Un cálido libro que llegó a mis manos en tiempos de plena pandemia, en esos momentos donde padecemos y sabemos de pérdidas, donde agradecemos la condolencia y donde historias y homenajes como La Coco nos hacen sentir que el amor, el respeto y la vocación son valores imperecederos.
Una súplica al sentir la víspera. Un llamado urgente al que nadie puede negarse. Un anuncio que anticipa la última promesa... así estaba ella en la cama de un hospital queriendo ver a sus cuatro hijos. Tendida en su lecho con un semblante que irradiaba vida, pero con un cuerpo que sentía el abandono. No podía irse sin verlos. La alcanzaron, llegaron. Sus miradas intercambiaban certezas. Sus ojos dibujaban las historias vividas. Silencio. Sonrisas blancas, lágrimas grises. Ella con sus hijos, lúcida, luchando hasta el último aliento. No quiso, no se le dio la gana partir hasta que asintieron a su último deseo...
Allí estaba el Prieto, haciéndole la broma, alentándola “échele ganas amá, los médicos le están echando chingadazos. No se acobarde”. Ella, acostumbrada a escuchar, lo miraba orgullosa. Veía en él al hijo que sabía aguantar todo, que le hablaba sin tapujos, sin asustarse de nada. El que siempre siguió su consejo de cómo vestirse, de combinar la ropa para verse bien. Guapo, igualito a su tío Aurelio. A él le hizo el encargo. Al Prieto, Ricardo, se le salía el corazón del pecho al verla extinguirse. Al ver a La Choco, su salerosa madre, despedirse de él como si fuera a una clase más, como si los alumnos la estuvieran esperando. Así de entera, como fue en vida, partió; no sin antes pedir su música de viento, la tambora, la mera banda sinaloense, más advirtió: “no quiero música en mi velorio ni cuando me lleven al camposanto”; no sin antes, regresar a su casa, ver fotografías, rociar sus matas, probar el champurrado...no sin antes pedirle a sus hijos que siguieran siendo unidos... no sin antes confesarles que vivió “a toda madre, a gusto, feliz”.
A manera de homenaje, Rubén Rocha Moya publica La Cocoa cuatro años de la partida de Socorrito, La Choco, La Coco, La Chata, la maestra; su esposa. Un libro íntimo en el que memora la unión familiar y la labor docente de quien fuera su compañera de vida. Ambos recorrieron zonas rurales sembrando el gusto por el conocimiento, por el saber. Un libro cercano donde se muestra ese momento final de la vida; esa oportunidad que muchos tienen para despedirse de los suyos y para hacerles saber que se parte sin dolor físico, pero sí con el temor a dejarlos. Un lenguaje que deja ver el lugar y las costumbres de la tierra. El amor a sus cuatro hijos: Eneyda, Rubén, Ricardo y José Jesús. Una oda a la mujer amada, a la madre, a la hija, a la hermana, a la maestra; eso encontramos en La Coco.
Expresiones que remiten a los pintorescos lugares rurales a quienes vivimos en el Noroeste del país. Canciones y anécdotas que nos hacen recordar a nuestros padres y abuelos. Dichos y personajes que dibujan los escenarios del norte. Sucesos que marcaron la vida de La Coco: “Si se ahogó Suaqui, cuantimás...”, un relato que muestra la niñez vivida en un pueblo de Sonora cuando el desboque del río, a causa de la construcción de una presa, deja nadando a sus pobladores quienes se niegan a dejar su lugar, su querencia, su casa, su corral, sus animales...indemnización, despojo, artimañas, desplazados, de todo vivieron los pobladores de Suaqui. Historias de vida, nostalgia, arraigo, querencia que les impedía tomar sus chivas y cambiar de rumbo. Sin embargo, esa mañana, La Chata abandonó la tierra que la vio nacer cuando al levantarse sus pies sintieron el agua que anegó su casa.
Ella de Sonora, él de Sinaloa, Badiraguato. Ambos maestros... Y se hicieron culichis; el antepenúltimo pasaje del libro donde se relata como la profesora Socorro Ruiz Carrasco, fue asignada a la Federal número 2 y su esposo, Rubén Rocha Moya, quedó como maestro universitario. La Coco enseñó en escuelas de Sonora y Sinaloa; en la ciudad y en el medio rural. Inculcó la semilla del saber en miles de niñas y niños, durante treinta años ininterrumpidos en su trabajo de aula.
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