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Columna

Inconexión

LAS ALAS DE TITIKA

Lo primero que vio fue su auto montado en cuatro bloques de ladrillos; de la noche a la mañana le habían robado las llantas y la cámara de seguridad sin registro de ladrones. Su amiga de la montaña le había escrito diciéndole que volvían a usar la mascarilla por los incendios forestales; de nuevo sugerían no hacer actividades al aire libre. La vecina le anunciaba que había cambiado su tradicional receta de volteado de piña y la invitaba a probar el nuevo, a que hiciera su pedido.

Esa misma noche, ella se documentaba para su nuevo ensayo y leía sobre su escritor favorito en un recorte de periódico: ”El 24 de agosto el teléfono timbró de nuevo. Un inspector de policía le anunciaba que bajo un puente peatonal del barrio de Tepito, de los más peligrosos de la ciudad, habían encontrado el cuerpo de una señorita y en los documentos de su cartera la identificaban como su hija”.

Recordó entristecida la tragedia que envolvió al escritor, quien sobrevivió las indescifrables pérdidas. ¿Qué tenía que ver una cosa con la otra? Nada. Pasó saliva y tomó el último trago de cerveza, su entrenador le había dicho que era lo mejor para relajarse después de un día difícil. Lo anterior sucedía mientras se agudizaba el problema del agua contaminada con hidrocarburos en el sur de la ciudad. Terminó su viernes resolviendo que quizá el título de su trabajo debería sustituirlo por El día de los eventos inconexos. El sueño la venció...

Deberías salir de ti, le volvió a repetir. Escribe sobre avatares o mariposas 3D. Se sintió decepcionada, no esperaba la sugerencia, mucho menos de él que era, como dicen, su fuente de inspiración. Desistió. Dejó el teclado. Abrió la puerta de la cabaña y justo en la salida descubrió un camino de hormigas fluorescentes que llegaba hasta la playa. Confiada, se dejó guiar. En su trayecto encontró a los mariguanos que se reunían cada noche a bailar reggae y terminaban tirados alrededor de la fogata sin temor a incendiarse. El agua llegó a sus pies y se encaminó un poco más. “Salir de ti”, ¿qué quería decir? Si su escritor favorito entraba más en sí, y escribía mejor al recordar a sus hijos.

Esa noche, la misma del día de los eventos inconexos, el viejo caminó acompañado de dos siluetas. Lo siguió. Lo perdió. Ella escapaba de una cárcel de amor. Sus pies pisaron la arena fina. No comprendía. El sonido del viento soltó brisa arenosa y apareció él, tal como lo había descrito Castaneda. Bailaba la danza del perro, un perro iluminado y alegre con penachos tornasol. Su cuerpo empezó a moverse, a saltar, el perro y él dentro de la misma aura multicolor, quiso tocarlo, pero abrió los ojos y desapareció. El perro huía y ella, sin comprender, tenía una vara en la mano con la que había escrito: no quiero cargar tus maletas, ni ser tu héroe, ni brindar a tu salud. Confundida, se fue corriendo a la cabaña, apenas entró y se tiró en la cama. El aire y los relámpagos no pararon esa noche. Una urraca de cola azul se posó aquietada mirando a la puerta. Despertó tarde. Salió de la cabaña con lentes oscuros, el sol le impedía abrir los ojos completamente. Señorita, le dijo el señor de la limpieza, aquí le dejo este volteado de piña que le trajo una señora que según es su amiga. Bien rara, por cierto, dijo que estaba harta de los incendios forestales, de rateros citadinos que dejaban los autos sin llantas y de escritores engreídos. Que se quedaría en la isla, que quería salirse de sí y andar con la cara lavada sin tener que maquillarse; no más maquillaje, cero perfección. “Quiero andar desnuda”, se fue vociferando. ¿Segura que es su amiga? Por cierto, me regaló su teléfono, dijo que ya no lo necesitaba. Lo escuchó como si se tratara de un extraño, no dijo nada, se dio la media vuelta y se sentó a la sombra de un cocotero. Debo estar soñando.

Comentarios: majuescritora@gmail.com

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