Gozo estético, emoción profunda... Delfos se presenta en el Teatro Ángela Peralta

El sentido de la vista cuando es estimulado por la una imagen equilibrada, cargada de movimientos llenos de armonía, produce un gozo que entusiasma y cuando esa imagen está cargada de símbolos, códigos, se convierten, en el espectador, en emociones profundas y se potencializa el deleite, eso fue lo que logró Delfos con la presentación de la obra Pinturas que se mueven en el TAP.

El coreógrafo y los bailarines de Delfos analizan la emoción que les produce el contacto con la vida y la obra de pintores icónicos de la cultura occidental y transforman ese efecto estético, esa impresión en un guiño, una referencia visual y emocional que remite a la obra de un grupo de pintores que han conectado intensamente con un amplio público de todo el Planeta.

La virtud de un creador, con el talento de Víctor Ruiz es que su ejercicio, tejido como deleite, a partir de sensaciones y reflexiones personales y grupales, con los bailarines, pasan, en algunos casos, del ámbito individual a lo universal, permitiendo tender lazos de comunicación con el público, que traduce los códigos y se conmociona.

“Lo que se ve en el escenario en esta obra es una referencia, un guiño, una inspiración que bebe de la fuente de la obra y la vida de un pintor, para hacer una abstracción de lo que implica su trabajo emocional y estético”.

De Leonardo D’Vinci a Pollock

La aventura visual arranca con Remedios Varo, una maga que creó imágenes etéreas de seres que flotan inverosímiles en ambientes oníricos y manipulan objetos maravillosos.

La imagen que se vio en escenario fue la de una mujer con una enorme cabeza hecha de nubes que juega con esferas que flotan, una visión conmovedora que hizo que el público volara junto a ese ser fascinante.

La excelencia técnica de los bailarines de Delfos permite que sus cuerpos se conviertan en instrumentos de precisión para narrar, para emocionar, sin ese elemento cargado de disciplina sería imposible crear una obra como la que se vio en el foro porteño el sábado.

Rojo Carmesí

La sensualidad de Toulouse Lautrec define su obra, en el escenario, una enorme colcha hecha de olanes rojo carmesí, como las faldas que usan la bailarinas de can can escondió bajo sus suavidades, voluptuosas piernas que se asomaban juguetonas entre risas y jadeos, una referencia magnífica para evocar el carácter del pintor francés.

No podía faltar Frida Khalo, su obsesión por el espejo que refleja su imagen se convierte en decenas de autorretratos que escriben en colores y formas su biografía del alma.

En el escenario, ese efecto reflejante de los espejos distorsiona la imagen, la repite inmisericordemente, la fragmenta, la diluye, como sucede con la obra de la artista mexicana.

Un guiño a Velázquez, a su inmortal obra Las Meninas, envueltas en música barroca retozaron divertidas en miriñaques por el blanco escenario, armando una imagen deliciosa.

Dalí permite que los sueños contagien a los seres humanos con su surrealismo, una oportunidad para ver la vida desde la posibilidad de otros ángulos. En el escenario, seis hombres deambulan sostenidos por globos que flotan, cuando alguien rompe el hilo, ellos se desploman.

El conocimiento concentrado en el cerebro de un hombre que generoso compartió con el mundo las ideas que generaba su cerebro, Leonardo D’Vinci pintó el Vitrubio que retrata al ser humano, sus proporciones equilibradas, cargadas de armonía le sirvieron para crear armonía en sus pinturas y desarrollar un extenso conocimiento sobre esa especie con capacidad de analizar, cambiar y destruir su entorno.

Las tormentas multicolores de William Turner representan para Víctor Ruiz y sus bailarines, el conflicto existencial de una persona, el bailarín Jhony Millán representa esa lucha por encontrarse a sí mismo, en una diagonal que representa la vida.

En ese sentido, Delfos retoma la imagen del famoso cuadro de Edvard Munch, El grito, la franja superior del cuadro adquiere vida y envuelve al protagonista en una tormenta de sentimientos.

La técnica del dripping de Jackson Pollock trastocó la pintura del Siglo 20, en el escenario, los bailarines se convierten en ese movimiento entre accidental y racional que genera flujos de pintura que plasman gestos, fuerzas, pasiones y el piso del escenario se convirtió en un gran cuadro de expresionismo abstracto.