"Surgen en Culiacán nuevos narradores"
CULIACÁN._ Hace cuatro años Mariel Iribe Zenil comenzó a dar talleres de lectura y escritura en la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad Autónoma de Sinaloa; luego de un año formó un grupo de trabajo narrativo en el Centro Cultural Regional Sinaloa, Cuadrante Creativo, lo que actualmente es el Laboratorio para narradores que dirige en el Jardín Botánico de Culiacán.
Para cerrar el ciclo de tres años de trabajo, dentro de la colección Palabras del Humaya que hace Maritza López en su editorial Andraval, se publicó el primer libro producto del taller en 2017.
Laboratorio para narradores contiene cuentos trabajados en el taller, de Iván Páez, Hernán Arturo Ruiz, Alma Delia Sapiens, Heriberto Díaz Peña, Jared Mejía Pantoja, Jorge Iván Chavarín, Alan Sobrino, Víctor Loredo Gaona y Yolanda Villaseñor.
Describir el Laboratorio para Narradores es difícil explica Jorge Iván Chavarín, dice que se puede decir es un taller o agrupación literaria, pero para los miembros no es más que un grupo de amigos “masoquistas” a los que les gusta atacar sus textos mutuamente.
“Esa es mi definición del laboratorio de narradores, tipos que no tienen nada mejor que hacer, se ponen a escribir y se atacan mutuamente con el fin de tratar de producir algo que nos llene y pueda representar la realidad en que nos encontramos”, advierte.
Chavarín dice que la única forma que conoce para tratar de representar el mundo en el que se encuentra es a través de la escritura, que, así como algunas personas pintan, algunas personas bailan, otras juegan fútbol, la forma que él considera los integrantes del taller tienen para tratar de comprender el mundo es escribiendo, independientemente si lo hacen bien o mal.
“Una de las mayores satisfacciones ha sido encontrar personas con las que puedo mostrar textos en proceso y cuyo ‘tallereo’ va a ser de la forma pura, de la forma en que piensan, con otra perspectiva y ver lo que se está escribiendo”, señala.
Dice que encontrar a personas que tienen la misma necesidad muchas veces es bueno, porque, aunque escribir es una labor en solitario, a veces la visión individual se nubla y se necesita refrescar un poco con la perspectiva de los demás.
“Tratar de escribir es una labor muy en solitario, pasas tres, cuatro horas al día trabajando en un párrafo, incansablemente”, describe.
Recordó que en una ocasión estaba trabajando en un párrafo y duró tres horas para que al final no le gustara cómo quedó; el Laboratorio dice, le ha permitido pulir la forma en la que escribe, con personas que también tienen esos mismos intereses.
“El principal reto que tengo y que todavía no puedo cumplir es el crear algo que merezca ser publicable, que tenga algo que aportar o que pueda dar una representación de lo que busco, que siempre ha sido la meta corta, mediana, a muy larga; sobre todo pulir el estilo, individual y en equipo”, advierte.
Los comienzos
Mariel Iribe cuenta que en la Facultad de Ingeniería Civil compiten a nivel nacional en una olimpiada de ingeniería civil que se llama Olimpianeic; la competencia es en diversas áreas, desde cuestiones de física, construcción de puentes, deportes, hasta un concurso de cuento, por lo que, a partir de esa preocupación de la facultad surgió la idea de hacer un taller de escritura.
“Ahí se preocupan muchísimo por este aspecto de la lectura y posteriormente les comenzó la preocupación de la escritura…hasta la fecha seguimos con actividades y sigue el taller ahí también”, explica.
Víctor Loredo comenzó en la Facultad, recuerda era un grupo de cuatro personas con la misma idea, llevar textos para corregirlos, uno, dos renglones o todo completamente, dependiendo lo que los compañeros decían, si se salvaba una, dos palabras o a veces volver a comenzar todo.
Dice que a veces se escribe algo y no se piensa que sea importante como para darlo a conocer y se guarda, pero ahí se retocan mil veces; en su caso cuenta que se vio escribiendo algo y después estaba concursando con esos textos ya afinados, “tallereados”.
“He encontrado muchos amigos, en un principio no sabes si en verdad son amigos, porque parecen enemigos, pero te das cuenta de que realmente es por tu bien, empiezas a escribir algo que dices, bueno, vale la pena.
Yo estaba entre que escribía y no escribía, lo que son las cosas, me enfermé y estuve hospitalizado, después dije, voy a escribir, traigo algo aquí que se merece contar y si me voy no lo van a saber. Todas esas historias que traemos ahí, yo pienso que es lo que nos une a todos, la posibilidad de expresarnos”, refiere.
