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Una tempestad de sonidos celestiales

Suena el ‘Réquiem’, de Mozart, en la Catedral de Mazatlán

Grupos musicales mazatlecos interpretan la más bella reflexión musical sobre la muerte

Las monumentales bóvedas de la Catedral de la Inmaculada Concepción fueron el espacio de resonancia que magnificó los sonidos musicales de la más bella reflexión musical sobre la muerte, el Réquiem de Mozart, los sonidos adquirieron la cualidad de lo celestial y la audiencia se acercó irremediablemente a Dios.

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La magnificencia de la obra escrita por el genio de Salzburgo es sumamente demandante, para que su interpretación realmente se convierta en una experiencia religiosa de reflexión sobre una experiencia que marca la existencia del ser humano, la muerte, los coros, solistas y músicos que la abordan tienen que ser profesionales.

Para orgullo de Mazatlán, los artistas porteños que interpretaron esta compleja obra el jueves pasado en Catedral son marismeños, esto habla de la calidad educativa y del nivel cultural que tiene el puerto, es una frase que ha costado 30 años poder decirla.

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Participaron los coros Guillermo Sarabia y una selección de 20 voces del Coro Ángela Peralta, en total 40 voces que hicieron cimbrar las paredes del recinto sagrado, sus entradas precisas, la potencia y la musicalidad de los conjuntos de voces consiguieron ese acercamiento con lo celestial.

Otro orgullo para Mazatlán, la Orquesta Sinfónica del Teatro Ángela Peralta, su capacidad de cargar de matices las obras, sobre todo esta que está construida con elementos emotivos polarizados, va del temor a la justicia divina, a la alegría mayúscula de lo celestial, el miedo a la realidad inexorable que puede hacer marchitar todo a su alrededor, a la paz espiritual inconmensurable.

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Cuatro solistas redondearon la experiencia, estuvieron a la altura de las tres agrupaciones que los acompañaron en el altar mayor de Catedral: el tenor Alejandro Yépez, una voz celestial; la soprano, Laura Leyva consiguió las sonoridades paradisiacas que demanda la obra.

El bajo, Miguel Valenzuela se convirtió en la voz del juez máximo, de la conciencia que cuestiona, y la contralto mazatleca Flor Estrada hizo eco de esa parte de despertar la conciencia que tiene esta obra.

Todos dirigidos por el maestro Enrique Patrón de Rueda, el que a lo largo de tres décadas ha hecho posible que la calidad musical reine en las escuelas y los espectáculos mazatlecos.

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Un camino al paraíso

La música puede hacer realidad la experiencia del paraíso, el Réquiem de Mozart cuando está interpretado por profesionales lo logra. La obra de Mozart construye esa realidad, enfrenta al auditorio a una experiencia espiritual en unas fechas que nos ponen ante la experiencia de la muerte gozosa y divertida como lo es el Día de Muertos y dolorosa y reflexiva como lo es la pandemia.

Una solemne marcha fúnebre da inicio al canto multitudinario y celestial que envuelve a los que escuchan, el sonidos va creciendo para ubicarnos en el llamado al descanso eterno para cerrar con una súplica que ilumina con sonidos la solicitud de que acompañe al difunto la luz perpetua en esa eternidad.

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En un segundo momento, el Kyrie, la súplica se prolonga para que la compasión y el perdón defina la decisión del juez al que se invoca a sabiendas que la ira por los pecados de la humanidad definirá la sentencia.

Ese carácter enjuiciador tiene el fragmento Dies irae, la masa de voces penetra como un rayo los oídos para infundir temor a la grandeza del universo.

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Un trombón llama a todas las almas en el Tuba mirum (La trompeta del juicio) para que se reúnan a esperar pacientemente la sentencia, los solistas crean con sus voces una atmósfera cercana a la armonía que da la resignación.

Uno de los momentos más impactantes es el Rex tremende, el coro emite las dos palabras en sonidos agudos, altísimos para crear la ilusión de estar frente al Dios majestuoso, contundente, omnipotente, la frase que se repite una y otra vez cimbra cada vez que es emitida.

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Frente al máximo juez, el canto es de súplica de ternura, de perdón. Los rechazados suplican en la parte del Confutatis, ellos arderán con resignación en los infiernos de la crisis existencial.

Un violín solitario llama a todas las voces que pausadamente entran con un sonidos que va creciendo y vuelve a disminuir, es la Lacrimosa (Día de lágrimas) ese fragmento del Réquiem que conmueve profundamente, con el que se identifica la mayoría, es de una profunda gozo reflexivo, las lágrimas que consuelan, que todo lo limpia.

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El final de la obra es una reconciliación para entrar en un festivo in crescendo de comunión de armonía que va del Sanctus, al Benedictus, Agnus dei y terminar con la Comunión.

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