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"Expresiones de la ciudad"

"Rodrigo y la empanada gallega"
La ruta del paladar
15/11/2015 09:12

    Vine a la Escuela porque supe que acá estaba la chef más erudita, una tal Delia Moraila. Así me lo dijeron entonces; un conocido me lo dijo; y yo le prometí que iría a buscarla en cuanto me convenciera del todo. Me aferré con las manos a las teclas de la compu en señal de mi interés por hallar el mejor lugar y de pronto me acordaba de lo que aquel me había dicho: "con ella no hay pierde" –había insistido–. Es muy correcta y sabe mucho".

    Pero por varios días a mis manos no podía zafarlas del teclado, buscando y buscando, hasta que una tarde me animé de a de veras, agarré el carro y le enchuequé las ruedas rumbo al Instituto de Artes y Ciencias Gastronómicas, aquí donde ahora estoy, tú crees, viéndote cómo masajeas la masa, que estiras y luego haces bola.

    Me abrumaban las dudas cuando vine; y sin estar muy convencido entré por la puerta de allí abajo, ésa que da a la calle Morelos. Creo que era un jueves cuando vine, o quizá era miércoles; tengo clarito cuando toqué el cristal de lo que me pareció era la recepción; me asomé por un hoyo que tiene y del otro lado vi a una señora de edad mediana, la que se llama Beatriz.
    A ella le conté que yo quería saber eso de los chefs, aprender cosas; ella de aquel lado y yo de éste. Y le pedí el favor de un recorrido; por el hoyo, por allí se lo decía.

    Entonces la señora Beatriz estiró el cuerpo y salió del otro lado del cristal; visitamos aquí arriba, esta cocina, ya sabes; y también el área de oficina. Cuando andábamos recorriendo allá abajo, que por otras cocinas, que por donde están los hornos de fábrica y también donde se guarda la despensa y las cazuelas, torcí la vista hacia el patio y vi allí un enjambre de plebes frente a un horno como los de rancho donde preparaban pan; fue cuando dije que sí; creo que el olor aquel me convenció; y también la amabilidad de la señora Beatriz, para qué más que la verdad.

    El viernes antes de mi primera clase casi ni dormí, se me hacían chiclosas las horas, más largas que de costumbre. Muy tempranito pelé el ojo, lurio, quiero que sepas, vistiendo pantalón negro y camisa blanca, igualito como me dijo la señora Beatriz que tenía que vestir; y no siéndome suficiente me había hecho de un par de zapatos de señor chef, cómo de que no. Según mis apreciaciones, era de más lo temprano que llegué el sábado aquel; como que sentía cosquilleos. Paré el carro enfrente de la Escuela y del otro lado de la calle vi a un par de hombres conversando en la purititita puerta, vestidos como yo. "¿Serán profes?" –pensé.
    Con todo y el cus cus fui hasta ellos con cara de simpático desmañaneado, y les di los buenos días. Al rato llegaron otros y también otras.
    Y todavía más al rato estaba yo bien enmandilado en una de las cocinas a lado de uno de aquellos varones que vi platicando en la puerta, resultando que eras tú, Rodrigo Valenzuela.

    Me quedé boquiabierto, pa qué te digo que no si sí, porque nunca de los jamases, de haberte visto como se ve a cualquiera en una calle cualquiera de Culiacán, me habría imaginado que alguien con tu apariencia tan sinaloense, del tipo grandote, franco y despreocupado, ya sabes, tuviera gusto por cosas de la cocina.

    Y mírate ahora, Rodrigo Valenzuela, dale que dale con la masa y de paso haciendo sonrojar con tus ocurrencias a tu maestra chef Mariela Rodríguez de la Rocha.
    Vi que antes hiciste tortilla española; la probé y pude enterarme que no le pedía nada a la que comí una vez en Madrid. Imagino que tu señora esposa ha de ser feliz contigo por los platillos que le preparas; seguro hasta te presume entre las amigas de ella. Y también imagino que has de ser todo un caso entre tus compas del Ayuntamiento, donde trabajas, no me acuerdo en qué departamento.

    Que eres electricista, dijiste; y que cuando acabes el Diplomado para Chef en la Escuela de Delia Moraila te vas a meter a un curso de carpintería. Me impresionas, Rodrigo Valenzuela; pero estoy más impresionado con la empanada gallega que me regalaste, Santo Cristo, deliciosa. Para que te digo que no si sí; y yo que ni siquiera una pizca de la langosta que hice con champiñones te di. A la otra, carnal.

    Y punto. Comentarios: expresionesdelaciudad@hotmail.com