Para Loredo la escritura es una manera sana de expresarse, un medio con el que no se ofende a nadie, pues si a alguien no le gusta lo que dice el texto simplemente cierra el libro o deja de leer y si le gusta vuelve a leer otra vez.
Cuando inició el taller, de repente se vio escribiendo un texto que funciónó y a vuelta de unos días participaba en la Olimpiada Nacional de Estudiantes de Ingeniería Civil, donde participan más de 40 universidades. Se trajo un primer lugar, con un cuento pequeño pero que le dejó una enorme satisfacción.
Víctor Loredo dice que a veces se tienen ideas, pero no se sabe cómo materializarlas, por lo que el Laboratorio para narradores es el lugar donde les dicen si no cómo, los van orientando, haciendo correcciones y sugerencias.
“Al fin de cuentas el dueño del texto eres tú, tú sabes que tomas, que modificas o no modificas. Te llena mucho y satisface cuando funciona el texto. Cuando no, cuando me desvié, me perdí, no hay manera que se te suba”.
Dice que escribir un cuento bien no quiere decir que todos van a funcionar, por lo que en el Laboratorio se puede escribir un cuento bien que todo el mundo elogie, pero el siguiente que se presenta puede ser crucificado por todos, pues para eso están.
“Mis ideas son muy locas, uno de mis retos es tener un poco de cordura, para poder expresarme de una manera más tranquila, por lo menos poderme dar a explicar las cosas tormentosas que traigo, que pienso, ‘esto está muy bien, pero si lo digo así no, no, necesito acomodarlo’. Necesito más paciencia, más talacha y seguir con esto”, advierte.

Logros y satisfacciones
Los resultados no nada más han sido en lo individual, sino que se ha podido ver fuera del taller, no solo el reconocimiento entre ellos, sino de gente que no sabe quiénes son, ni el trabajo que hacen.
Hernán Arturo Ruíz dice que es motivador para todos que alguien más encuentre el valor literario en sus trabajos, que lo demuestran los reconocimientos externos que han tenido.
Cuenta que en 2015 Mariel y Heriberto Díaz fueron becarios del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Sinaloa, con un proyecto trabajado en el Laboratorio; en ese mismo año él recibió un premio nacional de cuento llamado Beatriz Espejo con otro cuento que también se trabajó en el Laboratorio; al año siguiente, en 2016 se le concedió también el PECDES y este año se le otorgó a Jorge Iván Chavarín.
Su objetivo es escribir de acuerdo con lo que trae en la cabeza, sin corromper la esencia de lo que quiere escribir. De una manera en que se pueda sentir satisfecho para publicar dice, no escribir pensando en publicar, sino escribir pensando en escribir y si en algún momento se pueden publicar sus textos tener la seguridad de que lo puede hacer.
“Al final de cuentas lo que uno quiere es escribir sin pensar a dónde lo va a llevar eso, si le va a dar de comer, si va a haber algún espacio; lo que yo quiero por ejemplo es escribir y contar lo que tengo en la cabeza, es como mi desafío a las reglas naturales, la manera en que yo puedo cambiar la realidad, para mejorarla o para empeorarla, pero prefiero empeorarla que mejorarla”, señala.
Recuerda que cuando llegó lo primero con lo que se topé fue: “tu libro no es una novela”. Se le fue ampliando toda la gama de conocimientos sobre la literatura, las características de la novela.
Dice que al principio se rehusó un poco y dijo: “sí va a ser una novela”, pero luego se dio cuenta de que el texto sí era un cuento, después volvió a la idea de que iba a ser una novela, y, al final decidió que no era nada, la borró y empezó otra vez a escribir otras cosas.
“Nunca dije: ‘quiero ser escritor de grande’, decía, ‘quiero ser vaquero, quiero ser astronauta, bombero’, pero escritor no, aunque escribía. A los 18 años me puse, según yo, a escribir una novela después de haber leído El Coronel no tiene quien le escriba y La mala hora de Gabriel García Márquez; se empezó a gestar una idea más o menos concreta de una historia, me quise poner a escribir una novela y me enteré de que había un taller literario que era Laboratorio para Narradores”, cuenta.
Dice que el taller le ha servido mucho para ampliar su espectro de lecturas, saber en qué lugar está situado.
“Haber conocido a un grupo de personas que se fueron convirtiendo en mis amigos, mis colegas ahora, con quienes he compartido además de experiencias muchos libros que si no hubiera llegado aquí me habría tardado mucho más en conocerlos o adquirirlos. Gente que te influye y te apoya y a los que tu apoyas y esperas influir positivamente”, describe.
