
06/11/2015 10:59

    Pues eso. Que la intimidad importa un carajo y todo se ha vuelto una porquería. El otro día estaba el que escribe en un restaurante, decidido a hincarle el diente a un filete de verdad. Digo, un buen corte de res como Dios manda, con grasa adornando el contorno y un puño de papas fritas al costado.
    Nada que ver, pues, con los alimentos light que tanto se estilan hoy en día, en estos tiempos de gente que se quiere ver guapa. Y boba. Y tullida del cerebro. Gente desgrasada, desinfectada, desnatada, descafeinada, deslavada. Y definitivamente desgraciada.
    No estoy en contra de las campañas para que le peguen al gordo y a la madre que lo parió, de los arranques oficiales para que tú, Lola, carajo, nena, deja las mantecadas y las latas de cola, los churritos y las papas empaquetadas. Está bien que las personas le den matarile a los kilos y que la obesidad no sea un problema de salud pública. Pero de eso a llevar una dieta con base en yogur y en litros de agua sin minerales, pues no, oiga. Paso. No trago. Y me boto de risa cuando veo chavalas más flacas que la bicicleta de mi vecino, con ganas de aventarles un taco más que un piropo. Chicas anoréxicas pero a la moda. Uy sí.
    Pero le decía que estaba yo, ole, matador, con el cuchillo y el tenedor a punto de darle una furiosa estocada al filete, cuando en eso, oiga, suena a mis espaldas un teléfono móvil. Uta, cómo me crispa la paciencia todo imbécil que se pone a contar su vida sin el menor asomo de vergüenza, los y las idiotas hablando a sus anchas sin ningún pudor, mientras uno tiene que darse por enterado hasta del cólico que le vino en medio de la trifulca cachonda con el marido, o que el Florencio, ¿cómo crees?, sí, oye, tiene un ver que siento que se me mueve todo.
    Le juro por mi tía la arpía que me armé de estoicismo, pero como no se me quitaban las ganas de dirigir los cubiertos hacia la fulana a la que le sonó el teléfono y hablaba como si a todo Cristo a la redonda le importaran los choncitos que acababa de comprarse, mejor bajé la guardia y los puse de nuevo sobre la mesa. Y el trozo de carne asada, oiga, con ganas de taparle el hocico con él con tal de que se callara de una vez por todas.
    Lo peor de los aparatos modernos es que traen radio integrado. Antes, al menos, tenía que soportarse la voz de quien estaba a lado de uno, friegue y friegue con el teléfono. Pero ahora es el acabose, porque la desgracia incluye al interlocutor, interlocutora o cosa echada a perder que está del otro lado de la línea. Y así me enteré, como si me importara, que la fulana no era de Culiacán, que había venido a un congreso, o a lo que diablos hubiera venido. Pero que el plan era un solo día de estancia, sólo que algo salió mal y tuvo que quedarse un tiempo más.
    Y por eso te digo, Roberta, ¡ay, sabes que odio comprar ropa a la carrera!, que me vi obligada a comprarme un par de chones, pero eso sí, rojos como le gustan a mi galán. Y la tal Roberta, Virgen santa, soltada también de la lengua, porque tú, Delgadina, fuiste testigo de cómo me hice del rogar con el Pepe Cruz, y ahora, luego de que consiguió lo que quería, me hizo a un lado por la babosa aquella, ¿te acuerdas? ¿No? Sí, la ojona, a la que le dicen la "Cruz Roja" porque levanta de todo en la calle.
    A mí, oiga, el filete se me enfrió, se me churió y se me murió. Y el apetito se fue al carajo. Ah, pero eso sí: me brotó un tufo de asesino en serie, con intenciones de hacerme de una escopeta para fusilar a todo aquél, particularmente a aquélla, que no lo dejan en paz a uno ni para comer, que creen que ya no existen personas con gusto por la intimidad, por el silencio tranquilo, por todo eso que parece que ya se pierde, o se ha perdido. Ahora sí que estamos jodidos. La vida cotidiana se ha convertido en un reality show.
    No pocas veces he manifestado mi desprecio por los programas de televisión que lucran con los cerebros podridos de mucha gente, llámense La Academia, Big Brother, Laura en América o cualquier cosa abominable que se les parezca. Pero de repente me doy cuenta que la vida nuestra, la de usted, la del otro, la mía, están a merced de lo público, que la intimidad se nos deshizo frente a las narices y nadie dijimos ni pío. El morbo nos atrapó sin darnos cuenta, estamos rodeados de basura y en basura está quedando el decoro que nos enseñaron a llevar los viejos.
    Despierte, sea consciente del cuadro deplorable de nuestro acontecer, hágase cargo de la situación y caiga en cuenta que lo íntimo se está yendo por la borda. Échele un ojo a cualquier reality show y suelte la carcajada. ¿Sabe por qué? Porque el reality show está en cualquier parte, no sólo en la tele. Puede tenerlo en la calle, en el restaurante, en el cine, en la oficina, en la escuela, en su casa. Todo es cuestión de que le ponga oído a cualquier porquería de persona contando su vida al aire libre.
    ¿Qué no pueden ser reality shows porque faltarían cámaras? Pero, ¡caramba!, dónde vive usted que no le cae el veinte. Cámaras existen ahora prácticamente por todos lados: en los semáforos, en el súper, en los bancos, en las oficinas de gobierno, en la tienda donde compra el pan, en los teléfonos celulares, en su casa cuando las pone por motivos de seguridad, en las computadoras con web cam, en el espacio con sus satélites que nos cachan desnudos si les da la gana. Estamos rodeados de cámaras, estamos rodeados de basura. La intimidad se fue por el orificio del excusado.
    Y con eso de los allanamientos militares, pues cuídese de no estar haciendo cositas sin el seguro en la puerta de la recámara, porque cualquier día le caen y a culatazos se la van a tumbar; pero al menos tendrá tiempo de vestirse con decencia, mientras aquéllos le rompen hasta el cuadro de la Virgen de Guadalupe.

    Así están las cosas, oiga. ¿Qué podemos hacer? Opine, por favor: jbernal@uas.uasnet.mx.