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"OPINIÓN"

"Las alas de Titika: Princesa Tila, X"

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LAS ALAS DE TITIKA

Había una vez… una valiente y hermosa princesa que gustaba lanzar balones al aire y hacer todo tipo perfectas acrobacias. Nadie la entendía y no importaba lo que ella guardara en su corazón. La forzaban a cumplir con sus nobles y parafernálicos deberes, a escuchar historias de tiempos inmemoriales, de mundos lejanos, de ambientes ensoñados, de existencias divinas, de incógnitas eternas donde habitaban enanos tuertos y dragones que guardaban celosamente la entrada de las torres donde bellas princesitas esperaban impacientes a ser liberadas por jóvenes y apuestos caballeros.

Ella, la princesa Tila, cumplía, era paciente, conocía sus deberes, mas en sus horas de recreo saltaba por los ventanales, cambiaba sus ropajes y congregaba a todos sus secretos amigos. Ellos se alegraban, se iluminaban con su luz y su alegría; la amaban. Querían que ella conociera a su alma gemela y rompiera los hechizos malignos asignados a todas las princesitas encantadas. Un día, unos saltimbanquis chapuceros quisieron llevársela. La pusieron entre la espada y los dragones, le dijeron que si no los acompañaba revelarían su secreto al rey y que seguro éste la encerrarían en el calabozo hasta desposarla con el príncipe elegido.

 

La atormentaban diciéndole que en cada reino había un consejo de sabios; personas notables y dedicadas a preservar las buenas costumbres y la conducta de las doncellas. Ella pasó en vela mil y una horas con sus noches y decidió pedir consejo a la anciana del buen camino; una vieja encantadora que entre sus muchas virtudes hablaba con los animales y sabía observar la danza del fuego. La escuchó y la invitó a sentarse junto a ella; ambas observaron en silencio. Agradeció a la anciana, al aire y al fuego y partió en paz. Pensó pedir audiencia con el rey y anunciarle su decisión —había cambiado su destino—, pero en vez de eso escribió; convocó a una reunión. Los globos de los deseos volaron toda la noche y el reino quedó tapizado de pergaminos.

El gran día llegó y todos los sabios y representantes del orden acudieron. Sultanes, reinas, príncipes, doncellas, trovadores, carrozas, unicornios, ejércitos, excelentísimos, honorables, súper secretarios… nadie faltó. También llegaron la anciana y el gran maestro. Luego de una breve introducción, la princesa Tila expresó sus respetos y solicitó su renuncia al reino. Les habló de un nuevo conocimiento, de la importancia de volar, de atravesar los mundos y las arenas del desierto, de su amor por el saber y la verdad. Les contó pasajes del libro mágico, de la belleza y lucidez de aprender por uno mismo, de descubrir los propios deseos y el auténtico vivir, de su decisión de apartar lo ordinario y lo vulgar.

La princesa Tila hablaba y parecía, sólo parecía, que las encantadas sacudían su letargo. Al fondo, al final del tumulto, su hada le dijo: “Nadie puede privar tu libertad de elegir y de amar”, la princesa continuó su diálogo feliz. Y colorín colorado…

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