“Cuando uno empieza se cree la próxima promesa o el siguiente García Márquez o Hemingway y se da cuenta que es largo el camino y que al final a lo mejor nunca lo va a poder terminar”, advierte.
La consolidación de Laboratorio para narradores
Mariel Iribe dice que todas las experiencias en el Laboratorio le han enseñado a dar seguimiento a lo que hace, porque una cosa es cuando se va a un taller de una semana, se acaba el taller y no se cuenta con un seguimiento de lo que se escribe.
“Ahora, como una segunda etapa, Jardín Botánico mostró su preocupación por impulsar la lectura y escritura, nos invitó a formar parte del movimiento que se está gestando con el trabajo de Alan Sobrino, desde la Biblioteca, el grupo de lectura de autores clásicos y Laboratorio para Narradores”, detalla.
Recuerda que con lo de la Olimpianeic no se trabaja con los participantes dos semanas antes, ni un mes, sino todo el año o durante dos años están leyendo, escribiendo y trabajando sus textos.
“Lo que aprendemos en el taller es precisamente que los textos no salen de un momento para otro, sino que un escritor, el oficio de escribir es escribir y escribir, borrar y muchas veces tirar, entonces, nos hemos tomando en serio tanto ellos el asistir al taller y trabajar sus textos, como de mi parte darles ese seguimiento de lecturas como en la escritura de sus textos, ha sido un compromiso de ambas partes”, advierte.
César Feria recuerda cuando el comenzó, fue en el cuadrante creativo en ese entonces solo tenía la idea de que le gustaba leer y escribir, pero no sabía hasta dónde podía llegar escribiendo algo. Después de tomar las primeras clases, se dio cuenta que lo que creía conocer, que sabía hasta entonces, solo era una pequeña parte de lo que es el universo de las letras.
Quedó maravillado, comenzó a llevar sus escritos y descubrió en ese entonces, que no era cuentista, sino novelista, pues se le complicaba escribir cuentos cortos, tenía que hacer textos más largos siempre y poco a poco fue sacando ideas para atreverse a escribir novelas.
Al pasar el tiempo, cuando César vuelve al taller ya se imparte en el botánico, pero dice que es lo mismo, llegar con una perspectiva y poco a poco darse cuenta de que todavía es un camino largo, pero excelente, maravilloso, que recomienda ampliamente a todo el que le gusta el mundo narrado y literario, atreverse.
“En mi experiencia las satisfacciones que he tenido es que las personas que vienen, todas tenemos algo en común y yo creo que todas o la gran mayoría comenzamos como compañeros, pero después pasamos a ser amigos, es una de las más importantes; la segunda es que cuando uno piensa en un libro, la extensión, piensas que un libro es mucho y cuánto tiempo me va a llevar terminarlo, pero en verdad lo terminas y esa es la mayor satisfacción que más te da”, cuenta.
Iribe Zenil dice que el oficio de la escritura lleva también a grandes sacrificios, pues no es algo que se pueda hacer al vapor, en olla exprés o microondas; es algo a lo que se le invierte mucho tiempo y son satisfacciones, pasar momentos agradables compartiendo lecturas y textos, por lo que es todo ganar para ella.
“Esto surge con la idea de unirnos personas que nos gustan las mismas cosas, que tenemos las mismas inquietudes y que quizá no encontraban su lugar, ni con quién compartir este tipo de cosas y ahora más que juntarse en el taller, son amigos, se reúnen por su parte para revisar sus textos y tener diversas opiniones”, señala.
Para ella el logro más grande es que algunos muchachos de una misma generación estén trabajando juntos más en una relación de amistad, que, de compañeros, que si bien fue todo un proceso de aprendizaje que les llevó tres años, ya se vio impreso.
“Yo creo que seguir compartiendo le lectura que para mí es lo principal, la base de toda persona que quiere escribir, si no lees obviamente no vas a poder ser un buen escritor, mi más grande preocupación siempre va a ser que los muchachos y yo estemos compartiendo siempre lecturas nuevas, nuevos autores, nuevos libros que encuentran”, detalla.
A sus 35 años, su más grande reto es que no se acabe la pasión o inquietud por la lectura; invitó a acercarse al Jardín Botánico y a las actividades que hay, que son gratuitas y la única aportación que se requiere son el donativo de 20 pesos de entrada, para la conservación del Jardín, de la biblioteca y del acervo que habrá.
“Creo que vale la pena acercarse a las actividades y valorar que es un espacio cómodo, que tiene internet y aire acondicionado, que tiene libros y si les interesa la escritura vengan al taller para narradores”, exhorta.