"Expresiones de la ciudad"
Pues eso. Que en mi niñez fui feliz sin Nintendo, sin tapas de seguro contra infantes, sin cinturones de seguridad ni bolsas de aire, con soldaditos de plomo, sin rodilleras ni coderas a la hora de andar en bici, con mucha comida chatarra a la hora del recreo, tomando agua directa de la llave, sin DIF que me defendiera, y sin playstation ni la madre que lo parió. Y ahora, oiga, qué de haber babosadas para que los plebes dizque estén bien. Pues ni así cambio la niñez mía, que me hizo fuerte, con muchas defensas y córrele porque te pego.
Pero vida perra la que me cargo. O bendita, dependiendo del cristal con que se mire. Contaba un amigo que antes la gente se moría de otra manera. Que salvo imprevistos, había el chance de decir besos bye en el dormitorio de la propia casa y, según las esquelas del periódico, tras larga y dolorosa enfermedad. Se trataba de épocas en que todo mundo estaba alrededor del próximo a ajustar cuentas frente a San Pedro, con los familiares diciendo por Dios no te vayas y las vecinas susurrando el rosario en la cocina.
Esto es, era morirse como Dios manda, protagonista del último acto de su vida, libre de aceptar o rechazar los santos óleos, bendecir a la progenie o, llegado el momento supremo, incorporarse un poco sobre la almohada y decirles a los deudores con el último suspiro: ¡largo, buitres!
Agrega mi amigo que la muerte ya no es lo que era, pues ahora te llevan a un hospital y de allí ya no sales. Como si acabaras de caer en una trampa, te ponen un pijama, te llenan de tubos, mientras una enfermera cuarentona te dice tranquilo, esto no es nada, y te pasas la agonía mirando el techo blanco del cuarto de enfermo, con la familia llorosa yendo a verte de cuatro a cinco, y los parientes de un vecino de cama, que estiró las patas ayer por la tarde, equivocándose de visita y despertándote en mitad de la siesta para decir qué buena cara tienes, tío Filemón, sin saber que a don Filemón lo enterraron a las doce.
Y después, ya bien tieso, como aves rapaces te caen los de la funeraria y ya sabes lo que viene. En otros tiempos, el velatorio se realizaba en la sala de tu casa y los amigos y la familia, por más méndigo que en vida hubieras sido, te sacaban en hombros y había una lloradera tras el féretro, sin faltar el Dios mío por qué te lo llevaste y una desmayada que era revivida con el mismo alcohol que iba bebiendo el borrachín imprescindible.
Pero yo, oiga, puras contradicciones hoy en día. Recuerde que el año anterior no tuve empacho en confesar que me había hecho una liposucción, sí, yo, con mangueritas por aquí y por allá, viendo cómo pasaba gramos y gramos de grasa. Desde que fui convencido para hacerme tal mini cirugía estética, no, pues me dije que por qué no aprovechar los avances de la ciencia, mientras uno de mis cercanos se burlaba, diciendo: entre más viejo, ¡más ridículo!
Pero eso no es nada, oiga, de frente a lo que me cargo en estos últimos meses. Lo pienso y me río; y me río, sabrá usted, porque varias veces me las he jugando a rin pelón cuando he escrito que la gente de ahora se quiere guapa a costa de lo que sea, y que para lograrlo se meten todo lo que se recomiende, claro, siempre y cuando sea light, haciendo de los suyos puros cuerpecitos de yogur.
Y que las dietas se hacen con sustituto de azúcar, con agua embotellada y purificada y light; carne sin grasa, camarones sin colesterol, tomates redonditos y coloraditos aunque sepan a pepino. Y leche sin nata. Y cigarros sin nicotina. Y cerveza sin alcohol. Y café sin cafeína. Y todo mundo feliz, yupi, yupi, con agua -por supuesto que sin calorías- corriéndole por las venas, en lugar de sangre. La neta del planeta, como dice mi amigo el español, es que estos son reflejos a la medida de una sociedad descafeinada, desnicotizada, desnatada y deshidratada. Y que malditos sean estos años de diseño, de gente que se quiere guapa. ¡Gulp!
El "gulp" me lo refundo porque haga de cuenta que ando en las mismas. El otro día caí en cuenta cuando andaba en el súper, también yo feliz, yupi, yupi, paseando el carrito por los pasillos. Y en eso, como iluminado por una luz genital, que me voy encontrando con sal light. Y yo, que se está queriendo guapo, pues, que no tomo uno, sino tres frascos y como el desentendido, casi silbando, me fui a la sección de lácteos a fletarme un buen tramo de rebanadas de pechuga de pavo, al natural, por favor.
Pues esas me traigo, oiga, desde el día que fui con un médico internista y cayó en la conclusión de que oye, chaval, o te cuidas o te lleva el carajo, porque el colesterol y los triglicéridos los traes en las nubes. Y que pastillitas de esto. Y que pastillitas de aquello. Regresé con el galeno y cero, casi el mismo cuadro clínico.
Entonces tomé la decisión al amanecer de enero de este año, y casi dándoles el abrazo a los que estaban, ingresé a un gimnasio. No conforme, me contraté un instructor personal, Abraham Jaime, "Míster Sinaloa 2008", uy, sí. Y cuando vi que también había servicio de nutriólogía, ¡pa'dentro, con todo y colesterol!, atendido por el joven Carlos Verdugo.
Señor y señora míos, chavales que me leen: quiero decirles que es otro rollo, fuera de la mamada esa de la sal light, porque lo único que Carlos Verdugo ha eliminado de mi dieta, son los azúcares o las grasas directos. Y en mis alimentos hay unos filetotes de cabrería, grandes trozos de pescado, pechuga de pollo a lo loco, camarones, marlin, avena, un fruterío que rebosa el refri, nueces y verduras hasta para tirar para arriba.
Carlos Verdugo me baja la grasa (ahora ando como en 72 kilos de peso), mientras que Abraham Jaime me sube la masa muscular. Bueno, esto último es un decir, porque a estas alturas del partido de mi vida, no es mucho lo que el ingrato puede hacer; y peor todavía cuando anda por el gimnasio un instructor bárbaro al que le dicen chicken boy, quien al saber mi edad, dice que prefiere darse un balazo cuando llegue a los 50 años.
Pero en el mismo centro de ejercicio veo casi a diario a Juan de Dios Palazuelos Cabanillas, mi amigo de tanto tiempo, quien me ha de llevar varios años por delante. Y me digo, cuando lo veo activo, esbelto y correoso: ¡dale tú también, no importa que, como Juan, en tu perra vida hayas pateado un balón de fútbol! Más tarde se aparece Ulises Cisneros, pero para cuando él llega, yo ya me estoy yendo, porque me impuse como hora de entrada las 5:30 de la mañana. Y hoy en día no bebo alcohol, acudo con un neurólogo, no hago nada de "aquello". Y de cualquier forma me voy a morir. ¿Qué cosas, no? Y punto.
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