“La comunidad de solitarios son los que son dignos de respeto para mí”, dijo Pascal Quignard, el 2 de diciembre, en una librería de la Ciudad de México. No creí posible que la vida me diera para verlo y escucharlo de cerca, luego de saber que se ha retirado de la vida pública para vivir de manera aislada en un pueblo de Francia.
Él hablaba, yo lo escuchaba y quería decirle que sus letras llegaron a mí a través de la música. Un ensayo donde mencionaba el efecto que tiene en nosotros: “la música logra sublimar o exaltar los instintos más salvajes”, que en nuestra época, la selección no es inofensiva y lo que escuchamos, a ciertos decibeles, provoca un deseo incontrolable que nos impulsa a ciertas acciones. Empecé a adentrarme en su mundo filosófico, musical y literario, en su mirada poética.
“La literatura son los ojos que se posan en el alma”, hablaba y yo pensaba en Las solidaridades misteriosas, esa novela que me envolvió y que trata sobre una mujer que regresa a su pueblo, a orillas del mar, y empieza a recorrer sus lugares de infancia, a reencontrarse con el paraíso perdido, con los sonidos, sus amores y los sitios que la habitan. Un personaje que parecía flotar en su viaje, ausente de alteraciones y aprensiones. La música siempre presente. En una ocasión dije que era un escritor de múltiples imágenes, con sonidos de silencio en su escritura, donde la prisa no existe y leerlo te produce un halo de belleza.
“Apartarse también es una posición política”, se dirigía a los allí presentes, con su mirada aquietada. Hablaba de los sonidos del mar, de su vaivén, de ese libro que escribió durante la pandemia El amor el mar, escenas bañadas de luz; un himno a la belleza inextinguible de la música, del mar y del amor. La traductora seguía su ritmo y yo no perdía detalle de sus movimientos. Pensaba en la armónica conjunción que Quignard ha hecho de la música y las palabras.
“La literatura no es la lengua hablada, es lo contrario: la lengua que está en silencio”. Un suave fondo musical acompañaban sus palabras.
“No tengo ninguna relación con la literatura de ningún lugar, leo sin aprensión la literatura de todo el mundo”. Un escritor que universaliza su mundo, su amor por la naturaleza. Lo veía y recordaba su libro Butes, esa historia mitológica, el nacimiento del hombre a la vida. Historias, leyendas de cómo el hombre empezó a relacionarse con otros y de escuchar, primeramente, el sonido de su corazón, ese sonido primigenio que surge antes que las palabras.
Leer a Pascal Quignard es entrar en comunión con lo sublime, con algo elevado que nos enaltece. Su visita nos deja un solemne preludio de la buenaventura que bien podrán ser todas las mañanas del mundo, tan silente como su música callada.
Comentarios: majuescritora@gmail.com