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"COLUMNA"

"LAS ALAS DE TITIKA: Cuarentena"

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LAS ALAS DE TITIKA

Me estaba exigiendo avanzar en mis cursos, grabar momentos mágicos, compartirlos y sonreírle al mundo, hacer como todos y aprovechar el encierro. Cumplir con las metas, sí, pero sin dejar de estar informada, saber cómo va la pandemia y hacia dónde debo voltear. La felicidad no es sólo la propia, también es verla en los demás, en quienes están a tu alrededor, ¿no? Si ellos están bien yo también puedo estarlo. Así todos formamos una inercia de bienestar y salimos adelante. ¿Y dónde quedan los otros, los que no están tan bien? No me importa, con esos no me junto, me subo al otro tren que es el que está avanzando. Eso hacía, pero en las noches algo no cuadraba, mis exigencias se me desvanecían. No todo estaba en su lugar. ¿Y si el ímpetu colectivo no me lleva a ningún lado?, ¿y si no me alcanza para equilibrar el sueño?, ¿igual me pasarán de largo si no cumplo las demandas, las expectativas?… volteo a otro lado y escucho otras voces. Nada menos que “me rebelo ante la demanda de productividad”, dijo ella. Puse atención. Empecé a desoir lo urgente, lo exigido, lo demandado, empecé a insubordinarme, empecé a…

En ese soliloquio estaba cuando recibo el video de una colega; su madre murió por Covid19. Su testimonio fue algo íntimamente triste. En su audio-nota se refirió a que, en un reporte periodístico, las cifras no tienen nombre. Las estadísticas y los números que se anuncian resultan ajenos y lejanos, pero el deceso que ahora anunciaba sí tenía un nombre —no era una cifra—; era el de su madre. El segundo caso, la segunda muerte en Michoacán, fue la de ella. En ese momento es cuando los números cobran un sentido distinto. Pero, cuando pensamos: es algo que le sucede a los demás, a alguien más, a los otros; justo nos sucede a nosotros. “A mí no me va a pasar”, se piensa. “No podrás despedirte, no habrá reconocimiento del cuerpo, no abrazos”. Su madre era una mujer fuerte. Ahora, ella, su hija, escribía y hablaba en su memoria. Estaba apagada.

Creo que voy librando varias cuarentenas a la vez. Caí en la cuenta de que no suelo ser optimista ante números tan a la alta —o a la baja, según se vea— así que trato de ser lo más positiva posible. Aun así, me bajé del tren. Me lavé las manos y me seguí guardando, igual que al estornudo. Me sacudí, y, como los músicos del Titanic, me procuré, sin demandas, lo mejor posible. Busqué a los otros, a mis iguales, e intenté armonizar con su decoroso y mesurado entusiasmo —el positivismo desbordado, las cadenitas salvadoras, los corte y pega nomás no me estaban resultando—. Si hemos de perecer que sea con nuestra mejor gala y sentida versión, si no sucede, y continuamos viviendo, habremos rondado, apenas, la belleza, apenas un intento; en esa, nuestra íntima cuarentena.

 Comentarios: majuliahl@gmail.com  

 

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