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Columna

Morir sin morir del todo: Virgilio, Horacio y Ovidio (Cuarta parte)

El canto eterno de la gran música
23/06/2021 12:35

La tranquilad del poeta Ovidio, el tercero de los grandes poetas latinos, se vio interrumpida de manera abrupta en el año 8 d. C. tras recibir la noticia de su destierro. Contaba con 50 años de edad, y debía dejar Roma de un momento a otro para viajar al límite del territorio imperial, hoy Constanza, Rumania. En aquel extremo silvestre del dominio augusto, lejos de toda arquitectura majestuosa, al borde del Mar Negro, entre altozanos sin cultivo y caballos embravecidos, el entonces último poeta mayor de Occidente se encontraría sin interlocutor alguno, entre tracios y escitas, desconocedores de la lengua latina, y temeroso ante las continuas invasiones de las tribus bárbaras.

Se desconoce la causa del destierro de Ovidio, y mucho se ha especulado al respecto. Una de las hipótesis con mayor anuencia refiere a que parte de su “error” provino de una de sus obras literarias, “El arte de amar”, aquel manual de consejos que pretendía orientar a hombres y mujeres en el oficio del amor. Antes de verse obligado a dejar la ciudad, había terminado sus “Metamorfosis”; si bien, durante los primeros dos años del destierro, revisó la obra para luego enviar una copia definitiva desde la lejanía.

Resultaba inverosímil imaginar entonces la tremenda influencia que las “Metamorfosis” ejercerían en las Bellas Artes durante el milenio siguiente. Tan sólo el género operístico ha visto nacer cerca de un centenar de Orfeos y de Eurídices, una vientena de Medeas, varios Pigmaliones y Galateas, Daphnes, diversos Hércules, Alcíones y Proserpinas, por mencionar algunos personajes, todos los cuales han acaparado la energía creativa de grandes compositores y libretistas.

En el caso de Pigmalión, rey de Chipre, por ejemplo, decepcionado de las mujeres opta por esculpir a Galatea, su compañera, e implora a la diosa Venus que la escultura abandone la piedra y cobre vida, lo cual le es concedido. En 1748, Rameu compone “Pigmalion”, «ópera en una escena de ballet», y en 1779, Benda hace lo propio con su “Pygmalión”, «monodrama en un acto». Boccherini escribe su “Pimmalione” en 1809, y Donizetti su “Il Pigmalione” en 1816, con libreto de autor desconocido, basado en el “Pygmalión” de Rousseau y a su vez basado en el décimo libro de las “Metamorfosis” de Ovidio.

En 1852, Victor Massé escribe “Galatheé”, y en 1863 Franz von Suppé estrena su operetta “Die schöne Galathée”. En este caso, Galatea, la estatua, cobra vida pero resulta tener un comportamiento frívolo: le es infiel a Pigmalión con su sirviente Ganimedes, y acepta sin rubor los obsequios galantes de Midas, un benefactor artístico, por lo que Pigmalión suplica a Venus que deshaga el hechizo y la devuelva a su condición pétrea.

Hacia 1912, George Bernard Shaw estrena su obra de teatro “Pigmalyon”, la cual es llevada al cine en 1938. En 1856 se estrena el musical “My Fair Lady”, con música de Frederick Loewe y libreto de Alan Jay Lerner, musical llevado al cine por George Cukor en 1964. En este caso, la transformación del personaje femenino —Eliza Doolittle— no consiste en la transición del mármol a la carne y el hueso, sino en convertir a una vendedora de flores de escasa educación en una digna representante de la alta sociedad.

Las diversas clases de transformaciones dibujadas por Ovidio brindan un homenaje artístico a la antigua discusión entre Heráclito y Parménides. El universo se halla en constante cambio, pero algo en él siempre permanece, todo está en movimiento, pero que hay algo que perdura. En el dominio de la imaginación, dioses y humanos son en potencia seres fantásticos, o aves, reptiles, peces o algún insecto; árboles o flores; o también piedras.

En algunos otros casos, lo imposible sucede de manera inversa cuando seres inanimados como Galatea, cobran vida; otros rejuvenecen o de la muerte vuelven a nacer y otros más ascienden, como Augusto al final de estas “Metamorfosis”, el emperador que, aún a pesar del halago que lo inmortalizara, fuera el autor del posterior destierro.