|
Las las de Titika

La lista de Rosario

LAS ALAS DE TITIKA

¿Qué comiste? Ya la tenía harta su hijo con lo mismo todos los días. Apenas le respondía, éste le soltaba la retahíla porque, justo, eso que había comido era lo que más daño le hacía. Sabía que su hijo la quería, pero la verdad eso ya era una intromisión, una invasión a su autonomía, a su ser libre, a su individualidad ahora que ya era vieja y podía decidir airosa aquello que más le alegrara la vida. Pero allí estaba él, a falta del padre, su hijo al acecho.

Primero fue el marido; amante de las prohibiciones. Desde siempre, apenas pasadas las nupcias, le había prohibido tomar tequila; le aventaba un rezo de las contraindicaciones. Le decía que le perforaría el estómago, que era muy fuerte, que era bebida de machos, que no hablaba bien de la mujer que lo tomaba, que de dónde le salía esa gana, que bien podía tomar una cerveza clara. No importaba lo que dijera, a ella le gustaba, pero para evitar disgustos, dejó de tomar su acostumbrada copita al medio día. Él sólo le permitió probar algunos traguitos en celebraciones especiales; él decidía cuáles. Le servía el caballito y ella se apartaba del bullicio. Se sentaba sola y cruzaba la pierna. Era su momento memorable. Recordaba sus años juveniles; como la primera vez que brindó con su padre y lo que éste le dijo: “es medio mojigato y cursi, hija, ¿estás segura de lo que haces?”. En eso llegaba la madre y lo reprendía por sonsacarla: “si la aconsejas así, la malcriarás más. No olvides que una mujer recatada hace muy buen matrimonio. Todo está en la mujer”. Ahora, a la distancia, y en una ocasión especial, le daba traguitos a su tequila y vueltas a las palabras de sus padres. Respiraba profundo, movía la cabeza y le daba otro sorbito. Sonreía y pensaba en cómo habría disfrutado brindar, aunque fuera una vez, con su marido; deseaba que éste hubiera tenido un poco de la libertad de su padre. Tomaba el último sorbo y asentaba lo recatado que era el padre de sus hijos.

$!La lista de Rosario

Yo quise a Rosario. Siempre fui bien recibida en su casa; yo era una mocosa y ella una voluntariosa anciana. Admiraba su desacato y su senil independencia, algo ajeno en mi familia. “No te creas que siempre fue así, muchacha, me decía. Pero llega el momento en que una debe distinguir muy bien lo que espera de la vida: no de la de los demás, sino de la propia; no de la de los hijos ni de la del marido, sino de la propia. Yo la escuchaba y más la quería. Salía de su casa y camino a la mía me reía todo el camino de sus ocurrencias.

Así sonreí hoy cuando me sirvieron el tequila. En automático la recordé contándome la última de sus hazañas. A sugerencia mía había hecho una lista de cosas permitidas y la pegó al lado del teléfono, <>. La primera vez que lo hizo, contundente, su vástago quedó tan satisfecho que cada vez que ella escuchaba el ring ring caminaba presurosa y sonriente levantaba el auricular; gozaba con su mentirilla. Así sonreí yo esta tarde cuando coincidentemente se realizaba una ceremonia de Petición de mano. Todos levantamos los caballitos de tequila y dijimos: ¡salud por los novio!; él apenas lo tragó, le hizo gestos. Yo salí al patio y sonriendo brindé por Rosario. Por el nuevo y azaroso compromiso que acababa de sellarse.

Comentarios: majuescritora@gmail.com

Periodismo ético, profesional y útil para ti.

Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.


Suscríbete
Regístrate para leer nuestro artículo
Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


¡Regístrate gratis!